"Un paquete de cinco libras de la amarillita." Esta expresión es perfectamente comprensible para cualquier cubano que haya vivido en la isla después de 1990. Se refiere a la leche en polvo entera a granel, envasada en bolsas de nailon, del que generalmente se utiliza para portar las mercancías que se han comprado en las tiendas que venden sus productos en moneda "convertible". Es uno de los productos más estables en la bolsa negra en precio, calidad y existencias, a pesar de no haber pretextos que enmascaren el delito de receptación del que lo adquiere.
La historia de la leche en la Cuba revolucionaria está cargada de matices y opiniones. Hay algunos temas sobre los que no se discute. Por ejemplo, su abundancia relativa. Antes de los sesenta, los lecheros distribuían el producto al amanecer, dejando litros de leche fría pasteurizada en las puertas de los hogares de sus clientes, para que las caseras lo pudiesen recoger a la hora del desayuno. Este servicio puede que fuera exclusivo, pero el método evidencia abundancia relativa o moralidad antirrobo. Se puede optar por la primera, o disertar sobre temas más escabrosos.
Conocí a un campesino que tenía tres vacas. Diariamente las ordeñaba. Treinta o cuarenta litros de leche para cinco personas, incluyendo un niño en la familia. Podían consumir como máximo unos tres litros. ¿Qué hacer con el resto? Prohibido venderla. Prohibido hacer queso. Imposible refrigerarla. La leche, por decreto, debe ser entregada a "Acopio", empresa que se ocupa de recoger la producción de los campesinos para distribuirla en el mercado. Pero el viaje hasta la finca de mi granjero era demasiado costoso para recoger treinta litros de leche. "Bótala", dice, "fue lo que me dijeron." "Bótala." Años después, al escribir "Ternera Macho…" recordé esta historia.
Hubo otra etapa de abundancia relativa, después de las drásticas reducciones de los sesenta. Fue cuando ya la leche no venía de la vaca, si no del CAME, en polvo, y la pasteurizadora se ocupaba de hidratar y envasar. En esa época la leche se podía comprar fácilmente a peso el litro, sin racionamiento. A pesar de la frecuencia con que se anunciaban los éxitos del desarrollo ganadero, a pesar de los métodos científicos, las F1, las vaquerías musicalizadas, el descubrimiento de la pangola y el gandul, y de la heroína nacional, Ubre Blanca; una buena parte de la leche llegaba abundantemente a los puntos, para ser vendida a bajo precio, procedente de la hermana Europa del Este.
Los noventa llegaron con la desaparición de los salvavidas alimentarios. La leche, el huevo y el pescado fueron sustituidos por sorprendentes productos que combinaban la higiene dudosa con el mal aspecto y el pésimo sabor. La masa "cárnica", el "perro de pollo" y el "Cerelac" matizaron la época en que aparecieron masivamente enfermedades producidas por la malnutrición. Desapareció la leche "liberada" y, en general, el litro de leche lista para tomar.
En Cuba un litro de leche "racionada" cuesta veinticinco centavos de peso, moneda nacional. Al cambio del momento, se podrían comprar ciento cuatro litros de leche con un dólar. "El único país del mundo donde puede verse eso."
Fue la época en que comenzó el auge de la leche "amarillita". Muchas cosas estaban descubriendo su precio en el mercado negro y a la leche le tocó el de veinte pesos, en moneda nacional, por libra (algo menos de medio kilo), que se convirtieron en breve en un dólar, precio que se ha sostenido en medio de las más violentas "ofensivas" anticorrupción y de las "operaciones" de la policía contra el "desvío de recursos".
¿De dónde sale la leche "amarillita"? Del robo, claro está. Se la roban en los contenedores que la almacenan en el puerto. En los almacenes mayoristas a donde se trasladan, de los camiones que las transportan, en los hospitales donde deben suministrarla a los pacientes, en las bodegas en que se vende. Pero este robo apenas tiene la esperable repulsa de los, en última instancia, robados. La leche, al igual que otros productos, sería imposible de comprar fuera del mercado negro. Y muchas personas no aceptan que los siete años sea la edad límite en que puede consumirse.
En medio de todas las tormentas que han sacudido las economías individuales, muchos niños, ancianos y personas de todas las edades han podido contar con el precioso rubro alimentario en forma del polvo "amarillito"; aunque, lamentablemente, no con los ciento cuatro litros de leche "concentrada" que se pueden comprar en doscientos ocho días cuando se tiene algún niño (que no sobrepase los siete años) "apuntado" en la "libreta".
¿Qué pasaría si no se escurriera la Amarillita antes de su consumo legal? Probablemente, nada. En los hospitales, bodegas, escuelas, etc., donde debe repartirse, se seguiría entregando en la misma proporción y con idéntica calidad. ¿Magia? ¿Violación de la ley de conservación de la materia? Nada de eso. Ajustes en el presupuesto.
No obstante, suponer que es posible que un producto tan necesario, escaso y costoso, pueda circular por toda la compleja red de transporte y almacenamiento de la economía nacional sin extravíos, mermas y accidentes, es atribuirle al control poderes sobrenaturales. Una utopía.