martes, diciembre 22, 2009

Todavía

He estado un tiempo sin publicar. Las razones son diversas y no quiero exagerar su importancia. Digamos que mi silencio ha sido mayor que mis ansias de decir. Comoquiera que este blog es mi prueba de vida, no quiero causar angustia a mis lectores imaginando motivos para mi ausencia.

Es la única razón de esta entrada. Tengo varios cuentos y artículos nuevos que me gustaría darles a conocer. Ojalá que pronto sea posible.

Agradezco a todos los que han seguido visitando mi blog, aún semanas después de no hallar nada nuevo en él. Es increíble que se haya mantenido esa corriente de interés. Gracias.

Fin de Año

Creo difícil que consiga colocar otra entrada antes de que se acabe el año, así que aprovecharé ésta para despedirlo.

Es la tercera Navidad desde que llevo el blog y resulta cada vez más difícil sostener el optimismo. Contrariamente a mis deseos, el temor al cambio ha sido más fuerte que el deseo de ver a todos esforzarse en busca de su realización personal.

Aún expresaré el anhelo de ver mejorar nuestras vidas, de ver emprendimientos ilusionados en mi tierra y de que todos nos sintamos adultos, no tutelados, capaces de llegar hasta donde nos lo propongamos sin temor a los “perseguidores de cualquier nacimiento”.

Felices fiestas para todos.

domingo, agosto 30, 2009

Un tesoro bajo la escalera.

Una mañana de enero de 1969 saqué unas cajas y bultos que había en un pequeño depósito situado debajo de las escaleras de mi edificio. Vivíamos entonces en un apartamento en la calle San Nicolás en Centro Habana, prolongado hacia lo que en otros tiempos fue la peluquería de mi mamá; y en esa etapa ocupábamos con una cocina, comedor y cuarto. De manera que teníamos una especie de dúplex y en el medio, interior a nuestra casa, el espacio donde yo me estaba introduciendo a gatas y donde sabía, fruto de anteriores incursiones, que una de las losas se había zafado.

De hecho, yo, con un cuchillito, había jugado a Edmundo Dantés en el Castillo de If y había retirado la losa para excavar un agujero en el piso. En una ocasión, mi mamá me habló de la necesidad de un escondite seguro y yo le dije que ese lugar nadie lo encontraría. Así fue cómo me dieron la tarea de preservar lo que quedaba del muy mermado patrimonio familiar: un frasco de caramelos (quizás de un litro) lleno de monedas de oro, piedras y joyas.

Medio año atrás, el día que una patrulla de la brigada fronteriza nos atrapó en las inmediaciones de la Base Naval de Guantánamo, descubrieron una bolsa llena de oro junto al agua y la comida. No sé si era nuestra o de la otra familia que iba con nosotros, mi mamá llevaba una faja (parecida a las que usan ahora los terroristas suicidas) que aumentaba su peso en varios kilogramos.

Estuvimos tres días en la estación y nadie descubrió la carga. Cuando regresamos a la Habana, fue que pudo quitarse la faja.

Después, pusimos su contenido en el pomo. Antes, hizo una lista de lo que iba colocando. Ahí estaba mi primer Rólex. Era de oro, manilla de cuero, que le quitaron para guardarlo. Me lo había regalado por mi duodécimo cumpleaños, pero no me dejaba utilizarlo. "Te arrancan el brazo si te cogen por ahí con ese reloj." Luego, en 1971, me regaló otro (de acero) que no me quité en veinticinco años.

Las monedas eran de una onza. Brillantes, nuevas. No creo que hayan circulado jamás. He visto otras mucho después (más pequeñas, de cinco pesos) en otras manos. Son atesoradas para cuando valga la pena. Aquellas llenaban la mitad inferior del pomo y no sé qué pasó con ellas.

Una vez enterrado el tesoro regresé los cajones a su sitio y volvió a depositarse el polvo sobre la losa recolocada.

Un año y medio después, la policía registró la casa. Se llevaron dos camiones de cosas y mucho dinero. Deben haber sido descuidados, porque no encontraron el que estaba oculto en el inodoro ni el que habían cosido en el forro de alguna ropa colgada en el escaparate.

Tampoco hallaron mi escondite.

El tesoro permaneció en su sitio hasta que nos mudamos hacia una casa en el Vedado. Lo saqué en esa ocasión y no supe más de él.

sábado, agosto 22, 2009

Sobre el bloqueo

Mi opinión sobre el "bloqueo" o "embargo", como lo quieran llamar, es poco popular y una buena parte de los lectores la rechazarán.

La propia doble denominación refleja un desacuerdo: exagerado el nombre de "bloqueo", asociable con el sufrido por Gerona o Zaragoza durante la guerra napoleónica, o Leningrado en los tiempos de Hitler- Stalin; eufemístico el de "embargo", cuya acepción académica más cercana, "Prohibición del comercio y transporte de armas, materiales de guerra o determinados productos, decretada por un gobierno contra un país.", se aleja de la generalidad de bienes y servicios que son afectados por la "Ley de comercio con el enemigo" que se le aplica a Cuba.

Estoy en contra del "bloqueo" con cualquier nombre que se le dé.

Creo que es moralmente inaceptable que se utilicen mecanismos de cualquier tipo para llevar miserias a un pueblo y "persuadirlo" a comportarse más enérgicamente con su gobierno para forzarlo a cambiar. Las personas no son instrumentos: sus vidas, su libertad y bienestar no deben ser utilizados para conseguir objetivos políticos, dar escarmientos, servir de escudos, etc.

Esto lo digo por Cuba, pero se refiere a cualquier caso aplicable: Sudáfrica, Haití, Honduras, Corea o cualquier otro. Además, lo creo así, no sólo con este tipo de restricciones externas, mientras más mundiales, peor; sino también a las miserias que se provocan por parte de los propios gobiernos como mecanismos de conservación del poder. Incluye, por ejemplo, aplicar penas severísimas para evitar estampidas migratorias. (Es la misma lógica del mayoral que flagelaba hasta la muerte a un cimarrón capturado, para intimidar al resto de la dotación y evitar nuevas fugas).

