martes, diciembre 23, 2008

Dificultades invisibles.

« ¿Cómo te va?» «Ahí…, trabajando.» « ¿Estás bien?» «De lo más contento» « Ah, entonces es que estás trabajando mucho. »

En lenguaje corriente, "contento y trabajando", significa que hay algo especial en la ocupación para que valga la pena esforzarse. En el sector estatal, no suele ser el salario. Unas veces se trata de las condiciones de trabajo (asignación de un vehículo, oficina, viajes, estímulos) y otras, de la infame "busca". Expresar que está trabajando "mucho" puede sugerir que el sujeto lo hace en un lugar donde percibe "pagos en divisas" y por lo tanto, la última frase es de parabienes. Ciertos individuos lo verían con envidia y se quejarían de sus "privilegios".

El tema de la doble moneda se ha convertido para algunos en una cómoda bandera. Dado que la imaginería popular le ha asignado un papel importante en el actual estado de desigualdad notoria que vive la sociedad cubana y que esto se hizo público en las "asambleas a camisa quitada" que se realizaron hace un tiempo, han concentrado en la eliminación de la dualidad monetaria todos los esfuerzos reformistas. El gobierno, por su parte, se demora, alegando complejidad. No soy de los que creen en la importancia de tal cambio ni mucho menos en las dificultades operativas para realizarlo.

El cambio sería fácil. Hay control de precios y salarios, impuestos, gravámenes, monopolio. No se van a vaciar las tiendas, ni a secar las gasolineras, porque habría que gastar lo mismo en la moneda sobreviviente. Las casas de cambio seguirían existiendo, porque las divisas continúan llegando a Cuba; y las tasas de canje y recanje pueden ser tan diferentes como precise la ineficiencia de nuestro sistema financiero. Es fácil ver, por otra parte, que tales cambios no ayudarían mucho a paliar las miserias cotidianas de los que actualmente no tienen ingresos importantes en divisas, ya que los precios seguirían siendo inalcanzables.

Porque, al final, el asunto es lo que podemos consumir con lo que producimos. Y esto es poco, en un país con demasiada superestructura, que carece de desarrollo industrial, que le ha vuelto la espalda a la agricultura, ha destruido su crédito, limita los servicios que pueden brindarse y obstaculiza el comercio.

Por otra parte, la doble moneda generalizada existe hace "sólo" quince años, no es esencial.

Entonces, ¿de qué se trata? ¿Por qué no hay dobles precios en todas partes, mientras se retira una de las monedas? ¿Qué necesidad hay de recoger firmas para precisar a la Asamblea Nacional a que responda sobre un objetivo ya planteado? ¿Por qué todo es tan difícil?

A mi juicio, los que obstaculizan este cambio, lo hacen en buena medida por una cuestión de imagen. Si se quedara sólo el CUC, habría que aceptar que el salario mínimo legal anda por los diez dólares mensuales y que el promedio es de menos de veinte. Que cuando se "estimula" a alguien con una estancia en un hotel, no se podría decir que lo hace pagando "en moneda nacional" sino a una fracción ínfima de su precio. En las operaciones entre empresas y unidades presupuestadas, cuando se "autorice" un gasto, ya no sería en otra moneda, sino en la misma, y se estarían liberando recursos actualmente encubiertos por una maraña de regulaciones que funcionan de forma diferenciada, según los intereses que necesiten satisfacer los funcionarios encargados específicamente de los mismos. Algo similar ocurriría si la moneda única fuera el peso. Una vez establecido que el cambio oficial es "x", sería fácil calcular los salarios en términos absolutos, importantísimo secreto que no debe revelarse bajo ninguna circunstancia. Podría establecerse el nivel de bienestar que puede alcanzarse con tales ingresos. La imagen de nuestro "espejo de sociedades" se vería terriblemente dañada. Por último, pero no menos importante, está el tema de la iniciativa. Que haya algún cambio, por accesorio y pequeño que fuera, nacido de los deseos de la gente común, lejos de las oficinas del mando superior, puede ser un precedente peligroso.

Sin embargo, las cosas no tienen por qué ser vistas de esa forma. El discurso oficial sobre el objetivo de la economía ("satisfacer las necesidades crecientes de la sociedad") deja abierto el camino para tratar los problemas económicos con una visión más pragmática. La ideología ha demostrado ser mala consejera económica y los ideólogos de todas las tendencias se esfuerzan en demostrar que los fracasos y éxitos de modelos establecidos esquemáticamente a partir de conceptos filosóficos se deben al desapego o fidelidad a los principios que les dieron origen y no precisamente a la rigidez o flexibilidad de su esquema. Pero pensar en esta satisfacción, con un poquito de amor al prójimo, puede servir para que se tomen decisiones valientes que permitan trabajar "mucho" y "de lo más contento" a cualquiera que lo haga, no excepcionalmente.

miércoles, diciembre 10, 2008

Portada

Ayer me enviaron la portada de Anita y las Cinco Gordas. Puesto que he compartido con ustedes todos los pasos de su creación y ya está a punto de salir a la luz, aquí les envío el diseño, obra del equipo de la Editorial Renacimiento.

La pintura que aparece en la parte frontal fue realizada por Eva Vázquez Merino. Ésta es una imagen ampliada:
Anita…, es una novela cuyos personajes narran cuentos. Cinco hermanas se encuentran en lo que fuera su hogar paterno y comparten unos días en el amable ambiente de una casa familiar en un remoto batey. Han tenido que viajar para ello: desde Miami, la Habana, Santiago y San Luis. Cada noche se reúnen en el portal y reciben la visita de amigos y parientes. Los relatos amenizan las veladas, las tardes mientras visitan a su hermano en la montaña, el viaje de regreso y las esperas angustiosas en los hospitales de la ciudad.
Los personajes de la novela y los personajes de los cuentos que ellos hacen, representan momentos y estratos de la vida nacional en los últimos cincuenta años y dan una visión de algunos de aquellos temas que han conformado este extraño modo de relacionarnos que tenemos los cubanos.
Las situaciones paradójicas y el humor abundan en los relatos, algunos de los cuales ya han sido presentados en este blog. Trataré de publicar algo más cuando pueda anunciar la presencia de Anita en las librerías.






sábado, noviembre 29, 2008

Serie en serio

Hoy comienza una nueva "Serie Nacional". Es, como dicen con jactancia los comentaristas deportivos, "el mayor espectáculo" y una necesaria válvula de escape para miles de personas carentes de satisfacciones en otros ámbitos.

La pelota, como ocurre con la mayoría de las cosas en Cuba, está fuertemente politizada. Desde la mención, o no, de los nombres "malditos" de los estelares que "desertaron", las circunstancias de las "indisciplinas graves" por las que se sancionan a algunos atletas, la presencia de ciertas personas en las delegaciones deportivas cubanas, las "cuchillas" de algunos árbitros en momentos especiales, son vistas bajo luces políticas.

Muestras de estas actitudes, son las transmisiones de la televisión nacional. Aunque es fácil ver partidos de fútbol de la liga inglesa (o cualquier otra), de tenis, motocross, deportes extremos, etc., es imposible ver un juego de beisbol de la liga del Caribe, la Japonesa o las Grandes Ligas (averigüe por qué), una pelea de boxeo en que no tengamos un competidor residiendo en la isla, o un juego de fútbol americano.

Durante más de seis meses, las presiones se canalizarán por rumbos inofensivos y muchos sustituirán su preocupación de "qué comeremos esta noche" por la de "quién lanzará mañana". En este sentido es muy importante que Industriales siga "dando espectáculo" a pesar de sus frecuentes amputaciones, ya que la Ciudad de la Habana es estratégicamente primordial (eso quizás explique la razón por la cual sus cuotas –en la libreta de abastecimientos– sean mayores que las de otras provincias). Es la causa también de que a este equipo se le haya proporcionado la ventaja de contar con una segunda novena representando a la provincia en el mismo torneo, de donde es posible extraer a sus mejores exponentes sin las trabas que se colocan a los traslados de deportistas entre otros equipos. Si se agrega que se trata de la mayor concentración poblacional, receptora de la migración interna y la mayor actividad económica, donde se encuentran los mejores medios técnicos, habría que pensar en la importancia de los talentos ausentes (¿Cuánto no aportarían al equipo de su terruño si ello fuera posible?).

Aún así, volveremos desde esta noche a dejarnos atrapar por la emoción que produce el virtuosismo y por el desencanto de las derrotas. Es nuestro circo y no hay modo de dejar de amarlo. Soy guantanamero, pero nací en una provincia que se llamaba Oriente y por ello me gustan los equipos santiagueros. Es una explicación simplista, porque no hay cómo explicar las preferencias deportivas.

domingo, noviembre 16, 2008

Instituciones específicas.

No soy de los que creen que los cubanos seamos más "-" que el resto de la humanidad, y entre las comillas puede colocarse cualquier característica. Sí, que en estos años y como resultado de singulares alianzas, leyes, necesidades y pretensiones, han surgido fórmulas contemporizadoras institucionalizadas que resultan excepcionales. La presente es una pequeña lista de instituciones que quizás parezcan corrientes a alguien (no lo creo), han existido en Cuba, son autóctonas y supongo que únicamente aquí existen, al menos en la forma en que las conocemos.

Es bueno anotarlas, porque desaparecerán, con todos los daños antropológicos que hemos sufrido y sería triste en un futuro que no hubiéramos sacado de todo esto ni siquiera la experiencia.

— Censo de menstruantes.

La observación la hizo un viejo amigo. Desconozco si es original suya o de donde la sacó, pero me parece que difícilmente exista otro lugar en el mundo con una tropa de burócratas tan imaginativos como para inventar algo comparable. Se hizo durante el llamado Período Especial (¡qué nombrecito para una crisis!) con el fin de distribuir almohadillas sanitarias solamente a las féminas que padecen las molestias mensuales. Un tiempo antes, se había aplicado una fórmula similar para los fumadores.

— La guagua de los padres.

Cuba ha sido por décadas un país donde hay muchas personas separadas del seno familiar, aún residiendo en el territorio nacional. Las guerras, movilizaciones, campañas, cárceles, acuartelamientos, las escuelas en el (y al) campo, el servicio militar, el programa alimentario, son algunas de la fases que ha mostrado ese fenómeno. Los jóvenes suelen ser la mayoría de los "movilizados" y sus padres, los que han tenido que ingeniárselas para trasladarse una vez por semana a su "campamento" a llevarle provisiones, medicinas, ropas, etc. Y almorzar con ellos. La masividad del fenómeno, unida a la escasez y carestía del transporte privado individual creó una necesidad paliada en parte por la guagua de los padres. De este modo se podrían asegurar de la supervivencia de sus hijos por una semana, al menos, con sacrificios enormes, pero no infructuosos.

— Permuteros, planilleros, jaberas y coleros.

Las personas que realizan estos oficios son especialistas en reglas de juego que, por su grado de retorcimiento, requieren de procuradores muy listos para que la persona que necesite de ciertos servicios pueda obtenerlos cabalmente. Los permuteros, también conocidos como corredores de permutas, encuentran el modo en que una persona puede permutar, adquirir una vivienda, o mudarse a una más amplia, mediante artificios legales, como las cadenas virtuales, las divisiones y las bodas y divorcios instantáneos (no se pueden vender viviendas y hay una reglamentación estricta para permutar por una casa mayor). Los planilleros medran alrededor de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos, y algunas embajadas, ayudando a sus clientes a llenar sus solicitudes de visas y otros documentos. Instruyen a los solicitantes en las respuestas más apropiadas tanto en las planillas como en la entrevista. En una época llamaban jaberas a compradoras-revendedoras de ocasión especializadas en productos escasos que se vendían a bajo precio. Ahora hay otro tipo de jaberas, fuertemente perseguidas: las que venden bolsas de nailon en los mercados de productos agrícolas. Los coleros pululan en los sitios donde hay que hacer una larga fila para obtener un beneficio importante. Están desapareciendo, junto con las filas y los productos de interés masivo.

— La casa en la playa.

Opción turística concebida originalmente como parte del premio por ganar la emulación. Se alquila a "precios asequibles" a los beneficiados, incluyendo una "factura" de comestibles y bebidas. Deteriorado desde principios del "Período Especial", el servicio recuperó su antiguo esplendor en los primeros años de este siglo. Los favorecidos por este sistema suelen invitar a una enorme multitud de familiares y amigos que disponen por unos días de una interesante base de apoyo que les permite disfrutar de la playa y asearse, comer y pernoctar sin la preocupación de un difícil viaje de regreso.

— El inventario.

