sábado, agosto 22, 2009

Sobre el bloqueo

Mi opinión sobre el "bloqueo" o "embargo", como lo quieran llamar, es poco popular y una buena parte de los lectores la rechazarán.

La propia doble denominación refleja un desacuerdo: exagerado el nombre de "bloqueo", asociable con el sufrido por Gerona o Zaragoza durante la guerra napoleónica, o Leningrado en los tiempos de Hitler- Stalin; eufemístico el de "embargo", cuya acepción académica más cercana, "Prohibición del comercio y transporte de armas, materiales de guerra o determinados productos, decretada por un gobierno contra un país.", se aleja de la generalidad de bienes y servicios que son afectados por la "Ley de comercio con el enemigo" que se le aplica a Cuba.

Estoy en contra del "bloqueo" con cualquier nombre que se le dé.

Creo que es moralmente inaceptable que se utilicen mecanismos de cualquier tipo para llevar miserias a un pueblo y "persuadirlo" a comportarse más enérgicamente con su gobierno para forzarlo a cambiar. Las personas no son instrumentos: sus vidas, su libertad y bienestar no deben ser utilizados para conseguir objetivos políticos, dar escarmientos, servir de escudos, etc.

Esto lo digo por Cuba, pero se refiere a cualquier caso aplicable: Sudáfrica, Haití, Honduras, Corea o cualquier otro. Además, lo creo así, no sólo con este tipo de restricciones externas, mientras más mundiales, peor; sino también a las miserias que se provocan por parte de los propios gobiernos como mecanismos de conservación del poder. Incluye, por ejemplo, aplicar penas severísimas para evitar estampidas migratorias. (Es la misma lógica del mayoral que flagelaba hasta la muerte a un cimarrón capturado, para intimidar al resto de la dotación y evitar nuevas fugas).

No creo que deba criticarse el bloqueo desde el punto de vista de su éxito o fracaso (éste sería un ángulo maquiavélico) o referido al Derecho Internacional (en este caso, es muy complicado, ya que lo que se alega de confiscaciones sin compensación justa no ha sido apropiadamente rebatido y no creo que lo sea). Tampoco desde la óptica de la violación de los derechos humanos de los ciudadanos estadounidenses, ya que se refiere a derechos que se les viola primero a los cubanos.

Los Estados Unidos tienen potestad para decidir con quienes comercian. Si les prohíben algo a sus empresarios, se trata de una cuestión entre aquel gobierno y sus ciudadanos.

Pero es inmoral que compitan con nuestro gobierno en hacernos la vida difícil, sólo para empujarnos y que nosotros seamos los que nos demos los golpes.

Sé que es inútil hablar de moral en un diferendo entre dos países. Ésta se halla ausente de las relaciones entre estados. En última instancia, sólo se tienen en cuenta los intereses de los factores que refuerzan o debilitan el poder de los que toman las decisiones.

Parece que hasta ahora el equilibrio de las fuerzas que actúan sobre las relaciones entre estos estados es esta especie de pinchazo de huso que durmió a todos en palacio, sopor que sólo terminará cuando un príncipe atraviese el bosque encantado y despierte este reino hace siglos dormido.

lunes, agosto 17, 2009

El Juicio

Ésta es una historia casi real. Si mi memoria fuera mejor, si no hubiesen pasado casi cuatro décadas o si hubiera buscado las actas del juicio, lo sería. He tenido que rellenar con la imaginación lo que no puedo precisar.

Hace muchos años que no asisto a un juicio. No estuve en el que le hicieron a mi mamá en el setenta y tres, por tráfico de divisas; ni en el de mi papá, en el sesenta y ocho, por intento de salida ilegal del país.

Fui cuando condenaron al esposo de mi madre en el año setenta, en una causa bastante nebulosa.

Fue en un Tribunal Revolucionario que sesionó en el sitio donde ahora reside un restorán de lujo (sería mejor decir "de precios altísimos") en los bajos de la fortaleza de La Cabaña, junto a la bahía de La Habana. Era un juicio grupal, seis personas eran acusadas de asociarse para realizar actos de compra y venta ilícitas con ánimo de lucro y tráfico de divisas.

El amplio recinto estaba lleno, quizás a causa de la cantidad de reos. Habíamos hablado con mi padrastro unos minutos antes. "¿Viene Taboada?" Éste era un abogado con fama de milagrero. Se corrían leyendas acerca de su capacidad para sacar libres a presos que ya se habían encomendado a San Judas Tadeo. Era el único que Daniel estaba dispuesto a aceptar, en caso contrario, amenazaba con quedar en manos del abogado de oficio cuya notoriedad más destacada era de que nunca iban contra la acusación.