No creo que deba criticarse el bloqueo desde el punto de vista de su éxito o fracaso (éste sería un ángulo maquiavélico) o referido al Derecho Internacional (en este caso, es muy complicado, ya que lo que se alega de confiscaciones sin compensación justa no ha sido apropiadamente rebatido y no creo que lo sea). Tampoco desde la óptica de la violación de los derechos humanos de los ciudadanos estadounidenses, ya que se refiere a derechos que se les viola primero a los cubanos.

Los Estados Unidos tienen potestad para decidir con quienes comercian. Si les prohíben algo a sus empresarios, se trata de una cuestión entre aquel gobierno y sus ciudadanos.

Pero es inmoral que compitan con nuestro gobierno en hacernos la vida difícil, sólo para empujarnos y que nosotros seamos los que nos demos los golpes.

Sé que es inútil hablar de moral en un diferendo entre dos países. Ésta se halla ausente de las relaciones entre estados. En última instancia, sólo se tienen en cuenta los intereses de los factores que refuerzan o debilitan el poder de los que toman las decisiones.

Parece que hasta ahora el equilibrio de las fuerzas que actúan sobre las relaciones entre estos estados es esta especie de pinchazo de huso que durmió a todos en palacio, sopor que sólo terminará cuando un príncipe atraviese el bosque encantado y despierte este reino hace siglos dormido.

lunes, agosto 17, 2009

El Juicio

Ésta es una historia casi real. Si mi memoria fuera mejor, si no hubiesen pasado casi cuatro décadas o si hubiera buscado las actas del juicio, lo sería. He tenido que rellenar con la imaginación lo que no puedo precisar.

Hace muchos años que no asisto a un juicio. No estuve en el que le hicieron a mi mamá en el setenta y tres, por tráfico de divisas; ni en el de mi papá, en el sesenta y ocho, por intento de salida ilegal del país.

Fui cuando condenaron al esposo de mi madre en el año setenta, en una causa bastante nebulosa.

Fue en un Tribunal Revolucionario que sesionó en el sitio donde ahora reside un restorán de lujo (sería mejor decir "de precios altísimos") en los bajos de la fortaleza de La Cabaña, junto a la bahía de La Habana. Era un juicio grupal, seis personas eran acusadas de asociarse para realizar actos de compra y venta ilícitas con ánimo de lucro y tráfico de divisas.

El amplio recinto estaba lleno, quizás a causa de la cantidad de reos. Habíamos hablado con mi padrastro unos minutos antes. "¿Viene Taboada?" Éste era un abogado con fama de milagrero. Se corrían leyendas acerca de su capacidad para sacar libres a presos que ya se habían encomendado a San Judas Tadeo. Era el único que Daniel estaba dispuesto a aceptar, en caso contrario, amenazaba con quedar en manos del abogado de oficio cuya notoriedad más destacada era de que nunca iban contra la acusación.

Taboada no podía asistir. En cambio, enviaría a su asociado a quien recomendaba enfáticamente. "Si mi hijo estuviera preso, yo no lo defendería, sino mi socio." No se lo dijeron para evitar que renunciara a la defensa. Ninguno de los acusados vería previamente a su defensor. El juicio comenzó sin que se consultara a los reos si aceptaban ser representados por aquellos dos individuos que se encontraban en disposición de hacerlo. El secretario se limitó a preguntarle los nombres y el juez dio la palabra a la fiscalía.

El viejito era un lince. Acaba de leer el acta de acusación y ya le había encontrado todo tipo de errores. "Sale libre hoy." Había prometido. El fiscal llamó al policía. "¿Usted investigó los hechos que se imputan a los acusados?" "Sí." "¿Los considera probados?" "Sí. Tengo todas las pruebas y las confesiones de los encartados." "Suficiente." "La defensa tiene la palabra." "¿Colaboraron mis defendidos en el esclarecimiento del delito?" "Sí." "¿Han tenido buen comportamiento durante su detención?" "Sí." "Que conste en acta para su descargo que tienen estas circunstancias atenuantes."

Entonces, tomó la palabra el "socio". "¿Ha traído usted las pruebas?" "Sí." "A mi defendido se le acusa de tráfico de divisas. ¿Trajo la constancia del depósito?" "No. No fue posible depositarlo, porque se trataba de un falso billete de cien dólares." "¿Era falso?" "Sí. El acusado poseía un dictamen del Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados. Este punto fue comprobado durante la investigación." "¿Mi defendido intentó usar el billete falso?" "Sí. Lo llevó a Ministerio a certificar." "¿Intentó comprar con él?" "Eso fue un intento." "¿Se encontraron otras divisas durante el registro practicado en el domicilio de mi defendido?" "No."

Hubo un pequeño descanso. El abogado se acercó a nosotros y nos dijo: "Está en la calle. No hay tráfico de divisas, sin divisas. Me faltan unos detallitos."

Llamaron a cada uno de los acusados. El viejito les preguntaba: "¿Conoce usted a mi defendido? ¿Podría hablarse de asociación entre ustedes?" Todos lo negaron, excepto el que le había vendido el billete falso. A éste le preguntó: "¿De dónde salió ese billete?" "Me lo vendió un tipo en la calle." "Y usted lo pagó, así no más." "Sí." "¿Cuándo supo que era falso?" "Cuando él vino a reclamarme." "¿Qué hizo, entonces?" "Le dije que ya no tenía el dinero. Que tratara de venderlo más adelante."

Llamaron a mi padrastro. Antes de responder a ninguna de las preguntas, declaró: "Quiero dejar constancia de que no he contratado al compañero y que me acojo al abogado de oficio." Todos quedamos congelados. Era evidente que el viejito había hecho trizas la acusación. No había tráfico de divisas, ni asociación. Sólo fue víctima de la venta de un billete sin valor, una estafa.