Las propiedades de las personas que desean emigrar de Cuba son, por ley, decomisadas. Esto incluye cuentas bancarias, vehículos, viviendas y otros bienes domésticos. Uno de los pasos requeridos para emigrar legalmente es el inventario de los bienes, que se realiza en una etapa temprana del proceso y no pueden ser extraídos al fisco posteriormente (no se puede utilizar, por ejemplo, el dinero del banco para pagar los trámites). Conociendo los recovecos de la ley, muchos encuentran la manera de minimizar las pérdidas por este concepto durante la emigración.

— La cajita.

Nacida como portadora del menú clásico de la fiesta "popular", la cajita de cartón se presentaba conteniendo un pedazo de pastel, ensalada de huevos y pastas, croquetas y otras delicadeces menos habituales como las albondiguillas, los chicarrones de viento, caramelos, masa reales, etc. La expresión "cogiste cajita" se utilizaba, teniendo en cuenta que a las fiestas acudían más comensales de los previstos, para indicar la suerte del logro. Las cajitas se han utilizado en las "paladares" sin licencia para tener sillas, como forma de entrega de un almuerzo cuyo precio fluctúa alrededor de un CUC. Es la solución más popular entre los trabajadores que pueden almorzar y no tienen comedor en su trabajo. Suele utilizarse un pedazo de la tapa como cubierto.

La de arriba es sólo una pequeña muestra de particularidades de las que se habla poco, quizás no sean fundamentales, aunque sí resultan ilustrativas. Hay otras que son mucho más comentadas, y por esa razón no me detengo en ellas, como son la doble moneda, la cincuentona, pero aún delgada y bien mantenida libreta de abastecimientos o la tarjeta blanca. Fueron temas de mucha especulación hace unos meses y que parece que van a quedar para "el año que viene".

miércoles, noviembre 05, 2008

Aniversario

Aunque he perdido otras ocasiones especiales, no quiero perder ésta. Hoy, 5 de noviembre, mi blog cumple su primer año.

Comencé, impulsado por el deseo de expresarme ante los míos. Mi primera novela llevaba casi dos años de publicada y apenas había estado unos días en uno de los estantes de la Feria del Libro de la Habana, fuera del alcance y conocimiento de los miles de lectores que pululaban en las callejuelas de la fortaleza. El segundo libro, Ternera Macho y otros Absurdos, con mejor suerte, había llegado al stand casi directamente de la imprenta. Sólo un reducido grupo de intelectuales cubanos conocía de su existencia, gracias a la Torre de Letras, donde la escritora Reina María Rodríguez me invitó a presentar ambos títulos.

Un amigo me contó que llevaba un blog, Epepeh. Fue gracias a su lectura, que tuve la idea de hablar de mis aficiones literarias y exponer algunos trabajos. Así fue como, teniendo escritos unos cuantos artículos y muchos cuentos que no pertenecían a ningún proyecto de libro, escribí Absurdos dentro del Planeta Silencioso, parafraseando el título de la novela de Lewis, para comenzar el blog.

Por esa época, Anita y las Cinco Gordas estaba completa y aceptada, pero tendría que pasar por un año de lentas revisiones antes de salir a la luz. (En este momento estoy devolviendo las últimas pruebas, ya está diseñada la cubierta, espero que falte muy poco para anunciar su nacimiento. Una parte de la demora, se debe a las setenta entradas que he puesto en el blog (he retirado dos). Estuve llevando simultáneamente El Reino Amurallado, pero lo detuve por falta de tiempo, ya que tantos proyectos no me dejaban avanzar en ninguno al ritmo que deseaba.

En las primeras semanas no tenía información acerca de los visitantes de mi blog. Necesariamente, eran muy pocos, ya que lo eran al comenzar con el Google Analytics. Una española, María Godiva (es el alias de su blog) reseñó los trabajos de K Budai, de Yoani y míos en una entrada, Damas y Caballeros, con ustedes tres cubanos reales. Poco a poco fueron apareciendo otras reseñas y los visitantes, que hoy se acercan a los treinta mil. No son los millones que tienen otros blogs, pero me parece una buena tirada, especialmente con mis largos "posts" y mi escasez de fotos, hipervínculos y otros recursos de la Web. Google me presenta un mapa casi completamente pintado de verde, lo cual indica que me han leído en casi todas partes.

Ha sido una experiencia extraordinaria. Gracias al poder de Internet, he conocido a decenas de personas que viven en muchos lugares y me han escrito. Algunos han resultado ser excelentes amigos a los que pienso abrazar cuando vengan a Cuba. He reencontrados amistades, compañeros, alumnos, de casi todos los lugares donde estuve. He conocido mejor a muchas personas, también a mí mismo. Y mis libros han tenido una difusión mucho mayor de la que tenían antes de iniciarlo.

Dicen que la mayoría de los blogs perecen en las primeras semanas de nacidos. Éste ya sale de esa posible estadística de mortalidad "infantil" y comienza a dar sus primeros pasos de "parvulito". Tengo almacenada una gran cantidad de materiales que iré colgando a medida que crea que están listos, cuando pueda hacerlo y me sienta suficientemente valeroso. No obstante, mi primera prioridad debe ser Ocupante Original, que me consumirá aún muchas horas de trabajo.

Éste ha sido un año importante para mí. El temor de penetrar en la senectud sin conocer las delicias de ser abuelo ha quedado atrás. Mi hija mayor, que cuando el blog daba sus primeros bytes me había anunciado su gestación, me dio la noticia del nacimiento de mi nieta en agosto. Mis otros dos hijos no se han quedado atrás y ya me veo abuelo de una prole numerosa (el próximo verano), con lo cual creo que empezaré a chochear antes de tiempo. Es, también, el año de Anita, donde he apostado mucho, como saben los que han leído alguno de los relatos/fragmentos que he publicado y más aún los que lean el libro completo.

Seguiré, con la ayuda de todos, escribiendo en este espacio, que se ha convertido en mi remanso. Espero practicar un poco más de periodismo y poner algunos artículos de opinión, mientras me dedico al desarrollo de la trama de la próxima novela. Ya les daré noticias.

Gracias a todos mis lectores por la paciencia que me han tenido y por los comentarios, que siempre espero con ansiedad.




domingo, noviembre 02, 2008

Amén.

"¡Imprescindible!" "¡Impresentable!"

Los adjetivos se cruzaron con toda la virulencia de su antonimia. Antes de hablar de la obra, ya la habíamos sacralizado y excomulgado al mismo tiempo. A continuación, aunque ya con poca esperanza de contemporizar, nos dimos algunas ideas del por qué de las opiniones.

"Es absolutamente parcial. En la película se acusa al Papa de callar sobre el Holocausto, pero no se menciona que, gracias a su silencio, la Iglesia siguió en Alemania y pudo salvar miles de vidas. ¿Cuántas vidas se iban a salvar si el Papa se pronuncia sobre los campos de concentración? El pueblo alemán, y el de los países sometidos a los nazis pudieron seguir siendo acompañados por la Iglesia, gracias a su silencio."

No suelo ser muy bueno en las discusiones en vivo. Después de escuchar una alocución inspirada, prefiero no insistir. Recuerdo, de Carnegie, que no se puede cambiar una convicción por mucho interés que se ponga en exponer hechos y razones en forma ordenada y explícita. No obstante, he conversado suficientemente con mi interlocutor para respetar sus opiniones y capacidad de análisis. Me dediqué a estudiar el problema en busca de discernimiento.

Yo estaba hablando de una película y me interesaba por su mensaje. Él, de un hecho histórico que se exponía sesgadamente en la película. Ninguna obra de arte muestra las dos caras de todos los fenómenos que representa. No es un requisito realista. No se espera, por ejemplo, que un filme sobre los escrúpulos de un verdugo para hacer efectiva una ejecución (como la célebre comedia española), refleje una batalla legal por parte de los abogados del reo o los traumas sicológicos de los familiares de sus víctimas, o las peripecias de un inventor que consigue vender en grandes cantidades una reproducción a escala del garrote vil. Cualquiera de esas facetas pudo haber sido tratada, y muchas otras. Y eran temas razonablemente centrales. Hubiera sido otra película y puede que no tan buena.

Para mí, Amén trata acerca del silencio que el temor provoca. Las personas que intentan denunciar atrocidades, lo arriesgan todo para hacer llegar su noticia a lo más alto. Su única necesidad de discreción es la de asegurarse de que su mensaje llegue. Que el mundo sepa. Que no los pueda apoyar nadie más sin convertirse en cómplice. ¿Evitaría esto la masacre? Probablemente, no. Nada la detuvo. Es posible que hubiera ralentizado su expansión. Tendrían que gastar más en propaganda. Quizás, maquillar algunos campos de concentración. Nunca se podrá saber. Muchos alemanes ignoraron la existencia de los planes de exterminio hasta el final. ¡Qué conmoción tan terrible, enterarse de que ellos mismos habían sido capaces de cometer tales horrores!

No se trata de juzgar al Papa o a la Iglesia por su política de callar en aquellos terribles momentos. Hay que vivir en una situación como la suya para comprender sus temores. ¿Cuántos no callamos cientos de cosas que queremos gritar? La responsabilidad de la voz tiene ramificaciones y la decisión del silencio puede motivarse por el deseo de no causar daño a otros más que por instinto de conservación. Pero, callar ante el atropello, unirse al "estremecedor silencio de los bondadosos", cuando el crimen es continuado y se expande, es acercarse a la complicidad. Es el sentido de la alocución de Martin Luther King.

Mi defensa del filme, por encima de sus virtudes formales (que son muchas), se basa en que trajo esta cuestión, tan antigua como la intolerancia, nuevamente a la palestra. Mostró situaciones paradójicas, héroes complejos sufriendo por su insuficiencia, la maldad de un sistema que convierte al hombre en minúscula pieza. Y todo lo hizo con una trama intensa y bien presentada, con personajes bien construidos. Crea, además, dudas y polémicas que incentivan la búsqueda de conocimientos sobre varias aristas: ¿Qué se sabía en el mundo sobre los crímenes del nazismo en el tiempo en que ocurrían? ¿Qué hizo la iglesia en Alemania y en los países bajo su yugo? ¿Qué hicieron otras organizaciones? ¿Cómo se manifestaron fenómenos análogos en países que sufrieron o sufren de regímenes similares?

El descubrimiento de los campos de concentración de los fascistas fue documentado por los vencedores en toda su crudeza. No corrieron igual suerte los campos soviéticos, españoles, americanos y los que ha habido antes y después en muchos otros lugares. El conocimiento que pueda haber sobre ellos no será tan amplio, matizado, profundo. El silencio, no obstante, pierde a la larga. Se llega a saber. Pero la palabra sólo puede proteger a las víctimas cuando es dicha a tiempo.

Personalmente, creo que el conocimiento del crimen obliga a la denuncia. Si el temor se impone, cada nuevo atropello aumenta la culpa del silencio. ¿Cómo sentirse satisfecho cuando se ha participado, aunque sólo sea como testigo silente, de los crímenes más abominables que la humanidad conoce?


 

martes, octubre 28, 2008

Remotas consecuencias.

No hubo contacto en aquel accidente de tránsito. Un motociclista, que acababa de girar, se percató tardíamente de que en su senda había un obstáculo. Maniobró con premura, aproximándose a un grupo de transeúntes que aguardaban junto a la acera. Éstos se asustaron y dieron uno o dos pasos atrás. Un señor de mediana edad movió los brazos en forma de molino tratando de evitar su caída, pero un tanto entorpecido por el impermeable, no pudo impedir que su espalda golpeara contra la acera y la cabeza originase un sonido metálico en un desagüe aluvial que bajaba, pegado a la pared del edificio. Allí quedó, inmóvil, sorprendiendo a los paseantes con lo fácil que se pierde la vida. Un paquete que portaba se abrió dejando escapar algunas piezas de computadora.

El hombre tenía toda su documentación en orden y fue fácil saber que ningún familiar reclamaría su herencia. Por otra parte, su cuenta bancaria no pasaba de unos pocos miles de euros, no era propietario de inmuebles y un procurador, sacando su buena tajada, lo liquidó todo para proporcionarle un entierro decente.

Pero Ignacio de Jesús Rodríguez, Nacho, para sus amigos y empleados, no fue un muerto sin importancia para unas decenas de cubanos. Unos años atrás, había invertido casi todos sus ahorros, incluyendo el valor de la venta de su casa solariega (no produjo tanto dinero, pues su estado era ruinoso) en la creación de una empresa de servicios informáticos en la Zona Franca de Wajay, donde un pequeño grupo de especialistas se ocupaban absolutamente de todo el trabajo de la firma, exceptuando la firma de contratos y de cheques.

También tenía una novia, una mujer joven, de muy buena apariencia, con un hijo de unos siete años. Todos sus bienes estaban en la casa de ella, aunque su auto de la empresa lo tenía el especialista que quedaba como jefe cuando él se ausentaba. La novia, Pamela, tenía un Lada en muy buen estado que él le compró en los primeros tiempos de establecerse.

