sábado, noviembre 10, 2007

Dos cuentos inéditos

Prometo que más adelante intentaré satisfacer los deseos del Espíritu de Vicentina Antuñas. Es una tarea ardua y que debo realizar, pues es coincidente con mensajes privados que me envió otro amigo que me acusa del pecado de "solipsismo informativo" al narrar fragmentos distantes y escasos de hechos que pudieron ser más explicados.

Mientras, quiero seguir con mi plan original que es hablar de mi trabajo inédito y de los dos libros que he publicado. Incluyo aquí dos relatos que escribí cuando estaba haciendo mi última novela.

Matrimonios repetidos.

Josué, inclinado sobre la mesa, miraba impaciente al hombre grueso cuyos espejuelos le brillaban por encima de la frente. "¿No entiende? ¿Y qué no entiende?" "Todo ese lío de la definición." Josué respira, es obvio que hace esfuerzos para hablar despacio. "Mire. Aquí tengo la tabla Población, cada registro es una persona única, identificada por su número de carné. Los campos son… " "Correcto. No me repitas los detalles." "Bueno. La tabla Matrimonios. Un matrimonio es un par formado por dos registros de la tabla Población, cuyo sexo no sea igual…" "Deja la política, por favor." "¿Política?" "Si, eso de si se permite o no el matrimonio homosexual es una cuestión política." "Bien. Elimino la restricción. Ahora, la fecha. ¿Forma parte del matrimonio?" "¿Qué tiene que ver?" "Si un matrimonio se identifica como un par de elementos de la tabla Población y una fecha, entonces ese mismo par puede tener más de un matrimonio con fechas diferentes." "Puede ocurrir. A veces, las parejas se divorcian y se vuelven a casar al cabo de un tiempo." "¿Cuántas veces pueden hacerlo?" "No sé. El divorcio es caro, nadie lo hace a la ligera." "Mire. Esta pareja se ha casado en nueve ocasiones, siempre en el mes de junio." "¿No es un error? A lo mejor no son los mismos." "Ya está verificado, por el número del carné de identidad. Esta pareja se casa todos los años en el mismo mes." "¿Y, para qué?" "Y se van de luna de miel. Siempre a los mejores hoteles." "Entiendo. Seguro que no se divorcian." "Exacto." "Se casan para conseguir el ticket del hotel, la cerveza y el refresco." "¿Es ilegal?" "No sé. ¿Puede hablarse de bigamia? No. No tiene sentido. Es la misma pareja. Si es un delito, es de otra índole. Digamos, fraude,… Me dijiste que iban siempre a los mejores hoteles. Entonces, deben estar de acuerdo con la persona encargada de repartir los turnos… ¿Hay otras parejas que se recasan?" "¿Qué qué?" "Eso. Involucradas en actos de esa clase." "Ahora le traigo la lista."

El joven sale de la oficina. Unos minutos más tarde, regresa con unas hojas de papel impresas. "Se han volcado al sistema los matrimonios realizados desde el noventa y cinco. Solamente en esta oficina hay más de ciento ochenta rematrimonios." "¿Y qué quieres decir con eso de 'esta oficina'?" "Pueden haberse casado en municipios diferentes y nunca lo sabríamos." "No. Sí lo vamos a saber. Este sistema tenemos que extenderlo a todo el país. Y hay que depurar responsabilidades. Déjame ver la lista."

El hombre grueso toma el teléfono. "Cachita, ¿tú sabes cuánto vale un turno para un hotel de primera?" "¿En la calle? ¿Cuántos días?" "Tres días." "Según el hotel. Puede estar entre veinte y cincuenta chavitos."

"¡Josué!, ¿Puedes hacer un informe por escrito de lo que encontraste?" El joven se vuelve, pero de inmediato lo llaman nuevamente. "¡Espera! Necesito que me borres algunos nombres."