El viejito recogió su portafolio, nos hizo un saludo con la mano y se retiró dignamente. El abogado de oficio se limitó a pedir clemencia para sus defendidos y que se tuvieran en cuenta las circunstancias atenuantes que se habían establecido previamente.

La condena fue de dos años de internamiento en un centro de mínima seguridad.

En aquellos días, yo pensaba que la decisión de mi padrastro era un desastre, que el viejito lo iba a sacar libre. Luego, empecé a concederle cierta razón. Los argumentos que allí se vertieran carecían de valor para ellos. Temían que la representación independiente fuera castigada con un veredicto de culpabilidad y la máxima condena posible. Aceptar al abogado de oficio significaba someterse al orden establecido y recibir condenas mínimas. Más allá de la ley y la justicia, era la fórmula para salir menos castigado.

¿Sería distinto con Taboada? Probablemente, sí. Puede que con sobornos o con visibilidad, diríase que actuaba a otro nivel y un juicio como el que presencié quizás no hubiera acabado como lo hizo.

Aunque no representaba a mi padrastro, el viejito debió ser tenido en cuenta. Había destrozado la acusación. La fiscalía no se había preparado para una defensa real, el hábito de los defensores que sólo pedían clemencia había relajado su rigor. Claro, habría que ver si los jueces escucharían realmente lo que se decía en la sala y si no aceptaban automáticamente las peticiones fiscales.

Espero que el sistema judicial haya cambiado desde entonces.

jueves, agosto 06, 2009

En baja

Una reposición. Este cuento, escrito para incluirse entre los documentos de Zamudio, que encuentra en una computadora el protagonista de Ocupante Original, mi cuarta novela, inacabada aún; lo publiqué en este blog el pasado mes de Octubre. Requerido por una persona de cuya amistad gozo, a causa de algunos detalles que le parecieron tomados de historias que sobre sí mismo me ha contado, decidí retirarlo a los pocos días para evitar ofensas a un amigo. Nuevas lecturas y análisis, le han llevado el convencimiento de que no hay tales referencias. Es uno de los peligros del realismo, imaginar situaciones similares a las que ocurren en la vida.

En baja

Hoy la chica se excedió. Ahora duerme, boca abajo, y sé que en su inconsciencia me observa mirarla. Lo hago con mucha atención y algo de tristeza, porque reconozco ribetes de despedida en su genial performance.

Hace dos años que la encuentro furtivamente en este lugar. Sigilo que no nace de mi estado civil (me divorcié antes de que mi esposa presentara la salida del país. En caso contrario me hubiese visto en aprietos en mi condición de cuadro de la empresa, nunca habría tenido nuevos ascensos y cualquier error que cometiera, sería buena causa para ser demovido), sino del carácter de esta relación y de la propia residencia.

Es una casa del programa de estimulación para los cuadros de la empresa. No me corresponde, por varias razones. En primer lugar, porque yo no soy nomenclatura de la empresa sino del organismo, de manera que me toca ser estimulado desde arriba. Esto solía ocurrir poco frecuentemente, aunque la situación cambió en los últimos tiempos. En segundo lugar, porque a los cuadros se les otorga una semana de vacaciones en esta casa, con asignación de una factura de alimentos y bebidas por parte de los compañeros que atienden esta área. Llegamos al acuerdo de que se corriera en dos días la entrada de cada semana para que los directores pudiéramos utilizarla en esos días sin lesionar el derecho de los otros cuadros. Como el presidente no la utiliza, yo tengo un día cada nueve para mis citas. Es una casa bonita, climatizada, cuyos muebles resisten todas las acometidas que la pasión ingenia.

Hay otra razón para la clandestinidad y es que esta muchacha, al lado mío, me hace lucir ridículo. Por su juventud, su modo de vestir, oler y moverse, es un anuncio de placeres infinitos de alto costo, que me hace ver como un cliente inescrupuloso y no como amante afortunado.

La primera vez y no sé cuántas más, fue así. Yo estaba alojado en el hotel "Cuatro Estrellas". No, no es que esa fuera su categoría, la falta de imaginación de la empresa propietaria se impuso desde su bautismo. Yo no debía quedarme en el hotel, estaba allí realizando gestiones para un grupo de compañeros de provincias a los que les conseguimos un mejor alojamiento que el que debía tocarles: la casa de visitas del organismo o un hotel en moneda nacional, de pobres servicios. No todos llegaron esa noche y quedarían tres plazas disponibles, un cuarto triple, sin utilizar. Durante un impasse que tuve en el lobby, la vi.

En realidad, se dejó ver. Luego me contó que, desde el momento en que me bajé del carro, se había propuesto pasar la noche conmigo. El auto es estatal, pero muy bueno, moderno, de cristales oscuros, con aire acondicionado. Un Toyota. Yo iba bien vestido, con mi guayabera azul. Aún así, no me pasaba por la mente levantar, sin siquiera intentarlo, a una chica de lujo como aquella. No pude negarle a mis ojos un recorrido por su cuerpo antes de encontrarme con su mirada burlona. Me senté en uno de los butacones, pues debía esperar un buen rato antes de que mis visitantes comenzaran a bajar de sus habitaciones. Ella hizo lo propio, sin acercarse pero sin salir de mi campo de visión. Un nuevo cruce de miradas le sirvió para incitarme con una mueca.