— ¿Estamos todos?

— Coty fue a buscar café.

— Vamos a esperarla. Bien, cierren la puerta, aquí no hay nadie.

— ¿Qué pasa, Socio?

— Ahora hablamos… bueno, como ustedes saben, el día quince debió regresar Nacho. Fui al aeropuerto a esperarlo, como siempre, y no apareció. Melita no sabe nada de él, su número de celular no está activo, ni tampoco el de su piso.

— ¡El tipo levantó el pie!

— ¡No! Peor. Estiró la pata.

— ¡Tuff! ¿Qué coño es eso? Y, ¿cómo lo sabes?

— Hoy por la mañana lo busqué en Internet. Hay una pequeña nota en El Mundo que menciona la muerte accidental de D. Ignacio de Jesús Rodríguez Márquez.

— ¿Y ese es Nacho? ¿No será otro con el mismo nombre?

— ¿Ahora, qué hacemos?

— Estoy convencido de que es él mismo. Fruta verde con púa es guanábana. Pónganle el cuño.

— ¡Se jodió el negocio!

— Bueno, pero nos llevamos todos los equipos, los muebles, los carros, a ver cuánto le podemos sacar. ¿Hay dinero en caja?

— Sólo el salario de este mes y unos cientos, que ya están gastados.

— ¡Mamacita!

— Miren, aquí vamos a hacerlo todo con total claridad, sin esconder ninguna bola.

— ¿Y?

— ¿Por qué Eusebio no nos informa al detalle de la situación de la empresa?

— Bueno, por si acaso, yo le pedí que preparara un informe del estado de las cuentas para analizar las variantes.

— ¡Variantes! ¡Qué variantes! Nos repartimos el dinero y las cosas que podamos sacar sin ir presos y nos esfumamos.

— Eso no es tan fácil, todo estamos controlados por la Agencia Empleadora.

— Nos van a tumbar hasta el último medio.

— Bueno, Contador, adelante.

Los hombres escuchaban atentamente la lectura del informe, forzando a sus pensamientos a no escaparse a buscar nuevos caminos. La empresa estaba bien de situación, a pesar del exceso de cuentas por cobrar, algunas de ellas incobrables. Pero el carácter de los servicios que prestaban permitía presionar el mantenimiento de los pagos al día y eran pocos los que se podían dar el lujo de renunciar a los sistemas instalados por ellos. Los medios básicos eran cuantiosos y la cuenta de banco tenía dinero suficiente para los gastos de algo más de un mes. El contador tenía alrededor de doce cheques firmados a nombre de distintos proveedores y varios de ellos permitirían la extracción de efectivo.

— Yo soy de la opinión de mantenernos como si nada. No sabemos si va a venir otro español con la herencia, ni estamos tan seguros de que Nacho esté muerto. Y quizás podamos seguir así hasta que inventemos otra cosa.

— Van a faltar los cheques.

— El problema es que nos podemos repartir una pila de cosas y dinero si acabamos ahora mismo con la empresa, pero si lo dejamos, seguro que alguien, la Inmobiliaria o la Zona Franca, no sé quién, pero se quedan con todo.

— No, no creo que eso pase, si nos mantenemos pagando.

— Además, si vienen a intervenir, vendrán con una lista de lo que hemos comprado.

— No, no. Quizás, los carros, el dinero del banco. Nadie sabe cómo anda el inventario. Nosotros hemos cuidado de hacer bien las cosas.

— Bueno, vamos a dejarlo pendiente.

En los próximos días no sucedió nada. Todos llegaban a la oficina a trabajar como siempre, se mantenían en sus respectivas funciones. No se hacían compras de nuevos equipos, ni reparaciones importantes a los automóviles. Demoraron diez días en utilizar el primer cheque, que convirtieron en efectivo.

Sin embargo…

(Tomado de Ocupante Original)


 

sábado, octubre 25, 2008

Memoria de maestra.

Hoy, casi un cuarto de siglo después, siento los mismos deseos de llorar que siente un náufrago cuando, al llegar a tierra firme, encuentra a salvo a sus seres queridos. También mis antiguos niños. Me destrozan el peinado, la espalda y el corazón con sus abrazos. Y me mojan las orejas estas mujeres ya desconocidas, quizás a causa de su maquillaje. Sé quiénes son, he viajado con ellos en el tiempo una y otra vez. Ahora estoy allá, en este mismo lugar hace decenios, con minifalda y pelo largo. La escuela también es pepilla, hace poco la pintaron y pusieron las mesitas dobles con patas de hierro en lugar de los viejos y pesados pupitres de caoba.

Su primer día en la escuela, es mi estreno en el aula. Durante dos semanas preparé clases, hice muñecos de papel, cadenetas, adornos. Joaquín, el de mantenimiento, me ayudó con las luces, puso persianas nuevas, pintó la pared contigua al bañito, cuyas manchas de juego identificábamos como si estuviéramos en una prueba sicológica.

Allí están, pantalones o sayas de ardiente rojo, brillando de interés, limpios, peinados, llenos de la sorpresa de conocerse. Dos docenas de rostros van a acompañarme hasta el final del ciclo. Los observo con cuidado. En unos días podré recordar sus nombres, sabré cómo es su familia, si aprenden con facilidad, si saben peinarse o acordonar sus zapatos. Los padres me ofrecerán su apoyo más decidido, pero me harán sufrir con su incomprensión, desconfianza y maledicencia. Esperan detrás de la cerca aunque ya sus hijos no pueden verse desde afuera. La ansiedad se les irá pasando, como mi nerviosismo y, en unas semanas, los conoceré tanto como para imaginar sus vidas futuras.

No creo que a César ni a Gilberto los agarre el Servicio Militar en Cuba. Vivian tampoco esperará mucho tiempo para conocer otros lugares. No es necesario adivinar, basta con ver sus medias, el peinado o los relojes prematuros. Me equivoqué con respecto a César: su padre, veterinario especializado en cánidos, decidirá continuar un contrato después de recibidas las advertencias de rigor de los funcionarios del ministerio, se percatará de la trampa del aviso de presentarse en la Embajada y se convertirá en un desertor a cuyos familiares se les niega el permiso de salida por no menos de cinco años. Como resultado, César esperará el final de sus tres años de Servicio Militar trabajando en el Ejército Juvenil para encontrar a su padre, ya cercano al retiro, y su nueva familia. Imaginaba a César viniendo a Cuba, pesaroso por tantos amigos olvidados, lleno de presentes para todos, llegar a la escuela, "¡Maestra! ¡Tan linda como en mi memoria!" "¡Si estás hecho un hombrón!" Muy cierto, debía pesar por lo menos doscientas cincuenta libras, un hombre alto, de uno noventa, oloroso, barbudo y con una cadena de medio kilo. Nada de eso: se fue solo hacia los Estados Unidos y estuvo haciendo trabajos temporales, hasta conseguir un empleo permanente en una gasolinera a ocho dólares la hora, se casó, tuvo dos hijos antes de divorciarse y ha vivido en la pobreza desde entonces, pagando la pensión y haciendo turnos extraordinarios de cincuenta dólares la noche para tener un extra suficiente para un sábado en las graderías del estadio de los Marlins. No ha regresado y no creo que vuelva a verlo en esta vida. Gilberto, sí. Me contaron que estuvo un tiempo en Cuba, en el consulado de la Oficina de Intereses. Vino a la escuela una vez y preguntó por mí, pero era muy tarde: sólo quedaban la auxiliar pedagógica, dos muchachos cuyos padres se retrasaban siempre para recogerlos y el administrador, a quien le tocaba la guardia obrera esa noche. No fueron los únicos en marcharse. Hubo otros, seis o siete entre veinticuatro niños, llevados por sus padres o por sus propios deseos, que optaron por la lejanía. A varios no los recuerdo. Mi memoria ya no es tan firme y frecuentemente confundo los cursos de mis estudiantes, sus rostros y hasta sus nombres. Otros me sorprendieron cuando lo supe. Como Hansel. Solíamos bromear con su nombre de niño perdido en el bosque. Nadie más lejos de un chico abandonado: su cabello negrísimo siempre ostentaba un corte correcto, su uniforme impecable, bien planchado, medias blancas, cinturón de cuero negro y hebilla brillante. Cuando encontré a su padre, no me sorprendí. Idéntico. También él vestía reluciendo de cuidados. ¿Cómo pueden brillar de ese modo los zapatos de un hombre a las cinco de la tarde? Por su porte y autoconfianza, pensé en un funcionario o quizás hasta un dirigente. Aún así, desapareció en las gélidas montañas de Suiza, gracias a su matrimonio con una muchacha pecosa, venida en aventura solidaria con su grupo hippie. Se separaron, ella de su grupo y él de su trabajo, para pasar unos días desaparecidos en el apartamento de un amigo que estaba de viaje. Sufrieron después todas las guerras, la pérdida del matrimonio, los problemas en el trabajo, las negativas a permitirle emigrar, la vida en casa de sus padres con una extranjera que no servía ni para comprar en las tiendas para extranjeros. Todo pasó en poco más de un año y después enviaban unas fotos preciosas en cada navidad, con muchos cariños para todos en la escuela.

La mayoría se quedó. Aunque no he tenido noticias de todos con regularidad, sí las suficientes para saberlos en Cuba. Algunos, no se movieron del barrio.

Alan, por ejemplo: desde el primer día lo ubiqué en la categoría de hombre fuerte. Tuve razón, pero sólo en ese aspecto. Lo imaginaba de torpes dedos, brusco proceder y corta inteligencia. Sería un hombre atractivo, de gustos elementales. Terminaría la primaria como todos los niños, aunque tendría algunos "aprovechado" (le sería imposible obtener solo "sobresaliente") y en la secundaria lo orientarían paulatinamente hacia una escuela de oficios. Deberá escoger mecánica automotriz. Seguramente podrá terminarla y trabajar de ayudante unos años antes de poder enfrentar encargos por su cuenta. Se aficionará a la bebida y con el tiempo le irá creciendo la paranoia de los celos, la cual se acentuará con la impotencia incipiente provocada por el alcohol. Yo lo veré, primero crecer y hermosearse, luego decaer: sus dientes, a causa de la encía enferma, serán extraídos. Tendrá una calva extraña y nunca me olvidará. Fallé. Compensó su corta inteligencia con su incondicionalidad hacia los de arriba y, con ejemplar falta de escrúpulos, hará valer su incapacidad para disentir, sin órdenes precisas, como la máxima prueba de confiabilidad política y exigirá y obtendrá prebendas temporales y permanentes. Conmigo es un ángel. Ayudarme no le provoca problemas. Me dolió verlo marchar en una camioneta con otros con los que no tenía nada en común, armados de cabillas y cadenas, a golpear a los desesperados que se lanzaron contra las vidrieras aquella mañana cálida de hace doce años en que creyeron que la orilla se llenaría de barcos y se encontraron envueltos en una marea iracunda y desorientada. Me dolió, como el recuerdo de mi padre, que hizo lo mismo catorce años atrás, cuando decían que debían defender la revolución y formaron grupos para apalear a los que creyeron que de verdad les iban a permitir refugiarse en la embajada. Mi padre siguió lo mismo: burócrata de guayabera, hombre fino, suave, de reuniones interminables. Pero yo ya no lo vi igual. El hermano mayor de un compañero mío había regresado con la cabeza rota y la ilusión perdida. Y por improbable carambola culpé a mi papá del estropicio.

A todos les avisaron. No importó que hubiera, entre ellos, muchos que resultaban inaccesibles a causa de la distancia o la ocupación. Son bastantes. Demasiados, si decidieran venir todos. A pesar de que generalmente los acompaño todo el primer ciclo, he tenido más de quinientos alumnos. Muchos más.

Pero no me recuerdan, o ya no les importa o tuvieron alguna causa que les impidió venir. Aún así, el aula está llena de alivios para mi corazón. Dejo un oficio que lo único bueno que tenía, era precisamente este enjambre creciente que lleva mi huella.

He demorado este momento por temor a mi futuro solitario, a esa chequera simbólica que, sin el comedor de la escuela, no me protegerá del más profundo desamparo. Pero ya no doy más. No puedo con tantos jefes, con tantos años, tanta idiotez. Así que los dejo.

Sólo me queda esperar.

domingo, octubre 12, 2008

Fenómeno.

— ¡Lluvia! ¿Qué…?

Sólo sorpresa hubo en la mente de Juan Benigno en sus últimos segundos de vida. El faro, su empleo de los últimos treinta y dos años, su pequeña casa y un almacén adyacente, se desplomaron momentos antes de ser arrastrados por las aguas. Una pequeña unidad militar cercana provista de embarcadero y dos lanchas patrulleras y las vidas de sus veintisiete soldados, fueron destruidas de un modo tan súbito que ninguno de ellos consiguió vislumbrar peligro alguno. El primero en advertir algo extraño sin perder la vida fue Alexis, el novio de la hija Juan Benigno. Después de saltarse la escuela, se habían escondido en uno de los cuartos de su casa, aprovechando la ausencia de sus padres. Un ruido de cascada lo impulsó a mirar hacia fuera y alcanzó a ver la desaparición del faro.

