En mayo, las mañanas duran hasta las nueve; después, comienza el mediodía, que se prolonga hasta que llueve o cae la noche. Al abrir mis amplios ventanales en una mañana de mayo, entra el aire, húmedo todavía de sus jugarretas nocturnas y puedo disfrutar la hermosa vista del Vedado comenzando a desperezarse bajo los rayos del sol. (Bucólico, ¿eh?)
Es un aire de calidad, fregado con agua de mar. Tiene poco dióxido de carbono, plomo y otras basurillas que infectan los aires de otros sitios. Ello a pesar de que aquí se desconoce el uso de filtros y catalizadores, se permite la circulación de vehículos con abundancia en escapes negros y la refinería y las termoeléctricas elevan sus señales de humo hasta los satélites más recónditos sin que piquetes de ecologistas les estorben lo mínimo.
Mientras respiro el aire mañanero, pienso en la "delicia" de quedarse cada día en casa sin tener que madrugar para conseguir presentarme en el trabajo a su hora, fresco y desayunado y, después, trabajar bajo estrés constante hasta que ya no es mediodía, cuando debo enfrenar nuevamente la aventura del regreso. Muchos trabajadores habaneros llevamos un Odiseo al trabajo.
Quedarse en casa, es estar desempleado. Según dicen, hay muchos últimamente.
Me aterra esa posibilidad. Eso sí es tener "el alma yerta". Depender del dinerito que se saque un familiar de su presente, esté donde esté. Ver cómo se agotan las posibilidades de ubicarse en un empleo donde pueda utilizar lo aprendido. Que no aparezca nada que te alcance ni para ser pobre. Dormir mucho sin descansar, engordar sin comer, mirar sin que te miren.
Pensamientos tan lúgubres no son apropiados para una mañana tan linda. Los desecharé, siguiendo las técnicas de Carnegie.