miércoles, junio 11, 2008

Vergüenza de la vergüenza

Una mañana fui con mis pies a Villa Maristas. Había sol y el viaje en guagua duraba más de media hora, pero mi ansiedad y juventud restaban importancia a esos detalles. En la recepción leí el nombre de un individuo y el mío. Luego de la espera, me llevaron a una pequeña habitación donde el individuo cuyo nombre había citado se reunió conmigo.

- La ciudadana ha cometido un delito de Tráfico de Divisas continuado. Para ello, organizó una red de compra y ventas de dólares procedentes de Guantánamo. Tenemos todas las pruebas necesarias y su confesión firmada.

"Nunca se puede confesar" me había dicho mi mamá algunos años antes. "En realidad, es la única prueba que pueden tener contra una." Por eso, saber de su confesión, me hizo concebir terribles temores.

- ¿Cómo está ella?

-Ha habido que atenderla a causa de su hipertensión, pero en este momento la tiene controlada. La vas a ver dentro de unos minutos, pero antes debo hablar contigo.

- Dígame.

- Nosotros sabemos que a pesar de la influencia que tus padres puedan haber ejercido sobre ti, tu eres un joven comunista y hemos obtenido buenos informes acerca de tu militancia. Debes saber que esto no te va a afectar en nada, por parte de nosotros. Lo que haya hecho tu madre no es culpa tuya. Te recomendamos que no comentes este asunto en la escuela, ni en el comité de base.

Después, hizo pasar a mi mamá al sitio donde nos encontrábamos. Recuerdo la impresión que me causó verla, claramente nerviosa y preocupada, con las señales de la reciente hipertensión, el color blancuzco, las piernas hinchadas. No llegaba a los cuarenta, pero en ese momento me pareció mayor.

- ¿Cómo está la niña? ¿Con su abuela?- Mi hermanita, que iba a crecer separada de su madre en una etapa crucial, era su primera preocupación.- Dile a mi hermana y a mi mamá que yo estoy bien, que no se preocupen por mí. ¿Todo está bien por allá?

Delante del oficial no podía preguntarle mucho. Me dijo que la habían tratado bien, que el médico la estaba atendiendo. La pregunta que me hacía era ¿cómo hicieron para que confesara?

Tuve mi respuesta, mucho después, en una de las visitas que pude hacerle a la prisión "Nuevo Amanecer". "El oficial me hizo ver que iba a continuar investigando y que otras personas de mi familia se podrían ver implicadas. Sólo de pensar en que mi mamá tuviera que pasar por esto, era suficiente para mí. Total, a ellos les basta su convicción."

Al salir de Villa Maristas, decidí esconder todo ese asunto lo más hondo que pudiera. ¿Tenía vergüenza? Eso creo. Sin embargo mi admiración y mi orgullo por mi madre estaban no sólo intactos, sino reforzados. Mi vergüenza probablemente fuera la de la víctima. Quizás, también, el temor de verme clasificado, de no ser jamás elegible, de convertirme en subpersona.

Así, pues, sepulté todo aquello en lo más profundo. Nunca lo mencionaba, apenas recordaba que en ese tiempo en que yo viajé a Alemania para competir en la Olimpiada Internacional de Matemáticas, mi mamá estaba en "Nuevo Amanecer". No lo mencioné en las planillas de la Universidad, ni en ningún otro lugar.

Pero ahora siento que lo debí haber proclamado, no mantenerme en silencio, no sentir vergüenza.

Ahora tengo vergüenza de haberla tenido.