— ¡Nina! ¡Vamos!

Apenas salidos, la tierra se sacudió espasmódicamente, retumbando con el tono más grave que hubiera escuchado. Había una pared enorme a pocos metros y una catarata de agua de mar bajaba desde el cielo. "¿La pared se mueve?" alcanzó a preguntarse cuando recibió una confirmación espeluznante. La casa, de la que acababan de salir, se derrumbó al tropezar con la pared. Los jóvenes corrieron sin mirar atrás, ni entender hacia donde se movía la columna. En pocos segundos el caserío quedó arrasado. Cierta fetidez imperaba por todas partes. Luego de unos minutos interminables, el estrépito resonó alejándose. Alexis y Nina salieron de su escondite. El paisaje había cambiado de un modo que no podían interpretar. Buscaron entre las piedras, pero sólo una anciana había sobrevivido y falleció a los pocos minutos: había perdido una pierna y sangraba profusamente.

Nina quería regresar al faro en busca de su padre, pero la carretera estaba llena de lodo y piedras.

— ¡Por el campo!

Una falla de unos veinte metros de altura les cortó el paso. Caminaron por su borde con angustia creciente.


 

Eran hombres disciplinados los que se reunieron en el puesto de mando. Vestidos de verde oliva, como solían hacerlo en cada crisis, conversaban animadamente esperando la entrada del Presidente del Consejo de Defensa. Éste recibía instrucciones por teléfono en una oficina contigua. Luego de colgar, se apresuró a dirigirse al teatrillo donde todos se pusieron de pie brevemente en señal de respeto.

— ¡Compañeros! Supongo por sus comentarios, que ya tienen información de los acontecimientos que están ocurriendo en el extremo más oriental del país. El Teniente Coronel Sardiñas expondrá los detalles.

El oficial se acercó uno de los micrófonos que estaban sobre la mesa presidencial y comenzó su ponencia:

— A las 1415 horas del día doce de mayo del presente (ayer, quiero decir), perdimos contacto con nuestra unidad 1773 perteneciente a las heroicas Tropas Guardafronteras. Esto fue notado a las 1427 horas por el Sargento Ismael Negrín del puesto de mando del municipio Maisí, pero no fue posible obtener ningún informe posterior desde dicho punto. En poco menos de una hora fueron cortadas las comunicaciones con Gran Tierra, Dos Hermanas, Cantillo, La Tinta, La Cruzada, Vega Yumurí, Pueblo Viejo, Lavadero, La Sabana, Boruga, Bariguá, es decir, con todas las poblaciones situadas al oriente de la Sierra del Purial.

"Sospechando una acción del enemigo, declaramos en alerta de combate a la totalidad de las tropas del Ejército Oriental y pedimos instrucciones a la Habana. Los informes de Inteligencia, no obstante, resultaron tranquilizadores: no había en marcha ninguna operación enemiga en nuestro territorio, debía tratarse de un problema de comunicaciones o un hecho natural. Enviamos dos grupos de exploración por tierra, conectados por radio, desde Juaco y Mata Mariana y una embarcación por el norte, desde San Antonio. Los grupos terrestres no llegaron a transmitir ninguna información, pero la patrulla marina reportó haber visto una elevación extraordinaria en forma de columna. No consiguieron distinguir la parte superior, ni la base, pero lo más inquietante es que se movía hacia el suroeste y se escuchaba un sonido potente, que ellos creen que partía del evento observado."

"La patrulla se dirigió al este y encontró un punto próximo a Cabo Maisí donde lograron desembarcar y efectuaron un recorrido por la zona afectada. No fue posible localizar ningún poblador que informara sobre lo ocurrido, pero sí huellas de una gran destrucción: el faro es ladrillo y polvo, las terrazas se han aplanado, el suelo está lleno de agua de mar hasta muy adentro en la tierra, la carretera, hundida. Negamos una petición de la patrulla de adentrarse hacia Gran Tierra, ya que habíamos recibido nuevos informes de destrucciones en Playitas, Cajobabo, Imías, Los Gallegos y Vega Batea."

"Enviamos un avión de reconocimiento, el cual reportó un importante cambio en la orografía del este de la provincia, así como la aparición de un macizo en la parte sudoccidental de las Cuchillas del Toa, accediendo a las Lajas de Cujerí. Desde la altura del avión, parecía un ser viviente de extraordinario tamaño. Luego de intentar un acercamiento mayor para fotografiar desde un ángulo más apropiado a la criatura, los pilotos reportaron que ésta parecía crecer y perdimos el contacto también con la patrulla aérea."

"El fenómeno se está acercando al Valle de Guantánamo. Todavía no se ha determinado con exactitud su naturaleza aunque sabemos que no se trata de un ente estático, sino que goza de gran movilidad y que es muy grande, enorme, quizás de unos cinco a diez kilómetros de altura."

El General Márquez, Presidente del Consejo de Defensa en la provincia oriental, tomó la palabra:

— Gracias, Teniente Coronel. Dos cosas necesitamos en este momento: información y celeridad. Es necesario, de una vez por todas, que sepamos cuál es nuestro nuevo enemigo. Una cosa es segura: no son los yanquis. Ellos están aterrorizados, están evacuando la base y no nos han dicho una palabra. Algo bueno saldrá de esta situación y es que habrán abandonado esa parte de nuestro territorio, que por lo tanto volverá a ser nuestro en pocos días. Hay que asegurar los elementos claves de nuestra vitalidad en la capital provincial y hemos trasladado los archivos y medios de resistencia, así como el personal imprescindible hacia los túneles, tal como está previsto para situaciones de gravedad extrema. Una escuadra de cazabombarderos ha partido con instrucciones de filmar y enviarnos imágenes del fenómeno. Si detectan que se trata de un ser viviente, deberán exterminarlo, ya que ha causado la muerte de no menos de diez personas a su paso por el oriente del país y la destrucción de bienes materiales por valor de más de mil millones de dólares. Ahora, ustedes se ajustarán al protocolo previsto y deben ponerse en marcha de inmediato para proceder a la protección de sus territorios asignados.

Sin embargo, no llegaron a salir del recinto. Una enorme masa se abatió sobre la ciudad, provocando un pánico de hormiguero. Los que lograron volver la cabeza y distinguir la forma que los apisonaba, declararon que tenía el aspecto de la punta delantera de un pie humano. Otros, identificaron como orine el líquido que inundó la parte norte de la ciudad.

La escuadrilla se mantuvo a respetuosa distancia del ser, parcialmente oculto por las nubes y las montañas. Las imágenes se analizaban a mil kilómetros de distancia, en lo profundo de un búnker de cincuenta metros de profundidad, provisto de capacidad de cómoda supervivencia de unas cuatrocientas personas por varios años y moderna tecnología de comunicaciones.


 

El profesor Cáster estaba al frente del equipo de investigadores que estudiaban las filmaciones y fotografías del "Monstruo del Paso de los Vientos", como llamaban en la prensa mundial al ente que recorría la región oriental de Cuba aplanando montañas y destruyendo ciudades y conglomerados de tropas.

—No se trata de un ser humano .Eso es algo que debe quedar claro para todos. Los seres humanos no pueden medir más de tres metros. Las imágenes parecen ser del tronco de una persona. Tiene poca cintura, ombligo abultado, poco vello. Pero es humanoide. No hay tecnología capaz de construir un robot de esas dimensiones. Además, hay testimonios de micción y huellas de heces fecales en la zona de Alto Songo. Las apreciaciones sobre su estatura deben estar exageradas, ya que ha tenido dificultad para atravesar la Sierra Maestra. Reaccionó ante cohetes que les fueron lanzados desde un barco de la Marina de Guerra, alejándose tierra adentro. Es posible que se necesiten misiles estratégicos para destruirlo o causarle un daño apreciable.

— Profesor, las imágenes que se han obtenido por medio de la fotografía infrarroja confirman completamente el carácter antropomórfico de este fenómeno. Es claramente una cara lo que observamos en esta fotografía, observe los ojos y la nariz.

— El análisis de las muestras recogidas por las expediciones, revelan que se trata de un animal de gran talla, de una especie muy similar a la humana. No sabemos su procedencia, ni como no había sido descubierto con anterioridad. No hay descrito nada similar. Una especie de King Kong. Sólo que diez veces mayor. El simio sería un pequeño juguete de peluche para este monstruo.

— Bueno, yo debo informar al mando. ¿Es un ser vivo? ¿Cómo puede neutralizarse?

— No estoy de acuerdo…

— Usted no está aquí para opinar. No queremos escuchar tonterías ecologistas en estos momentos. ¿Cómo matamos al bicho? Es lo único que hay que saber.

— No es un bicho. Es un bebé. Mire este trabajo.

Una de las fotos, procesadas con filtros comunes, estaba revelando ante ellos la imagen de su terrible enemigo. Un niño de alrededor de dos años. Hermosos rizos, ojos azules, dentadura perfecta.


 

El niño, al llegar a Camagüey, encontró cómoda la llanura y se sentó, destruyendo varias granjas ganaderas con el fondillo. Los camagüeyanos que huían de la ciudad atrajeron su atención y trató de atrapar a alguno. Eran demasiado pequeños y se aplastaban al contacto. Pero pudo atrapar a un vehículo lleno de hombrecitos que se lanzaban por las ventanas. El niño soltó el vehículo que se estrelló en la tierra. Pasó la mano por el terreno y miró divertido a los hombrecitos en fuga. Algunos picaban, como aquellos de los aparaticos que le provocaban escozor, pero no lo suficiente para incomodarlo. Era un buen espacio para acostarse. Tenía sueño.

En medio del descanso, se produjo el ataque. El niño, inquieto, se rascaba donde hacían blanco las bombas más poderosas y terminó por despertarse, asustado por el movimiento agresivo de los aviones que lo cercaban en gran número. Se levantó llorando y corrió a lo largo de Camagüey y Ciego de Ávila, perseguido por los cazas, algunos de los cuales fueron destruidos a manotazos antes de que abandonaran la persecución. Estuvo llorando un buen rato antes de quedarse nuevamente dormido.

— No tenemos armas nucleares, que serían las únicas que podrían destruir a este monstruo. El Gobierno Norteamericano nos ha ofrecido su colaboración, pero es una patraña. La intervención de tropas del imperio en Cuba terminaría siempre en intento de imponernos la anexión. Nunca aceptaremos tal apoyo. Tenemos que destruir esta amenaza con nuestros propios medios.

— ¿No podremos empujarlo hacia el mar?

— Los mares alrededor de Cuba son muy poco profundos. Necesitamos dos kilómetros para ahogarlo.

— El Golfo de México, la Fosa de Oriente o la de las Caimán.

— El Golfo no es una opción. Para llegar allí, tendría que pasar por la Habana y podría arrasar también a Varadero. Sería un desastre irrecuperable.

—Entonces, habrá que llevarlo hacia Oriente. Si fuera posible, por el mar. No hay esperanzas de conducirlo exactamente a la Fosa de Caimán.

— Pero, pudiera repetir su paso por el Golfo de Manzanillo o la región del Cauto. Las consecuencias serían catastróficas y permanentes. Hay que escoger el mal menor, son territorios menos sensibles.

Al despertar la mañana siguiente, el niño se encontró a un grupo de aviones haciendo vistosas evoluciones que dejaban estelas de humo colorido. Trató de agarrarlos, pero se le escaparon y dando torpes pasos tambaleantes, los siguió. Mientras esto hacía, a sus espaldas se formaban grandes unidades de combate portadoras de potente artillería reactiva. Comenzó a caminar por las aguas del sur de la provincia Ciego de Ávila. Los buques de guerra esperaban que los aviones alejaran al niño de la costa y así poder colocarse a sus espaldas para impedirle el retroceso, pero él siguió andando próximo a la orilla. Un tropezón, seguido de una caída y comenzó el llanto que a la distancia a que se encontraban las tropas era perfectamente inteligible.

Después de un rato sentado en el agua, comenzó a jugar con ella y volvió a levantarse. Como aún no había llegado el segundo escuadrón de acrobacias aéreas, una lancha patrullera de alta velocidad se introdujo en el agua disparando fuegos artificiales y humo de camuflaje para atraer la atención del niño e impedir que regresara a la orilla. Poco a poco lo fueron conduciendo por la zona de aguas poco profundas del Archipiélago de los Jardines de la Reina y no pudieron impedir que la criatura torciera el rumbo y se adentrara en el Golfo de Guacanayabo. Volvió a encaramarse en la tierra oriental por Niquero, aterrorizando a los pobladores del valle del Cauto, incapaces de encontrar una vía de escape que los mantuviera a salvo del aplastamiento. El movimiento tambaleante y azaroso del niño destruyó Macaca, Colorado, el Chino y Las Lagunas, dejando intactos a San Joaquín, Apolinao y Malanga, por citar algunos.