Toma un resaltador, revisa el legajo minuciosamente y tacha algunas líneas mientras Josué espera. "Mejor ven dentro de un rato." La tarea es más difícil de lo que pensaba al principio. Toma el teléfono y realiza algunas llamadas. Vuelve a trabajar en la lista. Y, finalmente, llama a Josué. "Prepara un informe de rebodas, pero elimina a los que están tachados. Para que haya medidas funcionales es necesario actuar con determinación, pero con inteligencia." "Hay un problema." "¿Sí? ¿Cuál?" "Yo le pregunté, porque estoy haciendo un sistema. Según sea la definición de boda, la gente puede volver a casarse o no. Si lo que estamos haciendo es lo correcto y el sistema se queda así, ya esa gente no va a poder casarse de nuevo. Tendrían que divorciarse." El jefe se toma una pausa y decide: "¡Que no se casen más! ¡Nosotros no tenemos que apañar a los que quieren conseguir hoteles baratos! ¡Que los busquen en otra parte, con los sindicatos, el ejército o la Juventud!"

Josué se encoge y da media vuelta, para seguir trabajando, pero vuelve sobre sus pasos. "Hay otro problema." "¿Cuál?" "Aunque yo elimine los nombres del informe, las bodas estarán ahí. Cuando alguien ejecute el informe nuevamente, volverán a saltar esos nombres." "¿Y como…?" "Yo puedo borrar las bodas duplicadas de la lista de esta notaría. Pero no va a cuadrar con las reservaciones." "No, eso no me sirve. Yo tengo que responder a reservación por boda." "¿Y cambiar los nombres?" "Serán los números de Carné de Identidad." "Bueno." "¿Y eso no lo puede buscar alguien después?" "Sí. Siempre se va a poder." "Entonces, los que tendríamos problemas seríamos nosotros por haber alterado los datos."

"También está el asunto de las otras notarías." "¿Qué pasa con las otras notarías?" "Cuando implanten el sistema van a salir las rebodas de ellas." "¿Y?" "Habrá rebodas en todas las notarías. Y habrá rebodas internotariales." "¿Qué es eso?" "Personas que se recasan en distintas notarías. Y de todas formas van a salir los de tu lista."

"Bueno, deja todo como está. Yo voy a hacer algunas consultas y mañana volvemos a hablar." Josué regresa a su oficina, mientras el jefe baja a la calle. Se monta en su auto y se aleja.

A la mañana siguiente, el joven es llamado a la oficina de su jefe. "Mira. Aquí tienes." "¿Y eso qué es?" "Una carta de presentación. Debes personarte en el Archivo Provincial del Ministerio de Justicia, para crearles…" "¿Y mi sistema?" "El Poder Popular ha decidido que no tenemos recursos para emprender la informatización de las bodas. Los gastos de la investigación han superado el presupuesto del año. Así que, cuando podamos, volveremos a trabajar en eso. No te preocupes, hicimos una evaluación de tu desempeño y lo hemos valorado de excepcionalmente positivo, pero ahora no podemos enfrentar la magnitud de la tarea. Por otra parte, el Ministerio de Justicia necesita imperativamente de un sistema computarizado de control de los documentos expedidos. Certificaciones, sentencias, actas, alegatos… todo perfectamente clasificado y controlado." "¿Y ellos quieren eso?" "¡Claro! ¿Por qué ese tono?"

"Es que… cada vez que intento implantar un sistema en alguna parte, surge algo como esto y me cambian de trabajo. Ya estuve en la OFICODA, en la empresa de Talleres Automotores, en Acopio, en la Empresa Provincial de Alojamientos y Gastronomía, y ahora aquí. No entiendo. ¿No quieren…?"

Toma la carta, se la coloca en un bolsillo y regresa a su oficina, a recoger sus cosas.

-Tío.

Palabra sospechosa, no viniendo de ninguna de mis sobrinas. Si me dijera "puro", igual me estaría tratando de acuerdo a nuestras edades, pero no interpondría la suposición de hispanidad entre nosotros. Es demasiado viva para creer que soy extranjero, ya que mi auto y mi acento bastan para desmentirlo. Pudiera pretender halagarme con ese trato, pero no debería: no presumo de parecer ajeno, no me gustan las lisonjas y no la volveré a ver una vez que los deje en la segunda rotonda de la quinta avenida, que es el sitio hasta donde me preguntó si llegaba cuando me detuve en el semáforo de la calle diez.

Se trata de mi diaria acción de Buen Samaritano: recoger a quien lo necesite, siempre que pueda y no sea peligroso. Estas condiciones son especialmente cumplidas por esta mujer famélica que carga un niño con un gorro blanco y suplica que la adelanten, está en la calle desde las seis de la mañana y no ha desayunado aún. Les digo que monten por la puerta trasera de la izquierda, y corro mi portafolio hacia la derecha.