Decididamente, me acerqué a la muchacha. No tenía una idea clara de qué decirle, pero ella tomó la iniciativa: "¿Por qué me miras tanto? ¿Te gusto?" Muy fresca. Busqué a mi alrededor. "¿Tienes miedo de que te vean hablando conmigo?" Todavía coaccionado, intenté responder galantemente, pero ella continuó. "¿Tu esposa está en el hotel?" "No. No soy casado. De hecho, venía a invitarte." "¿A qué?" "Más tarde, al show que dan en el bar…" Hizo una mueca de desprecio, no parecían entusiasmarle la bebida y el baile. "O a pasar la noche aquí." No es mi forma de comportarme. No por haberme propuesto de primera intención con la chica, sino por la cantidad de normas que tenía que violar prácticamente en las narices de los compañeros del interior. Uno no podía alquilar una habitación en un hotel en divisas y pasar la noche con una tipa. Sólo gracias a las circunstancias especiales que se daban y corriendo riesgos lo lograría. "A mí no me dejan subir a las habitaciones." "Sí. Te dejan, si te registras conmigo como una compañera de la empresa. Tengo que hablar con el Carpeta. Espérame aquí."

El Carpeta no es bobo, pero sí bastante cómplice. Completa el cupo de tres con sólo dos, que no van a consumir, por una noche. Al día siguiente llegan los demás y todo queda tapado. Él se gana lo suyo y yo paso la noche con la muchacha. Con el cuarto resuelto, le pedí a ella que subiera y me esperara en la habitación mientras yo atendía a los compañeros.

Llegué a eso de las diez de la noche, llevando una botella de ron, dos laticas de refresco y una cubeta con hielo. El vapor proveniente del cuarto de baño indicaba que la joven era limpia y no quería perder tiempo. Me empujó a la ducha mientras ella preparaba los tragos. Cuando salí, ya se había bebido el suyo y me tendía un vaso. Entonces comenzó su acto.

Esa vez, y todas las veces que tuve con ella, quedé embobado con sus procedimientos. Nunca me había acostado con una mujer que tuviera tantos y tan excitantes preliminares, que fuera tan creativa en las posiciones y el uso de los muebles, que buscara mi placer a toda costa, sin dejarme apenas dormir en toda la noche. Ninguna tan inagotable, tan concienzuda en extraerme la última gota de energía, tan desinhibida, profunda, limpia, cuidada, hermosa. Cada sesión con ella era una obra de arte imposible de plasmar en un lienzo, esculpir en bronce o filmar tridimensionalmente. Porque era una pieza que llegaba por todos los sentidos, inundando de bienestar todas las células de mi cuerpo.

Al final, pensé decirle: "¿Cuánto es?", a manera de elogio. Pero no me atreví, por temor a ofenderla. Al despedirnos, por la mañana, me preguntó: "¿Tú puedes volver a conseguir una habitación aquí?" "No. Pero sí una habitación en una casa particular, con muy buenas condiciones." "¿Cuándo?" "¿Qué tal el jueves?"

No me dijo dónde vivía, no le dije dónde trabajaba. Nos fuimos conociendo poco a poco, casualmente. Un día de lluvia, semanas después, la llevé a su casa, en Alamar, pero no me bajé del auto. A pesar del misterio, hemos disfrutado por dos años encontrándonos casi todas las semanas. La he llevado a todos mis estímulos, legítimos o no. La he ocultado, a pesar de que ella es la que debía ocultarme a mí. Le hago frecuentes regalitos: lo que he traído de los viajes se lo he ido dando poco a poco, le compré lencería y cosméticos, alguna vez le di dinero. Nunca pidió, ni me expuso sus necesidades.

Hoy fue demasiado. Sus repeticiones resultaron tan agresivas que parecía querer marcarme para siempre. Me llevó al paroxismo sin descanso. Lloró sus satisfacciones. Pero una reserva quedaba en sus ojos, anunciadora de una conversación al despertar.

Tomo la iniciativa. "¿Te vas?" Se queda callada, la pregunta es ambigua. Insisto. "Hoy estás rara. ¿Hay algo nuevo?" Es simpático, de tanto relacionarme con la chiquilla, me siento como tal. La confirmación me espanta, pero la busco, porque no me gusta vivir con la duda. No lo dice, pero no le creo a su silencio. Ya en el carro, habla: "El sábado me voy para Venezuela." Una revelación inesperada, ella es una profesional, no una niña, ni tampoco una callejera. Puedo elaborar hipótesis para explicarme por qué viene a mí, pero no saberlo a ciencia cierta. "Y no regreso."

Se va. No fui un cliente, ni una diversión momentánea, quiero creer. Hoy está alicaída, porque va a resolver su vida, pero sin entusiasmo. En todo este tiempo, conversamos muy poco. Nunca fuimos al cine, la playa, bailes, restoranes. Sólo habitaciones. Sólo sexo. Mucho, del mejor. Nada más. Todo es contradictorio y algo misterioso, porque no me he atrevido a preguntar, a poner en orden las intenciones. Mil preguntas que pudiera hacerme seguirán sin respuesta. Por ejemplo: Si es trabajadora, ¿Cómo puede faltar cualquier día o cualquier noche de casi todas las semanas? Si no lo es, ¿De dónde sale el viaje a Venezuela, para quedarse? Mi peor pregunta: ¿Quién es? ¿Qué le gusta? Me ha tenido siempre tan ocupado que apenas la conozco.


 

Dos meses sin hembra fueron suficientes. Mientras tuve a Nena (ése era su nombre, creo que no lo había dicho), mi libido se acumulaba semanalmente para descargarse en un chasquido durante el encuentro con la chica. Ahora me atormenta todo el tiempo y no alcanzo a agotar la fuente, reacia sin el estímulo de sus prodigiosas caricias. Soy persona de baja resiliencia, no puedo recuperar fácilmente mi modo de vida después de una pérdida tan profunda. Puede que haya sido mi mejor experiencia sexual, pero su recuerdo ya no consigue excitarme. Es más fácil inspirarse en alguna mujer material, pero mis intentos posteriores han resultado fracasos.