El problema es que estaba de la parte norte de la Sierra Maestra y era necesario conducirlo hacia el sur, donde se encuentran las aguas profundas de la Fosa de Oriente. Algo grande era necesario para forzar al enorme pequeño a pasar por encima de la cadena montañosa. Y el general Cortés encontró el modo. "Un incendio." Una escuadra completa se lanzó en picada sobre una base de camiones estacionados cerca del camino. El fuego del combustible se unió a los estallidos de los proyectiles, casas y árboles ardieron en la hoguera rápidamente, provocando un fuego de grandes proporciones que consiguió hacer al niño dar unos pasos atrás y caer, derribado por el choque con la cadena montañosa. Así entró al mar.

Después, la tarea era impulsarlo a penetrar más en el agua. Todos los buques de guerra y los aviones se unieron en un esfuerzo final que dio sus frutos casi frente a la ciudad de Santiago.

Miles de santiagueros miraban desde el litoral las maniobras bélicas que realizaban conjuntamente la marina y la aviación contra el niño. Podía distinguirse claramente los hombros saliendo del agua, el cuello, y la cabeza infantil. Lloraba desconsoladamente. Tenía miedo y cada paso lo hundía en el abismo.

La compasión empezó a extenderse en el pueblo. A pesar de la costumbre de callar y aceptarlo todo, presenciar el asesinato de un bebito era demasiado fuerte para muchos. Mientras era una mole incomprensible podían odiarlo, desear su desaparición por cualquier vía, pero a dos kilómetros de distancia, viendo sus gruesos lagrimones y los pucheros que hacía con la boca sonrosada, el odio era imposible.

Comenzaron a escucharse voces: "No lo maten." "Dejen que se vaya." El niño se había calmado y miraba atentamente lo que hacían los aviones de guerra. Una pirueta y se echó a reír. Esta risa desató la ternura de sus víctimas, que empezaron a gritar con fuerza: "Queremos que viva." Pero el niño dio un nuevo paso atrás y perdió el equilibrio, gritando desesperado antes de hundirse en el fondo marino.

Los gritos, imprecaciones y llantos de los santiagueros dieron lugar a la sorpresa cuando se vio bajar de las nubes dos enormes brazos, que entraron en el agua y sacaron al bebé. "¿Qué hacías en el mar? ¿Dónde te habías escondido?", preguntó su madre, apoyándolo contra su pecho.

lunes, septiembre 29, 2008

Katia decide matar

Una niña de trece años acaba de salir de su cuarto de fantasías dispuesta a matar. Es el final clásico para situaciones como la suya. Una decisión propia, conocida por algunos, que sólo ella vive. Yoelqui, su "novio", aterrado, espera que lo haga. Sabe que de todas formas se verá implicado en el crimen, que los padres de Katia buscarán crucificarlo. Piensa que es preferible a la vida que tendría si la muchacha no cumpliera su designio.

Ya no quiere ser maestro. Nunca fue buen alumno, por eso no pudo aspirar a nada mejor y aceptó, entusiasmado, la idea de convertirse en profesor en pocos meses. El sistema de clases por televisión le permitiría ir aprendiendo al tiempo de sus alumnos y una vez a la semana tendría clases para obtener un título universitario. Horario cómodo, trabajo con uniforme, sensación de poder.

Su miedo a no poder controlar a dieciocho niños había desaparecido desde la primera clase. Era un grupo de séptimo grado al que inspiraba respeto tener un profesor de apariencia más juvenil que la de alguno de los de la pandilla de noveno, capaz de expresarse en su mismo argot y que no vacilaba en insultar y humillar a los más débiles de la clase. Pronto descubrió ese destello de admiración en los ojos de algunas niñas.

Katia estaba en octavo. Como sus notas en séptimo habían sido perfectas, tenía la ilusión de entrar a un buen tecnológico desde donde se pudiera acceder a la universidad. Escuchó a las niñas de séptimo decir "el Pelly* es un mango" y se fijó en él. Un cruce de miradas le bastó a Yoelqui para desearla: la muchacha tenía suficientes atributos de adulta para él.

Todo fue fácil. Una chica que aún no había tenido relaciones con otros chicos, rodeada de otras que contaban sus experiencias. Una familia trabajadora, que la dejaba frecuentemente sola en casa todo el día. La curiosidad, el deseo, el ardor juvenil y la imprevisión hicieron el resto.

Katia notó su retraso desde el día que le tocaba. Con la esperanza de un desarreglo, esperó una semana, vigilándose constantemente. Entonces habló con Yoelqui. "¿Es seguro?" "No sé." "Tienes que ir al médico." "¿Y si se lo dice a mi mamá?" "Mejor vamos a maternidad." La palabra les choca. Es como si ya tuvieran el diagnóstico. En las dudas, pasan unos días y se forma la convicción. "¿Qué vas a hacer? Tienes que sacártelo. Yo doy la sangre." Pero no es tan fácil. Una niña de trece años no puede llegar a un hospital para que le practiquen un aborto o una regulación sin conocimiento de sus padres. Y si lo consiguiera, ¿cómo ocultarles después su situación?

Es el momento en que los dos niños temen su futuro. Yoelqui puede perder el trabajo y hasta la libertad. Katia, su posibilidad de seguir estudiando. Están decididos a no decir nada a los padres, pero Katia, en su depresión, se quiebra ante las preguntas de su madre.

Ésta no puede pasar sin la confirmación médica y lleva a la niña al hospital, donde la obtiene. La angustia y la ira bloquean todo su pensamiento. Ni por un momento piensa en la posibilidad de "casarlos" para que "tengan" al niño. Sería un matrimonio insostenible. Ella tomó la decisión en el acto: ese niño no debe nacer. Ni ella, ni su esposo, ni la niña y ni su novio, están en disposición de mantenerlo. No tienen espacio, economía ni tiempo. En realidad, sólo le preocupa la salud de la niña. Cómo saldrá después de una acción tan agresiva. La pobre higiene del hospital. Habrá que arriesgarse, que el novio done sangre, pedir unos días en el trabajo, cuidarla.

Pero Katia tiene algo más en su cabecita. Por un momento, antes de que su madre hablara, pensó que ella querría ese nieto, una especie de hermanito de su hija. Que la disuadiría de dar el paso terrible, que la protegería de la visión sangrienta que la atormenta. Todo lo contrario. Ahora habla de lo sencillo del procedimiento, de que podrá terminar el curso sin ningún problema, que sólo serán unos días sin ir a la escuela. Menos mal que su hija habló a tiempo; porque, de no haber sido así, se iba a desgraciar la vida para siempre.

Dócilmente, acepta. Es una chica obediente, siempre lo ha sido. No temerá más al futuro, espera salir bien de la intervención. Ya Yoelqui fue al banco. Katia marcha, con su madre, al hospital. Desecha los sentimientos que no llegó a tener, cuando se coloca en la camilla.

* Pelly: Denominación popular para "Profesor General Integral", PGI.

sábado, septiembre 20, 2008

El hombre que quería ser cubano.

- Me siento como ustedes.

No es así. Sólo lo cree. La falta de aprensión en su mirada atestigua que no es como nosotros.

- En los años que hace que visito este país, he llegado a quererlos. Tengo muchos amigos, he tenido amores. Ustedes son tan maravillosos que me siento parte de ustedes.

Lo comprendo, he escuchado palabras similares de muchos visitantes. Somos amables. Desde Colón vienen diciéndonos eso. Buenas personas, como este amigo, se conduelen de nuestras tragedias, quieren ayudarnos, en ocasiones lo hacen. Pero seguimos necesitando ayuda. No somos vagos, pero "se trabaja poco". Somos inteligentes, brillantes en algunos casos, pero "todavía pagan con espejitos".

- Me gustaría ser cubano.

Esto es nuevo. Muchos cubanos no quieren ser cubanos. Otros, quieren serlo, pero viviendo en otra parte. Parece que la nacionalidad cubana es mal negocio. No es como ser español o alemán. Pero este hombre, con pasaportes de varios países de primera, quiere ser cubano. ¿Hasta qué punto?

- Pagué el alquiler de dos meses y guardé el resto del dinero. Si no me busco nada, tendré que vivir dos meses con cincuenta CUC.

Difícil. No puedo evitar preguntarle. "¿Cómo piensa que puede ganar dinero?"

- Para sentirme cubano, tengo que ganarlo haciendo algo que pueda hacer cualquiera. Por ejemplo, trabajar en un agro o manejar un bicitaxi.

"No. Trabajar en un agro sólo pueden hacerlo los que tienen la plaza. No es algo que pueda conseguirse de pronto, a no ser que la compres. Si lo haces, ya no eres un cubano de a pie, sino un maceta. Para el bicitaxi, tienes que comprar uno y sacar licencia."

- ¿En qué puedo trabajar?

"Puedes revender periódicos. Te levantas a las cinco de la mañana y marcas muchas veces en la cola. Compras cincuenta ejemplares a veinte centavos y los vendes a peso. Así te buscas hasta cuarenta pesos en un día, si los vendes todos. Uno sesenta. Puedes vender bolsas de nailon en las afueras del agro. A peso, la bolsita, puedes ganar unos cien pesos aunque tienes que pagar por las bolsas. Es ilegal, pero poco perseguido."

- No me gustan esos trabajos.

"Eso significa que estás en condiciones de elegir. Muchos, no. También depende del nivel. Puedes hacer traducciones, cuando consigas clientes. Ten en cuenta que ya hay muchos traductores y es un trabajo bastante especializado. Yo te puedo presentar alguno, si recibe más trabajo de la cuenta, que te avise."

- ¿Y mientras tanto?

"Si sabes que tienes dinero guardado y puedes acudir a él en caso de emergencia, estás en las mismas condiciones que muchos cubanos. Excepto que tú tienes a tu favor el conocimiento de que es por sólo dos meses y puedes resistir mejor. Ellos están en peligro de depender de sus ahorros para toda la vida."

- No voy a utilizar ese dinero. De ninguna forma. Tampoco voy a jinetear, ni a escribir en revistas, ni ganar dinero de otra forma que como lo haga un cubano cualquiera.

"Puedes ser maestro particular. A veinte pesos la clase de dos horas, puedes preparar alumnos para la prueba de ingreso. Yo te pongo en contacto con un individuo que tiene una especie de academia." Aún así, no sería cubano. Ni se empezaría a sentir como tal. "Hace falta la paranoia."

- Ya yo tengo paranoia. Estoy alojado en un cuarto ilegal. Llegó un inspector a la casa, dicen que por un chivatazo, y me escondí hasta que se fue. Tengo tanto miedo de perjudicar a la casera que no me atrevo a salir al balcón.

No es toda la paranoia, pero se puede aceptar. El hombre se está esforzando. Se monta en el P5, apretando la cartera y le roban el celular. Como no puede utilizar su dinero, se queda sin teléfono. Aún así, persiste y también le roban la cartera. Por suerte, dejó el pasaporte en casa. "¿Cuánto te robaron?"

- Veintidós CUC y ochenta pesos cubanos. Pero voy a vivir con lo que queda. A los cubanos también les roban en el bus.

"Te falta algo importante. Eres demasiado independiente. Si fueras como nosotros, estarías buscando ayuda. Pensarías que el Estado debe ayudarte en una situación así. Dependemos mucho de las instituciones."

- Entonces, para ser cubano, ¿tendría que haber ido a la policía?

Puede ser. Pero su problema es de actitud. Es cierto que ha cambiado. Ha perdido algo de la ingenuidad de semanas antes. Ya no mueve la mano para pagar cuando está tomando una cerveza conmigo. Ya no les teme a las mulatas que pasan a su lado sin proponerle nada, porque no adivinan su extranjería. Ha olvidado su correo, la Internet, sus cuentas en los bancos. Sigue, no obstante, sin sentirse como cubano. "Te crees que tienes derechos."

- ¡Yo tengo derechos!

Es mejor que no se esfuerce. Lo que pretende es imposible. No estuvo en esa escuela, no vio esos canales desde niño, no conoció aquellos momentos. No esperó por un colchón de recambio después de una tormenta tropical. No sabe vivir el instante del "llegó tal cosa a la bodega". No lo logrará. No caigo en la tentación de decirle una tontería como: "La cubanidad es un tueste que se consigue a fuego lento." O algo de ese estilo. Lo desapruebo sin explicaciones: "No se puede ser cubano por dos meses."