-Eres un hombre bueno, que Dios te bendiga। Aché para ti।

No quiero ser indiscreto, he oído la palabra, pero no estoy seguro de su significado. La dejo seguir.

-Tienes un aura que te acompaña। No todo el mundo lleva a una mujer con un niño. Veo a un hombre de espíritu, pero fuerte.

Sigo callado. ¿A qué entrar en aclaraciones? No me molesta, a pesar de que habla demasiado. Sus problemas son los de muchos. El niño, las medicinas, el dinero, el hambre, la condición del trasporte público. Habla de lo difícil de su vida, dando a sus palabras un curioso ritmo musical. Siento una mano en el hombro y me vuelvo. Es el niño, parado entre los dos asientos. Lo saludo, la mamá lo regaña, pero le digo que no, que no me molesta.

- ¿Hasta dónde van?

-A dos veintidós।

-No es tan lejos. Los voy a acercar, pero deben indicarme.

Vuelven los elogios y las expresiones de agradecimiento. Me concentro en la vía. Hoy salí un poco antes de mi casa porque quería estar fresco a las nueve, hora en que tengo una reunión importante en mi trabajo. El tiempo que pierda, afectará solamente al margen. No es posible demorar media hora en esta corta avenida rápida.

Otra vez la mano en mi hombro. Pero no es la mano del niño. La miro, sin rechazo. Su calidez traspasa el algodón de mi camisa, me cosquillea diestramente. Es agradable, a pesar de sus uñas cortas y sin barniz. Sigo escuchando la voz: tiene acentos folklóricos. Como la vía está despejada, vuelvo la cabeza. El niño yace relegado a un rincón mientras la madre está ahora en el medio del asiento trasero, un poco inclinada hacia adelante y con las piernas abiertas. Miro su lencería de encaje verde limón y levanto la vista para descubrir que me ha observado husmear.

Avergonzado, fijo la mirada en el camino. अहोरा, sus dedos se animan y recorren mi clavícula, se detienen en el cuello y me tironean la oreja. Ya no comprendo lo que dice, extraviada su voz en una eufonía nebulosa. A la mano, sí la entiendo. Es un bálsamo exquisito el que fluye por sus dedos. Aseguro el timón con la izquierda y dejo caer mi brazo derecho en busca de su pierna. Por ella subo, recorro los cañones de una pantorrilla mal afeitada, sigo por las zona más lisa, donde nunca rasuró una cuchilla y me aventuro más al centro, hasta tocar el encaje. De sólo hacerlo, me devuelve un choque eléctrico a través de las yemas que se deslizan hacia mis labios.

Estoy llegando a la primera rotonda y tengo que retirar la mano, es una zona con tráfico, curvas y policías. Pero su mano está conmigo. Son caricias nuevas, inesperadas, que me recorren el cráneo. Pasado el tramo difícil, siento que me agarra la nuca con presión mientras su voz se entrecorta. Un rumor recorre mis gónadas. Toco sus nudillos y vuelvo a dejar caer mi brazo hacia su entrepierna. Tiene la otra mano allí y me guía hacia sus cálidos humedales, donde ha apartado el encaje, que ya no obstaculiza el camino de mis dedos hacia sus gemidos.

Yo no puedo manejar así. Tampoco puedo olvidarme del niño, ni de mi reunión. Mi sistema endocrino me atormenta cuando interrumpo el palpado y vuelvo a mis funciones de chofer para darme cuenta de que he perdido la ruta.

-Tenía que haber doblado allá atrás। Pero puede girar en "U" un poco más adelante.

Tengo la mano derecha impregnada de su olor, sorprendentemente dulce, frutal. Imagino lo que está haciendo con su izquierda mientras conduzco y su derecha me revuelve el pelo, me manosea el pecho o pellizca mi costado. Un murmullo de tambores brota de sus palabras. Y su voz, ahora ronca, me transmite su excitación hasta el punto de que estoy molesto con la fuerza de mi sexo encerrado, incómodo en mi asiento, frustrado en mi deseo de detener la marcha, bajarme del auto e ir con ella a cualquier sitio donde podamos llevar las cosas hasta su consumación total.