Ella me dejó varias barreras que fui superando lentamente. Otras esperan que yo me lance, que las enamore. Que las invite a tomar unos tragos, a bailar. Que insista. No me la ponen tan fácil. Ya lo hago. Después, todavía soy yo el que debe hacerlo todo. Incitarlas, acariciarlas, prepararlas, proponerles las posiciones, los lugares. Siempre resultan decepcionantes y me agoto, incluso sin acabar la primera vez. Me siento viejo, abandonado, incapaz de recibir satisfacción.

Percibí, en una reunión del núcleo, que Ceci, la mujer del administrador, tenía un puntico de interés en su mirada. No es una niña, tiene unos espléndidos treinta. No está mal. El morbo la pone mejor. Y cualquier cosa que fuera a tener con ella, debería ser tan oculta, como la que tuve con Nena, o más. ¿Cómo ponernos de acuerdo? Calculé con precisión. Ella siempre es la que trae el café. Cuando éste comenzó a oler, me levanté pidiendo permiso para ir al baño. A mi regreso, ella estaba en el pantry llenando las tazas. La rocé por detrás despacio, intencionalmente, para que me sintiera y le dije al oído: "Qué rico." Supuestamente, el café. El contacto, en realidad.

Esperé a que el marido estuviera en el interior en un Consejo Ampliado. Yo era el único director que quedaba en la empresa, pero no fui a buscarla a su departamento porque hay mucha gente trabajando allí y no tenía un buen motivo para hablar con ella.

La llamé por la noche, preguntando por Roberto. Ella reconoció mi voz. "Tú sabes que él está en Ciego." "Y nosotros aquí." "Entonces…" (¿Para qué llamo?) "¿Él dejó la llave del almacén…?" "Yo no sé nada de eso. Seguro que se la llevó." "¿Y el niño?" "Ya tiene doce. Se acostó temprano, porque ayer estuvo viendo la pelota y no pudo dormir casi. Se estaba cayendo de sueño a las nueve de la noche." Resulta difícil dar el salto, cuando uno no encuentra una palabra especialmente propicia, cuando se trata de la mujer del prójimo. Es precisamente lo que me provocó. "¿No podremos vernos?" Me atreví. Si se hubiese negado, hubiera tenido que insistir, convencerla, darle facilidades, seguridad. De fallar todo, pedirle silencio para evitarle un conflicto a su marido. "Aquí no se te ocurra venir." No era un no. "Me parqueo en la esquina y te espero." "La esquina está muy cerca. Es mejor al costado del cine." "En media hora estoy allí." Me estoy conociendo mejor. Me pensaba tímido, se me atragantaban las oraciones cuando tenía que romper la distancia de una chica. Ahora veo que me lanzo, una y otra vez. Debe ser porque la necesidad primordial que tengo es la de sentirme vivo, capaz aún de emocionarme ante la posibilidad del disfrute.

Se demoró más de una hora, cuando llegó estaba por irme. La llevé a la casa-estímulo, donde Nena actuó tantas veces. Ceci era casada, pero su falta de sexo era infinita. Segura de tener una ocasión única, se ocupó con egoísmo exclusivamente de su propio placer. Fue una experiencia muy agradable que me ayudó a paliar mi síndrome de abstinencia de Nena. Le pedí fabricar un complot para repetir en una semana. Aceptó, agobiada por el miedo.

Y lo hizo, en horario de trabajo, en el mismo lugar. Al marido lo habían citado para trabajar en la campaña del mosquito y no aparecería por la empresa. Ella salió a entregar unos papeles al municipio y siguió de largo rumbo a la casa-estímulo, donde habíamos quedado. No es Nena, pero estuvo bien. Yo le pido a ella lo que Nena daba y debo parecerle muy imaginativo, porque le encanta todo este alargue. Y cuando terminamos, no me quedé dormido como seguramente hace su marido, sino que me puse a jugar con ella hasta que la carne despertó nuevamente.

Se habían acabado los condones que llevaba. "Yo tengo en la cartera" dijo, descuidada y significativamente. Me levanté y hurgué un poco entre sus bolsillos. En uno de ellos pude ver unos papelitos. Eran como veinte. Cuando volví con ella, había perdido el deseo.

Hice una tontería. La confronté. "¿Tú estás metida en eso?" "¿En qué?" "Los papelitos con las preguntas." "¡No! Es que…" Empezó a llorar. Muchas mujeres tienen eso, se ponen a llorar cuando se esperan respuestas. Imagino que es un modo de contemporizar mientras piensan qué decir. "¿Roberto lo sabe?" Sacudió la cabeza, no la escuché.

Habían aparecido tiempo atrás en los baños de la empresa. Siempre eran preguntas, sólo preguntas. Desde Sócrates se sabe que preguntar, es un modo de decir. "¿Estás de acuerdo con que te prohíban vender tu carro o tu casa?" "¿Es aceptable que haya que pedir permiso para viajar?" y otras mucho más directas. Las analizamos en el Partido, en el Consejo de Dirección, los entregamos a la Seguridad. El compañero que nos atiende comenzó a visitar la empresa asiduamente, pero no se pudo descubrir nada. Los papelitos volvían a aparecer y muchos no llegaban a nuestras manos. Se habló de colocar cámaras en los pasillos, pero nadie estuvo de acuerdo en que se vigilaran los baños.

En ese momento de revelación descubrí que estaba metido en un problema. La vía más corta, denunciar a Ceci, iba a destapar la mierda y nos iba a embarrar a todos, particularmente a mí. Porque Ceci, y el marido con más fuerza y razón, me caerían encima con denuncias y acusaciones más o menos fundadas. Podía perderlo todo. Los dos son militantes, pero en cuanto se conociera que tienen relación con un hecho como ése, perderían toda credibilidad, excepto cualquier denuncia que hicieran, sobre todo relacionada con ayudarlos o incitarlos a distribuir los papelitos. No podía iniciar nada contra ellos, pero sí ayudar a que los encontraran o a que perdiesen el carné sin que yo pareciera tener relación con el asunto.