 


 

jueves, agosto 14, 2008

Emprendedor

Según una leyenda familiar, fue un hombre que se hizo a sí mismo. Sin fortuna ni estudios, debió resultar muy duro salir de la pobreza. El también lo era. En el sentido necesario para prescindir de lo que fuera para invertir en "el negocio". Alquilar un almacén de víveres. Emprender la torrefacción, basado sólo en el buen precio del grano almacenado y en el "toque" de su hermano para dar buen gusto al tostar. Vender café tostado y molido a un pueblo con tradición de hacerlo todo en casa. Mejorar, ampliar, establecerse.

Yo lo conocí mucho después, cuando ya se daba el lujo de pagarse a sí mismo el batido de zapote que me daba dolor en la frente. Aunque se pierde en la oscuridad de mi memoria naciente, es de esa época en que recuerdo escucharlo. Me llevó a conocer el tostadero "El Pueblo", detenido en horario nocturno, que lo enorgullecía por la máquina de envasar en sobres de celofán. "Me costó noventa mil pesos, pero se lo voy a sacar en menos de un año." El olor de café dentro del recinto era escandaloso y lo estuve asociando a mi padre y mi infancia en un mundo en fase terminal, hasta que se me borró hasta la imagen de la fachada del edificio de la memoria. Después me llevó a la panadería y dulcería, también modernizada y a las que, quizás por falta de imaginación, también nombró "El Pueblo".

Su espíritu emprendedor le había convertido en orgulloso propietario de otros negocios (siete en total, creo). Era, lo que en la jerga al uso de años después se clasificaría como "burguesía de provincias". Tenía cuarenta y seis años cuando bajaron los "barbudos". Esto le alegró, como a casi todos. Él los había estado ayudando: enviaba dinero y medicinas a los alzados, ayudó a esconder a algunos, conocía a los jefes, tenía amigos y familiares entre ellos.

Pero al poco tiempo, cambió el tono y era frecuente verlo en la casa sentado junto al enorme aparato de radio con teclas y nombres de exóticas ciudades lejanas en el dial, escuchando discursos o programas de otros países. Varias veces en esos días escuché la propuesta que debieron hacerse muchos guantanameros "¿Por qué no agarramos un carro y hacemos un viajecito por la Base hasta que todo se calme?" Pero no dimos el viajecito y un buen día lo escuché indignado: "Que lo entregue voluntariamente y me dejan la cuenta en el banco y me nombran administrador de la panadería." Aunque no entregó nada, lo nombraron administrador de la panadería.

A pesar del decomiso de las cuentas bancarias, los negocios, los autos y del cambio de moneda, volvió a iniciar nuevas empresas en la Habana. Debe haber ayudado la venta de la casa de Guantánamo, que era una casa grande, nueva y bonita, situada en el centro de la ciudad. A mediados de lo sesenta nos vimos viviendo en un apartamento en los bajos de un edificio en la calle San Nicolás. Adjunto al mismo, otro apartamento, más espacioso, era una peluquería que brindaba sus servicios desde "antes" y pasó a ser propiedad de mi mamá. Y una cafetería, situada junto al pasillo, era la de mi papá.

La cafetería, aunque pequeña, mantenía una clientela continua desde las primeras horas de la mañana en que se hacía la primera colada. La peluquería, en cambio, era la imagen de la decadencia. Sólo Juanito tenía un grupo de fieles señoras que seguían ocultando sus canas o su escasez capilar gracias a las hábiles manos de este veterano peluquero. Mi madre, entusiasta estudiante de peluquería, decidió crear una escuela nocturna en el propio recinto. Contrató a un maestro famoso ("Alberto, el peluquero de las estrellas") y comenzaron los cursos, que ofrecían servicios gratuitos a las clientas que prestaran su cabeza, excepto por los materiales (tintes, desrices, decolorantes) que debían ser pagados "a precio de coste".

Era la época de los grandes moños, minifaldas, baby dolls, y el maquillaje agresivo. Así se ven en la fotos (de "Gume, el fotógrafo de…") las graduadas junto al maestro, parece que van a cantar con las d'Aida, exhibiendo un diploma que tendría valor incluso si se fueran.

En fin, entraba un chorro de dinero.

Una noche, mi papá, cargado con el enorme molino de café, entró a la casa pidiendo apoyo. Refrigerador, cristalería, cubiertos, mercancías, todo el contenido de su pequeño establecimiento durmió en la casa. Fue la noche de los timbiriches arrasados. El local de la cafetería fue clausurado y la peluquería, que tenía puertas de cristal, estaba cubierta de espejos y daba trabajo legal a varias personas, fue intervenida con la consabida fórmula de mantener a la dueña como administradora. No pasó mucho antes de que cerraran la peluquería y extendiéramos nuestra vivienda por toda su área.

No puedo profundizar mucho en el significado de aquel golpe para la economía nacional, la sico-sociología del cubano o la situación política interna y externa. Para mi padre fue devastador. ¿Cuántas veces se puede perderlo todo? Crear, a base de inteligencia, dedicación y trabajo, un servicio que le da sentido a tu existencia y te permite subsistir y prosperar y ver que una absurda decisión se lo lleva todo y que a la mañana siguiente ya no tienes que madrugar, porque estarás todo el día sin nada en qué ocuparte.

Después de una etapa de alcoholismo (la recuerdo poco, supongo que la memoria infantil es compasiva), mi papá se regresó a Guantánamo. Estuve un tiempo sin noticias suyas, hasta una mañana en que no pude ir a la escuela porque mi papá estaba "grave". Mucho debía de ser porque se trataba de ausentarme a los exámenes finales de séptimo grado.

Cuando llegamos a Guantánamo, tampoco lo vi. Pasaron uno días antes de encontrarlo, en perfecto estado de salud y apurándonos para montar a un vehículo que nos llevaría a una región agreste, donde seguimos el curso de un río que nos debió conducir a la base naval. Lo hubiera hecho si no nos hubiese encontrado una patrulla de Guardafronteras y nos hubieran metido presos por "intento de salida ilegal" un delito que en aquellos tiempos se tipificaba como "contra la seguridad del estado".

Sólo él y otro viajero que ocasionalmente se nos había unido, quedaron presos. Los demás, niños y madres, fuimos puestos en libertad después de tres días de tontos interrogatorios.

Regresamos a La Habana y tuve noticias esporádicas de mi padre. Cumplió dos años de cárcel, volvió a enriquecerse (esta vez, por un método menos legal: anotando bolita), enfermó, le robaron. Lo vi una vez más, en un camastro en un cuarto desprovisto de comodidades, con un ventilador de hierro que no alcanzaba a disipar los hedores de la ancianidad y la borrachera. Apenas me reconoció. Su cirrosis hepática no le había impedido deslizarse en la inconsciencia alcohólica.

Era mi primer viaje a Guantánamo sin acompañante y todas mis visitas fracasaron por ausencia, enfermedad o muerte. Un señor, antiguo amigo de mi padre, que estaba sentado en su portal, me dijo: "No te preocupes. Él se levanta. Todavía tiene mucho dinero escondido." Se equivocó. Ya no pudo emprender otro camino que el del cementerio. No tenía nada, tampoco le hubiera servido en su estado. No sólo había perdido sus negocios, sus autos, casas. También había perdido a sus hijos, que no lo acompañamos en su viacrucis.

Hace treinta y cinco años que murió. Nuevas generaciones de emprendedores lo han intentado desde entonces. Algunos han tenido éxito. Es doloroso que todavía sean frenados, que no puedan actuar con garantías, que se estimule la envidia y extrañamiento hacia los que encuentran formas legítimas de procurarse bienestar a sí mismos y a los suyos, aunque hayan creado algún servicio que satisfaga necesidades nuevas o antiguas.

lunes, agosto 11, 2008

La saga de Solzhenitsin

Dejé pasar la ocasión de su muerte, como he dejado otras, sin decir nada. Un amigo (Epepeh) escribió en su blog un artículo sobre el gran escritor (http://epepeh.blogspot.com/2008/08/el-hombre-ms-grande.html) y me envió el link. En ese momento, me limité a leer su entrada.

Reaccionando tardíamente, quiero expresar unas ideas sobre este acontecimiento.

En mis tiempos de participante maldito del Taller Literario, me recordaban a veces que los matemáticos, cuando se meten a escribir, tienen "problemas ideológicos". Lejos de enorgullecerme por haber sido colocado junto a escritores insignes, negaba con vehemencia toda relación con el escritor ruso.

Creo que tenía razón, aunque casualmente y en sentido contrario a lo que pensaba entonces. Lo que se decía en "La Espiral De La Traición De Solzhenitsin" de Rezac y en "El acróbata", de Harry Thürk,
escritos con tinta color veneno, me distanciaban de ese supuesto escritor mercenario, carente de amor a la verdad y a la belleza, cuyas obras desconocía y cuya fama sólo era explicable mediante la traición.

Mucho después, revisando el librero de una vecina, vi que tenía "Un día en la vida de Iván Denísovich" y lo pedí prestado asumiendo que iba a encontrarme un compendio de infundios mal compuestos, pero que debía leer en ejercicio de justicia.

Jamás he leído nada tan fuerte. Aquel minúsculo libro contenía la mayor densidad de ideas y sugerencias que puedan conseguirse en una narración tan apasionante. Su carácter testimonial, dado por la calidad de los detalles y la exactitud de las relaciones entre los componentes de aquella inmensa tragedia no podía negarse. Thürk y Rezac mentían en cada palabra al referirse a su obra (no se equivocaban, la mentira es siempre intencional.)

Este libro me dijo más acerca de la literatura, de la política, la justicia y de mí mismo más que ningún otro. Supe por él que todavía yo deseaba escribir y que trataría de hacerlo de ese modo: mostrar cómo el hombre, ante una realidad aplastante e incomprensible, actúa. No espera la muerte como un animal herido. Lucha por la vida y su ingenio le proporciona los medios para hacerlo. El realismo se logra observando lo peculiar.

No podía encontrar el "Archipiélago Gulag". Precisamente Epepeh me lo prestó, cuando ya había desistido de buscarlo. Un ejemplar amarillento, cuyas hojas, desprendidas, había que recolocar para no sufrir desórdenes en la lectura. ¡Qué libro! Los testimonios caían, uno tras otro, ante mi jurado mental, proporcionándome un conocimiento que no podría ser ignorado nuevamente. ¿Cómo hay tantos que los olvidan? La fuerza de la palabra de Solzhenitsin, citando en ésta sólo hechos, era demoledora.

No he podido leer ninguno de sus otros libros, no dudo que sean trascendentales y conmovedores como estos.

Ha muerto el hombre. Su obra, una vez desaparecidas las pasiones que oscurecían su imagen, será colocada con las de Dostoievski y Tolstoi entre los grandes aportes de la literatura rusa al pensamiento universal. Una pléyade de escritores, algunos casi olvidados, del inmenso país, sorprenderán siempre a algún lector novicio que no espere encontrar la profundidad, el ingenio y la belleza que suelen tener las obras de aquellos y otros como Gogol, Chejov, Shólojov, Bulgákov, Pasternak y tantos más que hacen la lista imposible.

La leyenda del prisionero sometido a condiciones inhumanas, que logró poner en la picota no sólo a sus captores, sino también al sistema carcelario, seguirá alentando a todos los ivanes que por ahí andamos.

sábado, agosto 02, 2008

Un día cualquiera

Comenzó como casi todos, con escasos éxitos y frecuentes obstáculos. Siendo el primero de agosto, día del medio de las vacaciones escolares, la realidad de un mes perdido en desilusiones y desesperanzas, con el agobio del calor y el tedio, he mirado al calendario y al Plan para constatar, una vez más, que todo lo llevo con retraso y no podré terminar la mayor parte de mis tareas de verano.

Algo logré: había torneros trabajando, que me vendieron las cinco tuercas que faltaban en el aseguramiento de las llantas. El carro arrancó, gracias al empujón caritativo de paseantes anónimos. Llegué a tiempo a un mercadito improvisado en 12 y 17, para comprar algo de carne y frutas. Tuve un rato para revisar textos.

A la hora del noticiero, el teléfono. Mónica, una sobrina que vive en la Florida, me dio la noticia: nació mi nieta, un poco sorpresivamente, adelantándose quince días.

Aunque una buena parte de la humanidad conoce la dicha de tener nietos y otra parte seguramente la conocerá, para mí es un hecho especial. Este momento es de una realización absoluta. Mis hijos me han dado muchas alegrías, son personas maravillosas. Mi mayor deseo es que ellos reciban esas mismas satisfacciones de los suyos.

No pienso en términos de estirpe, sino en la satisfacción del cariño, en la completitud de la persona, que hoy ha alcanzado mi mayor niña. Comparto su felicidad en la distancia. Estiro el cuello noventa millas para mirar la nena en su cunero.