No hago nada de eso. Dócilmente, le digo que estamos llegando y doblo por donde me señala y me detengo cuando me avisa que el pintado de verde es su edificio. Le digo que se bajen por la puerta derecha. El niño se baja primero, de la mano de su mamá, que no lo suelta y se corre un poco y se sienta sobre mi portafolio. Con su movimiento me pide que coloque la mano debajo de ella, entre su sexo efervescente y el portafolio embarrado. La consiento con entusiasmo y se retuerce sobre mi palma apasionadamente, gimiendo sin control, ignorando a los espectadores, sus vecinos, al niño que pugna por zafarse, a los autos que se desvían para pasar al lado del mío.

Acaba, finalmente. Sale y me habla por la ventanilla. "Aché para ti. Que Dios te conserve." Y desaparece. Quedo solo en el auto abierto, no cerró la puerta. Los transeúntes pueden extrañarse de ver a un individuo sentado al timón de un carro inmóvil con el motor en marcha, el peinado y las ropas en desorden. Pero yo estoy en éxtasis. Un fluido viscoso con penetrante aroma de frutas paradisiacas se extiende por todas partes y me invita a olvidarme de mi reunión, de mi casa y mi trabajo y salir en busca de esa selva ignota, vislumbrada en un instante de angustia, donde no podría dejar de sumergirme una y otra vez, hasta mi completa aniquilación.

lunes, noviembre 05, 2007

Absurdos dentro del planeta silencioso.

Sí, yo vivo dentro del Planeta Silencioso. Los que vivían en el planeta del Edil Oscuro -en la novela de C. S. Lewis- no sabían de la vida racional en los otros planetas, ni que en éstos la espiritualidad se manifestaba sin restricciones. Tampoco sabían que el suyo era el Planeta Silencioso. Este no es mi caso. Yo sé que vivo donde una historia como la mía es posible.
Hace treinta años, no lo sabía aún. Una mañana de enero de 1978, caminaba el corto tramo que separa la Escuela de Matemáticas del Rectorado, creyendo que me dirigía hacia el local de la FEU, situado junto a la Escalinata. “Es aquí”, me dijo Maritza, la presidenta, señalando hacia una escalera por donde nunca había transitado y que me condujo a la oficina del que era en aquel momento Primer Secretario del Partido en la Universidad. Todavía no sospechaba lo que estaba ocurriendo, cuando me presentaron a dos personas: el agente “Noel” y otro individuo cuyo nombre no alcancé a escuchar, aunque no creo que me hubiera sido de gran utilidad conocer su alias. Eran los encargados de poner fin a mi corta carrera de escritor, los que recopilaron cuidadosamente todas las copias de los cuentos y la novela que había leído en el Taller Literario durante algo más de un año, para desaparecerlas en algún archivo bien ordenado. El Primer Secretario y otras personalidades, entre ellas el Rector de la Universidad, se ocuparon del resto: mis expulsiones sucesivas de la FEU, la UJC y la Universidad, así como de enviar un aviso al Comité Militar para que convirtiera mi poco bravía persona en un aguerrido combatiente de la patria. Terminaban así, un año de trabajo a imaginación suelta, mis investigaciones matemáticas, mi confianza en la utilidad de la literatura como factor de transformación de la sociedad y mi juventud misma.
Un cuarto de siglo demoré en volver a oprimir una tecla con propósitos literarios. Algún arqueólogo casual me desenterró (quizás fuera un compañero de trabajo que me habló de la forma en que devoraba kilómetros mirando la rueda delantera de su bicicleta deslizarse por las piedrecillas de la carretera) y volví al mundo de las letras. Escribí una novela (Delito Mayor), celebrada por muchos de los que la leen, encontré a un editor (extranjero, claro está, español por más señas), que tomó rápidamente la decisión de publicarla y hallé también a algunos de mis antiguos amigos, encantados de encontrarme en el mismo lugar y casi tan ingenuo como antes, capaz aún de pararme delante de una aplanadora confiando en que atenderá razones y que su tendencia a aplastar es pura leyenda o cosa del pasado.
Y cuando me preguntan qué hice todos esos años, respondo parcamente: “Vivir.” Le arranco el prefijo “Sobre” porque es triste reconocerlo y porque en el Taller me enseñaron a ser conciso, y si puedo decirlo con cinco letras, ¿Para qué emplear diez?