No gano nada con formar ese lío y la mejor posición en ese momento parecía ser, pedirle ella que no me involucrara y asegurarle que yo no diría nada por mi parte. Lo malo es que estaba en shock, como si yo fuera la policía y la estuviera interrogando. Esperé un rato sin decir palabra y, como la cosa seguía, me levanté y me vestí. "Tienes que regresar a la empresa antes de las cinco. Te voy a acercar. Vístete." Esto le pareció una forma muy dura de tratarla, porque se vistió llorando. Se lavó la cara, se puso un poco de maquillaje y al rato ya no se le notaba el llanto.


 

Los papeles dejaron de aparecer por varias semanas. A veces se escuchaban conversaciones entre los empleados que, quien conociera las preguntas, notaría que se originaban en algunas de ellas. No había vuelto a verme con Ceci, su marido me mostraba cierta hostilidad reveladora. No creo en los sextos sentidos y ella es demasiado débil emocionalmente para guardarle un secreto a todo el mundo y otro a su marido. De todas formas, los papeles siguieron circulando. Lo sé, porque vi que un chofer tenía uno en la tablilla de la hoja de ruta. Estaba de dorso, pero la forma y el sigilo lo indicaban. Supongo que cambiaron el método: ya no los ponían en los baños, los entregaban directamente a sus lectores.

El ambiente se fue llenando de problemas y amenazas. Primero, la empresa no pasó una auditoría. Descubrieron que no teníamos un procedimiento para las bajas técnicas de los equipos y partes de computación y tampoco teníamos los equipos y medios a los que se había dado de baja. Descubrieron que las hojas de estiba de los almacenes estaban llenas de ajustes. Que el libro de firmas era un desastre y no se controlaba en Personal. Los choferes se quedaban con los vehículos todas las noches y el fin de semana y no se controlaba el kilometraje. Cogieron a uno boteando. No pudimos entrar al Perfeccionamiento y nos limitaron la estimulación.

Mis evaluaciones mensuales siempre han sido muy buenas y todos los años se me califica de excepcionalmente positivo. Pero la crisis de la empresa me ha golpeado. El organismo se reunió con el consejo de dirección, asistido por los factores y propuso un plan de desintegración de la empresa, incorporando los departamentos productivos a otras empresas del organismo y reasignando a los cuadros, algunos de los cuales serían enviados a la escuela nacional y otros podrían ubicarse fuera del organismo. Eso, para los que no fueran demovidos por mal trabajo de relacionarse con errores de su área las manifestaciones de indisciplina, delitos económicos y problemas políticos que estaban ocurriendo.

Todo esto pende sobre cada uno de los directivos. Pero yo, en particular, tengo encima al tarrú de Roberto, que es uno de los primeros que va a perder la cabeza en la purga que se avecina. Está a punto de explotar, conozco esa mirada. Lo malo es que no va a tratar de liarse a los piñazos conmigo, es un poco cobarde y soy más alto y fuerte que él, aunque le lleve diez años. Lo amarran la Ceci, los papelitos, la cárcel y ese niño de doce años capaz de quedarse dormido a las nueve de la noche. Por eso no puede decir todo lo que siente, casi ha perdido la mujer, pero viven juntos. Quizás quiera recuperar su matrimonio.

Por otra parte, mi propio trabajo se me ha puesto difícil. Para empezar, llevé el carro a Mantenimiento programado. Cuando lo estaban levantando, recibí una llamada del Presidente. "Arranca pa´cá." "No tengo carro, le están cambiando el aceite." "Deja el carro ahí y ven en un taxi." "Ya no tengo bauche." Era verdad. Mientras eran abundantes, nos hacían fácil movernos en taxis pagados en divisas. Algunos los utilizaron para sacar unos dólares, poniéndose de acuerdo con los choferes y cuando los de arriba se dieron cuenta, aumentaron los controles y las autorizaciones para utilizarlos. Resultado: uno no puede andar con el bauche arriba para resolver una emergencia. Mi divisa no la voy a utilizar en cuestiones de trabajo, me dan muy poca. "Apúrate. Ven como puedas. Te estamos esperando."

En plural. Consejo de Dirección extraordinario. Por el camino pienso en la causa de la urgencia. Un presunto hecho delictivo. Una rotura de grandes proporciones, un acuartelamiento por alguna provocación en una embajada. Todo parece tan lejano, que no entiendo por qué me hacen dejar el carro para ocuparme de boberías. Allá hay gente de sobra.

Muchísima, ciertamente. Todo un operativo policial. Paso, pidiendo permiso, pero no logro entrar a la oficina del Presidente. Una de las trabajadoras me tira por la manga. "Tienen el mural." "¿Qué pasó?" "Nadie sabe en qué momento, quitaron las banderas, los llamamientos y las fotos del mural." "¿Y qué?" "Lo vaciaron para pegarle papelitos contrarrevolucionarios."

"¡Peña!" Soy yo. El Presidente me hace una seña para que me acerque. "¿Qué tu sabes de este lío?" "Me acaban de decir…" "Espera, mejor hablamos con Emilio." Nos encerramos en la oficina del Presidente. Emilio oculta su inquietud con una pose agresiva. "Voy a matar al que hizo esto. Me hacen pasar por comemierda." Tiene razón. Se supone que él, como agente a cargo, debía mantener vigilancia sobre el personal de la empresa. Si ya habían salido los papeles con las preguntas con anterioridad, no se explica que él no informara ni que dejara correr el tiempo, como si los papeles fueran a desaparecer por sí mismos. Se envalentonaron y volvieron a la carga. "Lo llenaron hasta el tope con preguntitas capciosas." "¿Qué decían?" "Lo de siempre. Que si nos preguntaron si queríamos que nos prohibieran salir del país. Que si estábamos de acuerdo en que gasten..., no ¿para qué repetirlos? Es la misma canción que les dictan desde Miami. ¡Palo es lo que hay que darles! " "¿Saben quién fue?" "Van a analizar las huellas digitales. Lo más probable, es que podamos reconocerlos por las huellas."