Como buen abuelo chocho, quisiera que esa bebita me tuviera consigo. Como cubano, sé que es difícil. Soñaré con ese día. Sigo esperando.

jueves, julio 31, 2008

El Santo de San Luis

Es el título de uno de los relatos que narran las abuelas en el portal de su casa paterna. Roberta, la autora, a pesar de la cámara que la está filmando y del público que las rodea, habla en voz baja, ya que ha tenido que frotarse la garganta con miel de abejas y sal. Gracias al silencio general, es posible escuchar la narración.


El Santo de San Luis.

Y con mucha razón, creo yo. No sé si hay que ser más santo para que a uno lo maten de una forma horrible sin renunciar a sus creencias, que para hacer las cosas que ha hecho Gasparito en San Luis, sin cobrar un medio, ni siquiera en lo más duro del Período Especial, cuando la gente se tragaba cualquier cosa para quitarse el hambre.

Yo sufría más que nadie, porque siempre he sido de buen comer y no aparecía ni un pollo para una sopa si no tenía un montón de dinero con qué pagarlo. El dinero se iba como el agua y a los tres días del cobro ya no quedaba ni para comerse una croqueta sin pan. Pero lo que acabó conmigo fueron los zapatos de Rosita, mi nieta. Si fuera cosa de coser, no habría problemas, porque yo sé sacar el hilo de cualquier tela, y con un hilo fuerte se lo hubiera cosido en la punta, en el calcañal, en la suela; les pondría una cartulina fuerte por debajo y así, por lo menos, seguiría yendo a la escuela. Pero llegó un momento que la chiquita estaba llorando de dolor porque los zapatos le apretaban y no había tanto dinero como para comprar un par de zapatos. Entonces me decidí a pedir ayuda.

Con quien único se puede contar en un caso como ése, es con la familia que una tiene en el extranjero. Justina. Pero, ¿como avisarle a mi hermana de la urgencia? En mi pueblo no hay tantos teléfonos y no se puede llamar "a pagar allá", como decimos. Tampoco había por aquellos años noventa esos servicios de tarjetas pre-pagadas, ni existían ya las cabinas internacionales. Nada. Dependíamos del correo y de que llamaran de casualidad a casa de una vecina para salir corriendo y hablar lo que quedara de los cinco minutos.

Hice mi carta explicándole a mi hermana la situación, sin entrar mucho en detalles, porque es algo que da vergüenza; quiero decir, una no escribe que tiene los blúmers rotos y las toallas transparentes. Ni que las patas del sofá son mitades de ladrillos.

Pero el correo se demoraría, con buen tiempo, tres meses. Nunca he comprendido qué hacen las cartas para viajar tan despacio. En el mejor de los casos, los zapatos de Rosita, iban a venir para el próximo curso. Y la situación no admitía demoras.

La gente empezó a darme ideas: "Ve a la Iglesia. A lo mejor aparece una donación." "Habla con el sindicato del trabajo de tu hijo." "Llégate al Municipio del Partido."

Todo lo hice, pero Rosita seguía sin zapatos. Entonces me dijeron: "¿Ya hablaste con Gasparito?" "¿Y quién es Gasparito?" "Gasparito es un santo." Esa fue la primera vez que escuché hablar de él como "un santo".

Me lo imaginaba como un negro viejo, vestido de blanco. De esos que hay que matarles no sé cuantos pollos, chivos y carneros, para que monten un muerto y empiecen a hablar torcido. Estaba tan desesperada que agarré el papelito con la dirección y salí a caminar hacia su casa. Era una casa pequeña, frente al parque, casi en la esquina. Había dos muchachos jugando en el portalito cuando pregunté por él.

"¡Tío! ¡Te buscan!" Gritó uno de los niños. Salió un joven delgado, con espejuelos de mucho aumento. "¿Usted es Gasparito?" "Sí…, abuela." No sabía si decirme "señora" o "compañera", por eso hizo la pausa. "¿Usted podrá ayudarme…? Deje, ya veo que no." "Pero, dígalo. A lo mejor, sí." La verdad es que se veía muy mal alimentado y peor vestido. ¿Cómo iba a ayudarme? Pero adivinó: "Usted necesita comunicarse con alguien en el extranjero." Moví la cabeza. "Yo puedo llamar al teléfono que usted me diga, aunque sea en Miami." "¿Sí? ¿Y cuándo?" "Es mejor por la noche, después de las once. Pero si quiere, lo intentamos ahora mismo. Pase."

La casita estaba llena de gente. Al pasar, abordaban a Gasparito con peticiones: "¿Pudiste salvarme la información?" "¿Me bajaste los draivers?" "¿Qué hago para que el pirata no me corte la cabeza cuando trato de agarrar el mapa?" En otra sala había otros muchachos más jóvenes que Gasparito discutiendo con voz alterada "¡Le pongo una bandera al comienzo del ciclo y dejo el puntero donde estaba!" "¡Se están comiendo toda la memoria con esa rutina!" Trataron de detenernos, pero seguimos de largo hasta el último cuartico.

Allí había una mesa con cosas raras y aparentemente rotas. "Siéntese, por favor." Se escuchó un ruido variable, como de un motor de agua con la caja de bolas escariada. "Un momento." Le acercó un pedazo de teléfono conectado por un cable plano, de antena de televisión. "Dígame el número." Como si yo me lo supiera. Pero tenía un cartoncito en el monedero. Se lo di, sin esperanzas. "La conexión es lenta, la voz se escuchará entrecortada, pero puede hablar." ¿Hablar? ¿Por aquel aparato? Sonó un timbre. "Aló." Por poco me da un patatús: era la voz de Justina. "¡Justa!" Gasparito se retiró discretamente. No sé qué me pasaba, no podía hablar. "¡Los zapatos!" "¿Qué?" "De Rosita" "¡Habla claro! ¡No te entiendo!" Se cortó la llamada. Tenía que avisarle a Gasparito. Desde mi asiento podía abrir la puerta. Lo hice y enseguida se asomó un muchacho: "¿Se cayó?" "Sí." "¡Gasparito!" Se presentó enseguida. "Es que la hora es mala. Un momento." Se volvió a escuchar el ruido. El timbre. La voz de mi hermana. "¡Soy yo!" Pero ella seguía "¡Aló! ¡Aló!" Y cuando dijo "¡Betica!", se volvió a caer. "Oiga, me da mucha pena. Pero creo que es mejor que venga por la noche, o por la mañana bien temprano. A eso de las seis."

Salí de aquella casa con toda la rapidez que mi cuerpo permitía. Dos mujeres que estaban en el portal de la casa de al lado trataron de detenerme, pero no quise ni escucharlas. Aunque fui corriendo por la calle, llegué tarde: ya Justina había llamado a casa de mis vecinos y tuve que esperar hasta las ocho de la noche para hablar con ella.

En menos de una semana, llegó un paquete por CubaPack International conteniendo un par de zapatos (¡Charol!) y doscientos dólares. Los zapatos le quedaban como dos tallas de grande y tuve que usar tres dólares para comprarle a mi nieta unas zapatillas en la chopin del pueblo que por aquella época empezaba a dejar que cualquiera entrara, aunque te pedían mostrar el dinero en la puerta.

Fui a ver a Gasparito. "¿Quiere hablar con su hermana? Porque a esta hora…" "No, vengo a pagarte por el servicio que me prestaste." "Disculpa, pero yo no cobro los favores." "No, yo quiero hacerlo." "No cobro, señora." Aquí no vaciló. Pero yo no soy de las que se quedan con una obligación pendiente. "Necesito que me cobre." "Venga siempre que quiera, que yo no le voy a cobrar." "Yo no puedo hacer eso." "¿Qué cosa? ¿Recibir favores sin devolverlos?" "Sí." "Siempre puedes devolver el favor. Para mí, no quiero nada. Pero, si te sientes en deuda, haz algo por cualquier otro y no le permitas pagarte. Si insiste, le dices lo mismo que yo te estoy diciendo."

No pude convencerlo. Ese sistema tiene algo de malo: yo nunca sentiría cancelada la deuda. Cuando una tiene unos dólares en un pueblo tan desmejorado como el mío, se siente generosa. Así que tomé mi decisión. "Voy a regalarle los zapaticos de charol a la hija de Gertrudis." La pobre, su marido es alcohólico, así que su miseria es doble. Un diablo, metido en mi cabeza, me decía: "Por lo menos te dan dos pollos por esos zapatos." Y yo misma me respondía: "Tengo dinero para comprar comida, déjale los pollos a los que los necesitan."

Cuando salía de la casa de Gasparito, me volvieron a llamar las vecinas. "¿Sí?" "Venga, que le queremos hacer unas preguntas." "Digan." "¿Te ayudó?" "¿Quién? ¡Ah! Sí, muchísimo." "¿Quiere contárnoslo?" "¿Y esto qué es? ¿Policía?" "¡No! ¡Qué va! El problema de los cubanos es que nos imaginamos que cualquiera es policía. Yo lo quiero muchísimo, como todo el mundo en el barrio. Pero mi hija escribe unas crónicas sobre la Vida y Obra de Gasparito, para llevarlas a un concurso, y nosotras la estamos ayudando. Mire la libreta. Está llena de historias de personas agradecidas por lo que ha hecho por ellas." "Bueno. Mi historia no es muy interesante, pero puede servir." Les hice el cuento. Al final, me leyeron lo que habían puesto en la libreta. "¿Y esas siglas?" "ComTAUSA. Comunicación, teléfono, ayuda, USA. Así es más fácil contarlas después." "Pero lo más importante es el relato, no las cifras." "Yo me he quedado con ganas de hacer algo, así que si quieren, las ayudaré."

Regresé a mi casa, cogí los zapatos. Nuevos, preciosos, con un lacito rematado en un brillante de fantasía. Hubiera esperado un par de años para que Rosita los utilizara y todavía le habrían encantado. "Estos zapatos necesitan un par de medias blancas con encaje." Caminando hacia casa de Gertrudis, imaginaba su frustración con los zapatos, a causa de las medias. Seguí de largo. En la tienda, el par costaba uno setenta y cinco. "Deme unas medias blancas y otra pareja rosadita." Tres cincuenta. El precio de un pollo.

Llegué a casa de Gertrudis. La niña estaba jugando yaquis con otra. De una mirada, le medí los pies. Los zapatos le servían, quizás le quedaran medio punto grandes, pero así duran más. "¿Cuándo es el cumpleaños de la niña?" "Ya pasó. Fue hace dos meses." "Mira lo que le traigo." "¡Dios mío! ¡Qué belleza! ¿Son del Norte?" Los miré por debajo. "No. Son chinos. Pero vienen de allá." Esto último restituyó el prestigio que los zapatos parecían haber perdido. Su mirada bajó de tono: "¡Ay, vieja! ¿Con qué se sienta la cucaracha? Yo no tengo para eso." "Ni tienes que tener. Es un regalo. Con estas medias." La niña se había levantado y me miró de una forma que me volvió a poner en deuda con Gasparito. Me preguntaba qué se pondría normalmente para ir a la escuela, pero la respuesta saltaba a la vista: el uniforme, doblado en una silla debajo de la cual había un ripio de zapatos de hombre con unas medias de niña tiradas encima.

Salí a la calle, pero Gertrudis me siguió, insistiendo en que ella no podía pagar. Se sentía mal, porque me había criticado muchísimo a causa de aquella vez en que yo no quise entrar en la gritería contra el infeliz del solar y ahora yo le estaba devolviendo el mal con el bien. Yo la escuché un buen rato y no pude sustraerme a la tentación de repetirle lo que me había dicho Gasparito: "Hazle un favor a cualquier persona, sin esperar retribución y ya me habrás pagado."

No sé qué habrá hecho su corazoncito con la idea, pero yo me sentía tan alegre, que decidí dedicarme a ayudar a cualquiera, mientras más necesitado, mejor, sin aceptar pago de ninguna forma.

A la mañana siguiente, me presenté en casa de las vecinas de Gasparito. "¿En qué puedo ayudarlas?"

Al cabo de un mes, lo sabía todo sobre aquel a quien llamábamos Santo Sanluisero. No tenía familia: nunca supo quiénes eran sus padres. Ni casa. Era desempleado perpetuo. Vivía de la caridad del pueblo, le llevaban comida en cajitas de cartón, le traían ropa limpia y recogían la ropa sucia. Le entregaban piezas de radios, televisores, computadoras, chatarra electrónica, para que escogiera los pedazos con los cuales obraría sus milagros. Un día, le dije que necesitábamos trabajar en una computadora para poner en limpio un trabajo que estábamos haciendo y, sin preguntar de qué trabajo se trataba, comenzó a traer cosas raras y las puso en una mesita al lado del televisor Caribe que había en la sala. El televisor estaba roto, pero no se amilanó por ese detalle: fue a la cocina y puso a calentar un clavo que tenía en la punta de un mango de martillo. Puesto al rojo, lo pegó a algunos lugares de una pieza que había sacado del televisor y, después de colocarla, el televisor comenzó a funcionar, con el añadido de un interruptor que permitía que sirviera de pantalla para la computadora, como quien cambia de canal.

