sábado, mayo 31, 2008

Una mañana de mayo

En mayo, las mañanas duran hasta las nueve; después, comienza el mediodía, que se prolonga hasta que llueve o cae la noche. Al abrir mis amplios ventanales en una mañana de mayo, entra el aire, húmedo todavía de sus jugarretas nocturnas y puedo disfrutar la hermosa vista del Vedado comenzando a desperezarse bajo los rayos del sol. (Bucólico, ¿eh?)

Es un aire de calidad, fregado con agua de mar. Tiene poco dióxido de carbono, plomo y otras basurillas que infectan los aires de otros sitios. Ello a pesar de que aquí se desconoce el uso de filtros y catalizadores, se permite la circulación de vehículos con abundancia en escapes negros y la refinería y las termoeléctricas elevan sus señales de humo hasta los satélites más recónditos sin que piquetes de ecologistas les estorben lo mínimo.

Mientras respiro el aire mañanero, pienso en la "delicia" de quedarse cada día en casa sin tener que madrugar para conseguir presentarme en el trabajo a su hora, fresco y desayunado y, después, trabajar bajo estrés constante hasta que ya no es mediodía, cuando debo enfrenar nuevamente la aventura del regreso. Muchos trabajadores habaneros llevamos un Odiseo al trabajo.

Quedarse en casa, es estar desempleado. Según dicen, hay muchos últimamente.

Me aterra esa posibilidad. Eso sí es tener "el alma yerta". Depender del dinerito que se saque un familiar de su presente, esté donde esté. Ver cómo se agotan las posibilidades de ubicarse en un empleo donde pueda utilizar lo aprendido. Que no aparezca nada que te alcance ni para ser pobre. Dormir mucho sin descansar, engordar sin comer, mirar sin que te miren.

Pensamientos tan lúgubres no son apropiados para una mañana tan linda. Los desecharé, siguiendo las técnicas de Carnegie.

martes, mayo 27, 2008

Fotos en blanco y negro.

Andan unas imágenes por ahí que producen un raro y doloroso deleite. Son fotos hermosas, de encuadre preciso y gran resolución. Sus negativos deben ser placas de gran formato, revelados para grano fino. No era necesario más contraste que el de luces y sombras que produce el sol en una ciudad abierta, donde las amplias avenidas tienen elementos ornamentales que nos permiten identificar, muchos años después, sitios claves de la capital; por ello, debe haberse utilizado película lenta, y papel liso, quizás número dos.

No son postales turísticas de una ciudad brillante de luces nocturnas. No son fotos de monumentos, hoteles o mansiones. Tampoco playas de mar plano, lleno de bañistas y sol alegre. Son de hombres trabajando. Andamios, maquinaria pesada y personas. Raíles removidos, hospitales, un museo, calles remodeladas, túnel bajo la desembocadura del río y edificios. ¡Cuánto dicen estos retratos sobre la Habana!

Aquí están las plazas frente a la Universidad, la calle 31, la Calzada de Diez de Octubre, la Calle Belascoaín, Carlos III, la Quinta Avenida, el Obelisco, el Malecón, Prado y Neptuno. También aparecen el Museo de Bellas Artes, el Habana Libre, el Focsa, el hospital Ortopédico, el de Maternidad de Marianao, y más añejas, también, el Acueducto, el Capitolio, el Parque Maceo. Es una fiebre de construcciones que debe haber provocado gran un crecimiento de la ciudad en número de habitantes, en infraestructura y en viviendas.

También hay fotos del barrio "Las Yaguas". Pueden verse las cercas con ropas tendidas, las casuchas amontonadas, hechas de planchas de metal improvisadas. "Llagas" debía llamarse. Imagino a los políticos cebándose en la insalubridad del asentamiento, en la falta de condiciones mínimas para la habitabilidad humana. No es consuelo que en todas las grandes urbes haya tales barrios, ni que ahora surjan nuevos. Una parte de los hombres que habitaban este sitio están en las otras fotos trabajando, quizás en los edificios cercanos alrededor de la que sería la Plaza Cívica, después, Plaza de la Revolución.

Estos y otros de otros barrios eran los Antiguos. Fueron ellos los que crearon todas esas maravillas arquitectónicas que hoy admiran al visitante. Los que hicieron esos edificios que aún funcionan, esas calles que cuesta tanto reparar cuando se llenan de baches, esta ciudad hermosa, polícroma, vital, que espera por una nueva fiebre constructora que la adecente, que haga sus acueductos herméticos, su electricidad estable, su aire oxigenado, sus calles transitables. Los Antiguos desaparecieron, quizás por el cambio climático u otras oscuras razones, se perdió el genio arquitecto, el albañil, el carpintero, que hacían bien las cosas.

Los Modernos deberán hacerlo mejor. Quizás se requiera un poco de humildad, reconocer las habilidades de los Antiguos, su laboriosidad y espíritu emprendedor. Renegar de su obra sólo nos conduce a fabricar cajones en serie para llenarlos de personas que siempre anhelan otro espacio, otra vista, otro acceso. A ver si logramos que los Futuros se enorgullezcan mirando las fotos, ya en colores, de las cosas que también nosotros construimos.