Hay un movimiento y un hombre vestido de uniforme verde oscuro le habla al oído a Emilio. "¡Venga!" Me dicen, secamente. Mi oficina, que dejé cerrada y con el sello de lacre puesto, está abierta y su desorden es patente de un profundo registro. "Mire lo que encontramos en una gaveta." Mi madre. Un paquete de papelitos con los que hacen las preguntas. Y otro que ya tiene preguntas impresas. Como no tengo doble personalidad, estoy seguro de que alguien plantó esas evidencias contra mí. Eso intento decir, cuando me llevan, con mi consentimiento, a entrevistarme largamente con unos individuos que dicen saberlo todo de mí, que no los puedo engañar y que pueden hacer lo que quieran conmigo.

Me muestro colaborativo, estampo mis huellas donde piden, respondo de buena gana, pero, aún así, me hablan hostilmente, me lanzan acusaciones sin sentido, se burlan de mis palabras. Soy paciente, están acostumbrados a tratar con maleantes y utilizan lo que la rutina sugiere. Cuando me traían en el auto, estaba dispuesto a delatar a Ceci. Una delación inconveniente que decido no hacer mientras no me vea realmente forzado a ello. El análisis de las huellas me favorece y el tono de las preguntas va cambiando: "¿Quién puede querer implicarlo en este hecho?" No sé nada, y duermo en mi casa como casi siempre.

Voy temprano a la empresa, con la idea de de seguir a recoger el carro. No consigo salir. Una reunión del Núcleo del Partido, otra de la Comisión de Cuadros y otra del Consejo de Dirección me esperan. La gente del núcleo no actúa por sí misma, no recibieron instrucciones o permiso para sancionarme y no tienen una causa que aplicarme. Algunos mascullan palabrejas como "pérdida de ejemplaridad", pero no llegan a ninguna parte. Trato de chocar la vista con Ceci, pero no lo consigo. Roberto, en cambio, tiene su mirada fija en mí. La Comisión de Cuadros se duerme en reglamentos y advertencias y el Consejo de Dirección elabora un Plan de Medidas para combatir las manifestaciones de indisciplina social que se están manifestando en la empresa. Un día perdido y el carro en el Taller de Mantenimiento.

A la mañana siguiente me aparezco en el taller. El engrasador se inclina sobre el capó abierto. "No arranca." "¿Cómo que no arranca? Ese carro siempre arranca al tiro." Tiene razón, no consigo encender el motor. Reviso los cables de las bujías y veo, por debajo, un terrible agujero negro en el motor. "¿Qué es esto?" "¿Qué?" El engrasador sabe lo que pregunto, se hace el tonto. "Levanta el carro."

Visto por debajo, es alucinante. No debe quedarle aceite, puedo ver algo de bielas y cigüeñal a través del hueco. Estoy destruido, ese agujero en el block es como si lo llevara en el hígado. Reparar un motor parece sencillo, sólo cuestión de dinero. Pero nunca aparece lo que se necesita, hay que vigilar a los mecánicos, conseguir la autorización para las divisas. "Déjalo ahí un momento." Busco al Jefe del Taller y lo traigo conmigo. "¿Cómo tú explicas esto?" "No entiendo." "El hoyo." "El motor estaba cosido y se le cayó un pedazo de block en el engrase." "Negativo. Yo cogí ese carro con cero kilómetros y nunca se le ha bajado el motor. Además, esa biela está suelta." "El tornillo estaba ido de rosca y se zafó cuando arrancaron el carro para moverlo." "¿Tú te imaginas a cuántas revoluciones tiene que ir un motor para romper el block? ¿Dónde está el pedazo que falta?" Decide al fin, darse por enterado de lo que ocurrió. "¿Tú crees que sacaron el carro y lo rompieron en la calle?" "Creo, no. Te lo voy a demostrar. Baja el carro. Yo anoté el número del kilometraje. ¿Ves? Sesenta kilómetros de diferencia."

El Jefe de Taller vocifera un poco contra la inconsciencia de sus trabajadores y entra a la oficina. El engrasador se me acerca y me informa en voz baja: "Él mismo fue el que se llevó el carro anoche hacia Guanabo. Se rompió de regreso y tuvimos que remolcarlo." Luego, el Jefe sale con unos modelos en la mano. El proceso burocrático es inevitable.

Por segunda noche consecutiva me emborracho un poco para poder dormir. Ya no me siento tan bien con mi soltería y tengo una depre tremenda.


 

Al fin me empato con Ceci sin testigos. "¿Tú fuiste la que me preparó la cama esa?" "No. Yo no quiero más problemas" "Entonces fue tu marido." "Estamos peleados." No fue ella. Además, sé muy bien que una mujer, cuando te dice en estas circunstancias que está separada del marido, te está invitando al sexo. La citaré, pero antes debo resolver el problema. Sin decir nada, salgo a buscar a Roberto. No es difícil encontrarlo en la Administración. Espero que salga el mensajero y cierro la puerta. "Tienen tus huellas, maricón. Estás jodido." "Sí, ya lo esperaba. Pero yo no he dado mis huellas en ninguna parte, así que sólo las tendrán si me denuncian. ¿Vas a ser tú, el chivato?" "¿Por qué no?" "Piensa." "¿Tú no crees que Emilio va a ir recogiendo huellas sin que nadie lo sepa?"

