jueves, diciembre 06, 2007

Ejercicios

Uno de los personajes de Ocupante Original -novela en que estoy trabajando desde hace tiempo-, periodista cubano que ha conseguido la ciudadanía española y hace sus pinitos literarios, intenta escribir como si fuera un escritor de otro contexto temporal. Para ello realiza ejercicios de composición. Pretende, por ejemplo, escribir como Jardiel Poncela, o como Anatole France. También intenta crear relatos por tendencia, es decir como un escritor decimonónico cubano (romántico), o un escritor fantástico de la década del cuarenta del siglo veinte. Estos relatos no están hechos para publicarse, sólo para "afilar la pluma".

Obtuve, mediante un complicado sistema de remoción de claves y desencriptamiento de archivos (Mi personaje es un poco obsesivo con la seguridad y guarda muy bien sus trabajos. Sólo que no pensaba que precisamente yo, su Creador, iba a robarle la información tan bien escondida), uno de sus relatos. Creo que su método de entrenamiento es discutible, y los resultados también, quiero presentárselos simplemente como un ejercicio resuelto por un alumno aplicado.

Libre.

Cabalga cien leguas el guerrero en su brioso corcel. Dulces palabras pronuncia acariciando el cuello del noble animal, vigila su aliento: no desfallezca en la cruel travesía.

Los cascos cubiertos de lona, la mirada inquieta del jinete escudriñando el horizonte, los senderos esquivos alejados de las flamígeras saetas de Helios indican que la cabalgata es furtiva. Pero el ceñudo rostro del héroe muestra que no es por temor ridículo a la parca que el trote de su Bucéfalo se encamina por agrestes parajes. No. La causa la lleva más cerca de su pecho, en el bolsillo interior de la chaqueta, exquisitamente perfumada, escrita con elegante y menuda letra. Y acude solícito al convite de la ninfa que acrisola sus sueños.

No teme al fiero can, ni al hispano fuego. Sólo le conturba dañar la honra de quien sin mácula espera, en su casta frente sentir un ósculo ardoroso.

Una enseña, bien supremo, aguarda ser recogida de manos de compatriotas fieles. Otras manos: finas, honrosas, infinitamente tiernas, le dieron vida y color con la aguja para que recia luzca, ondulada reinando, al frente de los legítimos hijos de esta tierra que han de morir por no verla en oprobio.

Faetón cae, enrojeciendo los grises nubarrones. Avisados por traidor empeño, guardias de la reina esperan emboscados tras unas rocas, los fusiles en ristre, los caballos paciendo alejados, atentos al mandato de un bisoño teniente.

Ya se siente el agitado resuello, los pasos mortecinos de la bestia, el himno puro que susurra el patriota. Ya se siente su emoción por la cercanía de la amada. Ya se ve su impoluto uniforme blanco. "¡Fuego!" Al unísono brota la sentencia de diez agujeros, el humo enturbia el aire, el fragor acalla los sonidos del monte. Ares ruge. Febo, que hiere de lejos, agravia. "¡Arre!" Truena la garganta del titán. "¡Arre!" No desfallece, aunque brota sin pausa la negra sangre, enrojeciendo el pelambre de su noble servidor. "¡Tras él!" Se apresuran a montar, aunque pueden perder tiempo, han disparado bien.

Lejos, el héroe libera a la bestia. Cae, cerrada la noche, junto a un árbol. Allí se atrinchera. Cuenta sus heridas, oprime la puerta de su hemorragia. Sufre la fiebre, la cantimplora no calma su sed. Ya no verá a la doncella, ya no posará los labios en su piel. Un arroyuelo nutre la savia de la poderosa majagua. Se lleva los pedazos de las cartas que portaba, se lleva el perfume de su amor. Su sangre corre hasta fundirse con las límpidas aguas.

Amanece. Han callado las aves de la campiña. Se escuchan ladridos acercándose. Luego, las voces de mando. Es el momento de cumplir su promesa.

El ibero teniente tiembla de impaciencia. La presa está próxima, casi puede sentir los agónicos estertores del fugitivo. Y alcanza a verlo, iluminado fugazmente por el estampido del indómito fusil.