Allí pasé en limpio las historias que habían recopilado las vecinas. Gasparito era un alma de Dios, no tenía malicia ni ambición. Cualquiera podía pedirle lo que sea, que él daba al instante lo que le fuera, sin pensar si le iba a hacer falta después. Pero la gente, por agradecida o por conveniencia, le traía todo lo que se encontrara que pareciera servirle. También le llevaban comida, ropa limpia y lo cuidaban. Era un muchacho pobre, que no tenía nada suyo. El lugar donde me comunicó con mi hermana era parte de la casa de las vecinas, que lo habían acomodado allí para que pudiera seguir haciendo sus milagros.

Porque era un santo milagrero sin ofrendas. ¿Cómo explicar que arreglara las computadoras que los técnicos de los centros de trabajo desechaban, sin utilizar nunca una pieza nueva? ¿Que le recuperara la información a personas que ya estaban resignadas a pasar el trabajo de nuevo? ¿Que ayudara en cuestiones técnicas a expertos, sin haber ido a ninguna universidad?

Pero lo más sorprendente fue lo de la Internet. Él se conectó cuando nadie en el pueblo tenía acceso, muy pocos tenían teléfono en la casa, la gente ni siquiera sabían qué era eso de la Internet. Cómo lo hizo, es un misterio. También, que consiguiera cuatro líneas telefónicas sacando un cable de la cajita; y que nunca lo detectaran. Todo el mundo iba a verlo, cuando necesitaba mandar correos, leer noticias o llamar a algún familiar, como fue mi caso. Hasta unas muchachitas desesperadas por encontrarse un extranjero que las sacara del país iban con él para ver si encontraban uno por Internet.

Lo mejor era que los "tocados" por Gasparito se infectaban con la enfermedad del desinterés. Puede decirse incluso que enloquecían del deseo de ayudar a los demás. Era una plaga contagiosa, aunque benéfica, que llegó finalmente a apropiarse de todo el pueblo. Nosotras, las vecinas y yo, le dimos organización y auge al movimiento; pero el inicio y el impulso fueron suyos. Aparte de llevar una relación de sus actos filantrópicos, nosotras buscábamos noticias de necesidades, muy abundantes en aquellos tiempos, y dábamos apoyo a las personas sin pedirles nada a cambio. Luego les decíamos que, si querían saldar su deuda, hicieran lo mismo. Pronto surgieron otros grupos iguales al nuestro. Cada comité tenía su lema: "Bien sin Fronteras", "Vivir y convivir", "Hagámonos felices", eran los de algunos de los grupos más activos.

Ya no importaba si eras borracho, policía, funcionario, prostituta o cuadro del Partido. Todos, absolutamente todos los sanluiseros, nos convertimos en buenas personas. Había frenesí de trabajo: se cumplían las metas, pero también se quería al prójimo más que a uno mismo. Bueno, no todos cumplían las metas: los jueces dejaron de condenar, desaparecieron las multas y los mítines de repudio. No era posible encontrar en San Luis a un envidioso ni a un ladrón.

Las quejas llegaban desde los organismos provinciales y nacionales. "¿Qué pasa con ustedes? No mandaron los cincuenta policías a la escuela nacional de la Habana." "No cumplieron la orden de desarticular las conexiones clandestinas." "No enviaron los delegados al Pleno."

Llegó una visita de la Provincia. Eran funcionarios de corazón de palo. Con guantes de seda y dedos de alambre, creían no necesitar ayuda más que de arriba. Igual se rindieron ante el alud de bondades que les vertieron encima. Regresaron transfigurados de tal forma que sus superiores pusieron al pueblo en cuarentena y enviaron una orden terminante a la jefatura del Comando Unificado del Municipio para que entregaran al cabecilla Gasparito y se dejaran de comer catibía. Para que vieran que la cosa iba en serio, nos cortaron el agua, la luz y las líneas telefónicas.

Fue inútil, ya que eran vicisitudes corrientes para el pueblo y en pocos minutos se pusieron en funcionamiento los generadores, las bombas y las transmisiones satelitales que Gasparito había perfeccionado.

Entonces amenazaron con bombardear la casa del muchacho. La gente se lanzó a las calles, para protegerlo. Pero él les pidió calma y les dijo que nada malo iba a suceder porque conversara con aquellos hombres ofuscados, que saldría para ponerse a su servicio, pero regresaría pronto.

Todos llorábamos cuando Gasparito salió a la calle que conducía a la salida de la ciudad. Fufú, el bobo del pueblo, se le abrazó diciendo que no lo dejaría marchar. Y tenía una fuerza increíble. Tres hombres no conseguían abrirle los brazos. Hasta que a uno se le ocurrió cosquillearle en las costillas. Fufú cedió lo suficiente para que le arrancaran a Gasparito de sus brazos. Con el impulso, el muchacho perdió el equilibrio y se fue de caída contra el contén. Uno de los hombres reaccionó y tratando de agarrarlo por la camisa, le dio un golpe por el pecho, proyectándolo con más fuerza.

Todos quedamos congelados. Pero el más inmóvil fue, al cabo de unos segundos, el propio Gasparito. Desde el primer momento supimos que no era necesario ningún médico. Su mirada inmóvil y la oscura masa sanguinolenta que corría hacia el tragante dejaban bien clara la tragedia.

No lo velamos. Esa misma tarde lo llevamos al cementerio y lo pusimos en una tumba llena de chatarra electrónica. El cura se atragantó y no pudo decir nada, sólo hizo la señal de la cruz.

La bondad siguió entre nosotros, pero poco a poco perdió su virulencia. Al principio era natural: atendimos a los invasores, les dimos alimento y albergue. Como había desaparecido el foco, se despreocuparon de la contaminación y nos devolvieron el pueblo.

Después se fue haciendo más difícil ser magnánimo. Ser egoísta y envidioso es natural en nuestro mundo y teníamos que esforzarnos para alejar lo malo de nuestras mentes. Finalmente, muchos se olvidaron de lo que habían sentido con el muchacho y hasta de sus hechos.

Entonces nos reunimos las cronistas. "Gasparito era un santo. No se puede negar. ¿Qué más hace falta para ser santo?" Fuimos a ver al cura. "Bueno, no es tan fácil. Sólo a Roma corresponde confirmar la santidad de una persona. Es un proceso largo, que lleva muchos requisitos y años de investigación." "Pero nosotras lo conocimos y muchos otros pueden atestiguar." "¿No hay un modo más rápido de que lo hagan santo?" "Hija, eso de que lo hagan santo, no parece propio de la religión católica. No se hacen santos. Un alma bendita puede tener virtudes heroicas, pudo sufrir martirio, testimoniando su fe. Podemos aclamarlo por muchas cosas, hacerlo objeto de culto popular. Pero nada de eso obliga a que vaya a ser incluido en el santoral. Mejor empezamos por el principio. ¿Era católico? ¿Estaba bautizado?"

La discusión fue larga y en algunos aspectos se puso difícil. Por ejemplo, para ser Santo, hay que hacer milagros. Pero los milagros hay que justificarlos con Certificado Médico. Quiero decir, que los que valen son aquellos en que el Santo salva a algún moribundo de una terrible enfermedad. Tienen que haber firmas de doctores reputados que garanticen que el agonizante no tiene cura y después, el candidato a canonización debe, mediante la fe, curarlo de todo mal. Entonces, ¿no es milagro devolver la vista? ¿Hacer caminar a un paralítico? "Bueno, también." "¿Y levitar?" "Levitar, no ayuda a nadie."

"¿Y los milagros tecnológicos?" "¿Qué es eso?" "Lo que hacía Gasparito. Convertir un teléfono en módem y un radio Selena en una tarjeta de sonido." "¿Y eso que tiene de milagroso?" "Yo no sé. Pero los muchachos de la Universidad creen que sí. Como comunicarse con los satélites igual que otros hablan con los espíritus o con los santos." "Roma nunca aceptará esos milagros. Son obras de una persona inteligente y nada más." "Pero nadie puede explicarlos." "Ya lo explicarán." "Me parece que en esto hay un doble rasero. Si una persona descubre un método novedoso para curar una dolencia y no le dice a nadie como lo hace, entonces sus milagros califican de santidad, pero este muchacho, que tenía el don de hacer buenas a las máquinas y a las gentes, no." "No crean, que yo también lo admiro y pienso que Dios hablaba a través de sus actos. Pero el proceso de beatificación es muy estricto y no debemos abusar. ¿Cómo aprendió lo que sabía de las computadoras?"

"Mirando, como Cristo cuando se sentó entre los doctores." "No lo compares al Señor. Lo que dices casi es una blasfemia." "No es ofensivo, quiero decir que no aprendió de nadie. Cuentan, de cuando era niño, que lo llevaron con los de su aula a una exposición de Ciencia y Técnica que había en la Feria del Pueblo. En una de las mesas había un televisor (blanco y negro, como todos los de la época) con un tablero inteligente conectado. Un hombre sudoroso tecleaba claves extrañas que se reproducían en la pantalla, mientras sus dos hijos lo observaban, impacientes. Apretó una tecla y el televisor hizo un ruido, presentando una operación matemática que terminaba en un signo de interrogación parpadeante. El padre le extendió el tablero al hijo, que escribió la respuesta, recibiendo un cartel de felicitación en la pantalla. Luego, la hija probó suerte y así estuvieron los dos, alternándose, mientras Gasparito corroboraba mentalmente la validez de los cálculos. Uno de los muchachos escribió un número incorrecto y él le dijo '¡No!' demasiado tarde: ya se escuchaba una burlona marcha fúnebre con un burlesco mensaje de aliento en la pantalla del televisor. El padre dijo: 'Ahora le toca al otro niño.' Gasparito acertó sin fallar cinco veces, a pesar de que cada operación era más compleja que la anterior y se acortaba el tiempo para responder. Entonces el hombre detuvo el programa y se puso a arreglarlo, mientras Gasparito intentaba comprender lo que hacía.

Después, cuando aparecieron los Joven-Club de Computación, había que sacarlo a la fuerza, porque se pasaba el día allí. Tanto, que le cambiaron su nombre por El Periférico. Nadie sabe como fue aprendiendo tantas cosas, pero así empezó." "¿Tienen documentos?" "Hemos recogido testimonios, de muchas personas a las que ayudó. Hemos descrito la situación del pueblo, escribimos sobre lo que sucedía en la cabeza de la gente después de conocerlo. Todo está en esta carpeta." "Bueno, déjenmela."

Al cabo de un mes, ya estábamos aburridas de que el cura nos diera largas. Nos íbamos a reunir para resolver el próximo paso, pero nos llamaron: "¡Vayan al cementerio!" Salimos a toda prisa. Cuando ya estábamos cerca, vimos un grupo, como de treinta hombres y mujeres, rodeando a la tumba, algunos de rodillas, en actitud de rezar, otros de pie con la mirada caída. Sin saber lo que era, le dije a Yuliet, la más joven de nosotras: "¡Corre a buscar al cura!"

Cuando llegaron ya había más de cien devotos de Gasparito. "¡Escúchelos, Padre!" "¡Es verdad, le digo que es verdad! Ese monitor ya era baja técnica. Ayer lo puse sobre la tumba y hoy amaneció encendido, ¡aquí no hay la corriente! ¡Gasparito lo arregló!" El sacerdote ya estaba esbozando una sonrisa de incredulidad cuando habló un anciano. "Yo vine con mi hijo a traerle la computadora a Gasparito. Decían que la tarjeta madre estaba rota. Le habían quitado las memorias cuando vieron que los filtros habían explotado. Anoche me senté al lado de la tumba, abrazado a la máquina. Sentí como un ronroneo y la miré. Lo juro: los bombillitos estaban tintineando. ¡Dios mío! Estaba conectada al monitor y funcionaba." Muchas voces hablaban al mismo tiempo: "¡Me rellenó los cartuchos de la impresora!" "¡Eliminó los virus de la computadora de mi trabajo!" "Yo vine a pedirle que me recupere la información del disco, que ahí está la tesis de Isabelita. Padre, ¿Usted puede ayudarme? ¿Puede hablar con él?" "¡Gasparito, desbloquéame el celular!" "¡Haz que baje la cuenta de la luz!" "¡Me arregló el MP3!"

Lentamente, tratando de que no lo notaran, el clérigo dio unos pasos atrás. Se encaramó sobre un banco, desde el que podía observar la muchedumbre. Apretó dos dedos y dijo en voz baja. "Amén."