Delito mayor, 1ª edición



Ternera macho.
Exactamente un año después de publicado mi primer libro, salió el segundo. “Ternera macho y otros absurdos” fue su nombre, creado para sustituir el de “Cuentos poco edificantes”, con el que yo pretendía nombrarlo. Además de los que originalmente preparé para este título, tiene varios relatos que escribí con la idea de ponerlos en otro libro y otros que compuse sin ningún propósito especial. Además, incluí “¡Ah, qué felicidad!”, un cuento de aquellos que enfurecieron al viejo “Noel” y que conservé, de milagro, en la memoria (en mi cabeza, que no había de otro tipo en esa época).
Aunque he escrito varias novelas, todo el tiempo estoy escribiendo cuentos. Las razones para hacer esto son variadas, pero hay una sencilla: los cuentos son más cortos, uno va al asunto sin muchos rodeos y después la depuración resulta más fácil y el resultado brilla con sólo unos días de trabajo. La novela, no. Uno corrige, agrega, quita y cuando acaba parece que no ha hecho nada. “Delito mayor” la reescribí más de diez veces y conté con la ayuda de mi familia y de algunos amigos, como el inestimable Amauri Gutiérrez, quien contribuyó mucho a que conservara el tono.
Hay algunos cuentos en “Ternera Macho…” que me entusiasmaron desde el principio. Fue como si yo no los hubiera inventado, como si estuvieran allí, en un rincón de mi cabeza, esperando a que los encontrara. Es lo que sucedió, treinta años atrás, con “¡Ah, qué felicidad!”, y es lo que sucede ahora con “Un saco de pienso”, “El compañero JOB” o “Al asecho de la nínfula.” Otros, fueron versiones de historias personales que me contaron y transformé de tal manera, que sus propios autores no las han reconocido: tal es el caso de “Dieciséis Tetas”, “El día de Margarita” y “Rikimbini”. No deja de haber cuentos fabricados laboriosamente y he procurado que queden tan frescos como aquellos que escribí de un teclazo: así son, “Los del edificio”, “Noviando en La Habana” o “Traición”, relato éste tan escurridizo que estuve cerca de dejarlo dentro en varias ocasiones.

Anita y las Cinco Gordas.
Ahora tengo varios cuentos sin ubicación prevista. Ocurre que siempre me quedan cuando termino una novela. Los voy guardando en carpetas aparte, a veces los pierdo y los vuelvo a hacer. Ya sé que la memoria es la mejor garantía que se tiene de que no va a perder el trabajo: usted borre lo que escribió, formatee el disco duro, pero recuerde su trabajo, renueve sus vivencias con sus personajes y verá que todo vuelve a estar escrito y con expresiones similares a las que utilizó anteriormente.
Mi tercera novela, recién concluida, está en fase de revisión. Me tomo muy en serio ese trabajo, porque no soy un Mozart para escribir de corrido sin errores y porque hay mucho que hacer para que mis lectores no se aburran traduciendo ni adivinando; para que no crean que les tomo el pelo, ni encuentren afectada, torpe, ridícula ni abrumadora mi prosa. La novela se llama, hasta este momento, “Anita y las Cinco Gordas”. No sé si se seguirá titulando así después de presentarla a la editorial o, mejor dicho, a alguna editorial. No estoy tan seguro de que continúen publicando mis obras en Renacimiento.
Tengo también otra novela, mucho más larga y ambiciosa que las anteriores. Es un trabajo en el que he ido depositando semillas durante cuatro años y pienso a dedicarme a él cuando termine la limpieza de mis gordas. Para no parecer un poco vago por pura escasez de tiempo, debo decir a mi favor, que no he dejado de ganarme la vida en el mundo real ni de hacer las compras en el agro, ese sitio donde las fieras son más audaces; ni de cocinar, maldiciendo al fabricante de estos fósforos microcefálicos y humidificados, mientras el gas se esconde en los agujeros del quemador de la cocina sin prender una mínima llama que me ayude, cocción mediante, a calmar los reclamos de mi familia.
Muchos proyectos literarios he comenzado, a algunos los he pospuesto. Espero no abandonarlos, anoto tareas para cuando pueda. ¡Ojalá que un nuevo “Noel” no se ocupe de mí y me deje silencioso durante otro cuarto de siglo!