Taboada no podía asistir. En cambio, enviaría a su asociado a quien recomendaba enfáticamente. "Si mi hijo estuviera preso, yo no lo defendería, sino mi socio." No se lo dijeron para evitar que renunciara a la defensa. Ninguno de los acusados vería previamente a su defensor. El juicio comenzó sin que se consultara a los reos si aceptaban ser representados por aquellos dos individuos que se encontraban en disposición de hacerlo. El secretario se limitó a preguntarle los nombres y el juez dio la palabra a la fiscalía.

El viejito era un lince. Acaba de leer el acta de acusación y ya le había encontrado todo tipo de errores. "Sale libre hoy." Había prometido. El fiscal llamó al policía. "¿Usted investigó los hechos que se imputan a los acusados?" "Sí." "¿Los considera probados?" "Sí. Tengo todas las pruebas y las confesiones de los encartados." "Suficiente." "La defensa tiene la palabra." "¿Colaboraron mis defendidos en el esclarecimiento del delito?" "Sí." "¿Han tenido buen comportamiento durante su detención?" "Sí." "Que conste en acta para su descargo que tienen estas circunstancias atenuantes."

Entonces, tomó la palabra el "socio". "¿Ha traído usted las pruebas?" "Sí." "A mi defendido se le acusa de tráfico de divisas. ¿Trajo la constancia del depósito?" "No. No fue posible depositarlo, porque se trataba de un falso billete de cien dólares." "¿Era falso?" "Sí. El acusado poseía un dictamen del Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados. Este punto fue comprobado durante la investigación." "¿Mi defendido intentó usar el billete falso?" "Sí. Lo llevó a Ministerio a certificar." "¿Intentó comprar con él?" "Eso fue un intento." "¿Se encontraron otras divisas durante el registro practicado en el domicilio de mi defendido?" "No."

Hubo un pequeño descanso. El abogado se acercó a nosotros y nos dijo: "Está en la calle. No hay tráfico de divisas, sin divisas. Me faltan unos detallitos."

Llamaron a cada uno de los acusados. El viejito les preguntaba: "¿Conoce usted a mi defendido? ¿Podría hablarse de asociación entre ustedes?" Todos lo negaron, excepto el que le había vendido el billete falso. A éste le preguntó: "¿De dónde salió ese billete?" "Me lo vendió un tipo en la calle." "Y usted lo pagó, así no más." "Sí." "¿Cuándo supo que era falso?" "Cuando él vino a reclamarme." "¿Qué hizo, entonces?" "Le dije que ya no tenía el dinero. Que tratara de venderlo más adelante."

Llamaron a mi padrastro. Antes de responder a ninguna de las preguntas, declaró: "Quiero dejar constancia de que no he contratado al compañero y que me acojo al abogado de oficio." Todos quedamos congelados. Era evidente que el viejito había hecho trizas la acusación. No había tráfico de divisas, ni asociación. Sólo fue víctima de la venta de un billete sin valor, una estafa.

El viejito recogió su portafolio, nos hizo un saludo con la mano y se retiró dignamente. El abogado de oficio se limitó a pedir clemencia para sus defendidos y que se tuvieran en cuenta las circunstancias atenuantes que se habían establecido previamente.

La condena fue de dos años de internamiento en un centro de mínima seguridad.

En aquellos días, yo pensaba que la decisión de mi padrastro era un desastre, que el viejito lo iba a sacar libre. Luego, empecé a concederle cierta razón. Los argumentos que allí se vertieran carecían de valor para ellos. Temían que la representación independiente fuera castigada con un veredicto de culpabilidad y la máxima condena posible. Aceptar al abogado de oficio significaba someterse al orden establecido y recibir condenas mínimas. Más allá de la ley y la justicia, era la fórmula para salir menos castigado.

¿Sería distinto con Taboada? Probablemente, sí. Puede que con sobornos o con visibilidad, diríase que actuaba a otro nivel y un juicio como el que presencié quizás no hubiera acabado como lo hizo.

Aunque no representaba a mi padrastro, el viejito debió ser tenido en cuenta. Había destrozado la acusación. La fiscalía no se había preparado para una defensa real, el hábito de los defensores que sólo pedían clemencia había relajado su rigor. Claro, habría que ver si los jueces escucharían realmente lo que se decía en la sala y si no aceptaban automáticamente las peticiones fiscales.

Espero que el sistema judicial haya cambiado desde entonces.