lunes, julio 27, 2009

Regalo oneroso

Hay mucha sal en mi alacena.

Cuando, recientemente, redujeron la cuota de sal que se distribuye en forma racionada, a mí en particular no me causó grandes preocupaciones. La sal, símbolo de lo esencial y de la mala suerte, me sobra. Hace años, antes de saber de mi hipertensión, que cocinamos "bajito de sal" en mi casa. Los pesados paquetes de cloruro de sodio, algunos bastante pedregosos, se han acumulado por efecto de la honradez de mi "mensajero" que trae todo lo que "viene" a la bodega.

Lo mismo ocurre con el azúcar, veneno de mi diabetes. Los "granos": chícharos y frijoles (con frecuencia, de raza indeterminable a la que se le podría llamar "satos") entran a mi casa en cantidad no deseada, creando un problema de almacenamiento, que generalmente resuelve algún familiar o amigo que sí los aprecia. Los cigarros, jabones de baño, vino seco son otros productos que nunca compraría si no vinieran "por la libreta".

¿Cuántos, cómo yo, reciben productos "subsidiados" que no necesitan? ¿Quién paga por ese despilfarro?

La electricidad es subsidiada, aunque debe ser difícil saber el costo real del kilowatt. Esto puede inferirse de las medidas exageradas de ahorro que carecerían de sentido con una mercancía que dé ganancias. Siendo subsidiada, lo es no sólo para las familias de bajos ingresos, si no también para las que los tienen muy altos y los que se ganan la vida utilizando equipos eléctricos.

Este esquema de subsidios es irracional y costoso. Es una de las causas de nuestra miseria. ¿Por qué se mantiene? Puede suponerse que el proceso de determinar realmente qué debe ser subsidiado y qué no, resulte muy complejo y que acabaría con la tranquilidad de nuestros apacibles burócratas. Puede que no, que tenga un sentido político. También se puede pensar que se trata de una fórmula proteccionista para ciertas producciones incompetentes. Demasiada investigación de este tipo puede llevarnos a conclusiones como la de que es mejor que el estado nos deje ganarnos la vida y no se meta a mantenernos, que ya somos mayores de edad y sabemos en qué queremos gastar lo que ganamos.

La reducción de la cuota o la eliminación de la "libreta" pueden causar hambruna en un país donde la línea de la pobreza está muy alta para casi todos. Pero el modo en que se alivia actualmente contribuye a agravar la situación. El problema es complejo, sobre todo por la falta de alternativas. Si la empresa eléctrica tuviera ganancias, muchos viviríamos a oscuras.

Se han propuesto otras vías: "Subsidiar a las personas, no a los productos." Era una de las que se manifestaron en aquellas reuniones "a camisa quitada", que llevaron esperanzas de cambios a muchos hace tres años. Es decir, entregar bonos a las personas cuyos ingresos no alcancen determinados límites, para que compren lo que necesiten.

Claro que esos límites pueden ser muy bajos y dejar efectivamente en la miseria a casi todo el mundo, porque en la mente de los que "pican el bacalao", "somos felices aquí".

En algo tendrían razón, porque no es razonable que una persona con ocupación necesite ayuda estatal para vivir (no me refiero al sostén único de una familia numerosa, sino a cualquier trabajador). Y es que la política de "pleno empleo" tampoco es razonable. Provoca que haya demasiados salarios que pagar y demasiadas entidades excesivamente onerosas. Hunde la productividad del trabajo.

Disminuir el número de empleos, aumentar el paro, tampoco resuelve por sí sólo el problema. Igualmente habría que ayudar a los nuevos desempleados.

Entonces, ¿no hay solución? ¿Hay que seguir con la "sal encima"?

Quienes vivimos el cambio de la economía en la segunda mitad de los noventa, sabemos que no: las débiles reformas que se emprendieron en esa época nos ayudaron a salir de un pozo profundo. Aunque no era una solución de aliento largo, demostró que la caída es reversible. Sólo se necesita un cambio en el objetivo principal del gobierno. Éste debe entender que lo primario es la economía, que hay que eliminar restricciones aunque signifiquen pérdida de control o de poder. Lo principal, no es el ahorro. Lo es, la eficiencia, la capacidad para generar servicios y bienes demandados de forma productiva.

Cuba necesita un cambio. En particular, deben derogarse las leyes que impiden la formación de empresas con propietarios cubanos y renunciar al monopolio sobre el comercio exterior e interior. Un campesino cubano debe tener la posibilidad de invertir y acoger inversión para explotar sus tierras y vender su producto en el mercado nacional o internacional al mejor precio posible. Un empresario, nacional o extranjero, debe tener capacidad legal para traer, por ejemplo, vehículos nuevos o de uso y venderlos en el país al precio que pueda, sin que su propietario se vea imposibilitado de ponerle chapa. ¿Qué necesidad hay de impedírselo? ¿Cuántas ideas no surgen cuando hay derecho y garantías para producir?

Es natural que las empresas paguen impuestos, que lleven contabilidad confiable, que sus fuentes de financiamiento sean legítimas, que las aduanas cobren aranceles. No lo es, que los trabajadores tengan que aceptar una "agencia empleadora" que se quede con la mayor parte de su salario. Esta entidad limita las posibilidades de existencia para empresas pequeñas, sin hablar de legitimidad o violación de derechos. Tampoco, que tengan proveedores designados por ley. Éstos deben ser elegidos libremente.

Yo creo que éstas son reservas productivas que tiene el país. No deben conservarse cerradas como válvulas de seguridad que se abrirían sólo para calmar una crisis violenta, como ocurrió en el noventa y cuatro con los mercados campesinos.

Solo he mencionado ejemplos, no son propuestas. Mi idea es ilustrar el espíritu que falta o que es relegado.

Y el tiempo pasa y nuestros problemas se ponen viejos. Surgen nuevos, se agravan y envejecen también.

Nuestra vida se va y seguimos en silencio, mirando los muros de la patria mía.