"¿Y de qué me acusarían?" "Te van a expulsar del Partido. ¿Qué clase de militante eres tú?" "Vamos a ver. ¿Qué se supone que yo hice? ¿Preguntar? ¿No es mi deber como militante cuestionarlo todo?" "Hay cuestiones y cuestiones. Por ejemplo, ¿Qué interés puede tener un militante en permitir que los contrarrevolucionarios hagan propaganda contra Cuba en la televisión y la radio del país?" "Yo no digo que yo quiera escuchar su propaganda, yo pregunto si ellos no tienen el mismo derecho a hablar que nosotros. Los medios del estado, ¿le pertenecen a todos, o a los de una u otra facción? ¿Por qué ellos no van a poder expresarse públicamente? ¿No tenemos mejores argumentos? ¿La gente les va a creer más a ellos que a nosotros?" "¿Qué se va a resolver con eso? ¿Permitirles que pongan en duda el trabajo de la dirección del país? ¿Qué se quieran meter en todo? Hay muchas necesidades que aplacar para perder tiempo y recursos con la palabrería y las mentiras de esa gente." "Tú no puedes creer lo que estás diciendo. ¿No se pierden tiempo y recursos en alardes y ofensas a los demás? ¿Se administra bien lo que tenemos? ¿No se estaría mejor si todos pudieran fiscalizar? "¿Para qué vamos a darle espacio para que hagan su trabajo de zapa a favor del imperio? Ellos son los culpables del bloqueo." "Cuando surgió el bloqueo, esos grupos no existían. Hay grupúsculos que apoyan el bloqueo, pero otros, no." "Tú parece que los conoces mucho. ¿Desde cuando trabajas para el imperio?" "Yo trabajo aquí. Mi salario es el único dinero que cobro." "Sí. Te colaste en mi oficina y pusiste papeles para que la policía cargara conmigo." "Mentira. ¿Por qué iba a hacerlo?" "Tú eres el de los papeles."

La política no es mi fuerte, no me gusta discutir. Repito tres o cuatro ideas que son respuestas generales, pero no puedo meterme a fondo en las discusiones. Me basta con saber que el mundo no es tan noble y que tenemos mejores resultados que el resto de los países subdesarrollados. Roberto tiene que salir por el techo, Emilio llegará a él. Veremos qué dice después.

No acaban de autorizarme el dinero para pagar la reparación del motor del carro. Como no vivo cerca, eso me hace depender del transporte obrero. Por obligación tengo que llegar temprano a la empresa. Madrugar para no tener que meterme en una guagua de la calle donde un carterista puede dejarme sin dinero ni carné de identidad, para no sufrir la angustia de la espera y la demora. Mi movilidad se ha limitado, estoy cumpliendo horario de oficina y he bajado varios puntos en la percepción de hombre exitoso que gozaba antes de todos este lío.

Cuando uno tiene problemas, y los trata de resolver, siempre llega un momento de estabilidad, donde se empiezan a ver las soluciones. Lo malo es cuando vienen en nuevas oleadas, una y otra vez. Estar sin mujer, después de dos años de satisfacciones increíbles, es difícil, pero me voy acostumbrando. Si me llego a sentir ansioso, bajaré mis expectativas y la vecina de los altos me lo agradecerá, porque sé que no tiene hombre desde hace mucho y le vendría bien una sesión de descarga. Estar sin carro es otro problema que se mezcla con el anterior. No puedo ir al estímulo a pie. Y también el carro ayuda a ligar. Las complicaciones de mi trabajo las voy capeando, mientras Roberto no explote y me eche a la candela. Aunque sea por guardar silencio.

Pero la cosa se complica en serio. Porque se han enterado de mis gestiones para hacerme ciudadano español. Las normas para los cuadros son muy estrictas en este tema. Aunque hay muchos pinchos y familiares que tienen varios pasaportes, la adquisición de una nueva ciudadanía se considera renuncia automática de la cubana, por cuanto nuestra constitución no acepta la doble nacionalidad. Los cuadros debemos mantener informados a nuestros superiores de toda relación con extranjeros y naturalmente que eso nos incluye a nosotros mismos. Si decido aceptar el riesgo no es porque haya en ello ventajas tan grandes que valga la pena (yo no pienso emigrar, ni visitar España y no me creo elegible para ayuda de la asistencia social), es por seguridad (si me truenan podría, por ejemplo, vender todo lo que pueda y mudarme a la madre patria) y porque no creo que se vayan a enterar. El nivel de riesgo cambia cuando uno está en la mira. En mi caso deben haber ayudado los dichosos papelitos.

Ni mis superiores, ni los agentes que me investigan, pueden interferir en mi proceso de nacionalización. Es un problema entre España y yo que se encuentra en un paso más allá del punto de retorno. Ya que lo saben, lo debo mantener porque es mi única opción. Cuando tenga mi pasaporte español, deberán decidir si me la
aplican por esa causa o por otra. Por experiencia sé que no van a actuar de modo directo, como no lo harán por el asunto de los papelitos. Pudieran demoverme alegando mal trabajo, pero ahí están mis evaluaciones y construirme un historial de pobre desempeño es un proceso muy demorado.

Hablo con Ceci y la invito a mi casa. Ya no puedo llevarla al estímulo, no quise seguir en eso entre tantos peligros. Como su marido sigue viviendo en la casa, debe tomar sus precauciones. Pero un hombre que vive solo e invita a una mujer en su situación a su casa representa una oportunidad ineludible y así los dos ganamos.

Todo en mi hogar refleja que siempre he estado bien. Desde mi regreso de Alemania con un contenedor de cosas, las adquisiciones en los años en el comercio militar, las compras de internacionalista, los viajes, y estímulos, he ido coleccionando pequeños detalles que hacen cálido un hogar. Soy un hombre cuidadoso que conserva la tetera, la rebanadora, el juego de hockey sobre mesa, el reloj de cuco y la máquina eléctrica de afeitar como si las hubiera comprado el año pasado, no hace treinta. Mi casa está buena, pero mi costumbre de amar no supera mi necesidad de un espacio solitario. Así que tenemos sexo, nada más. Trato de conversar con ella sobre los papelitos y se muestra solidaria con Roberto. Por su pasión argumental es previsible que ella haya sido la que inventó ese tonto método de propaganda política.

Con los días, todo se diluye. Los papeles dejan de aparecer, Lo que sí está claro es que estoy en baja. No salí cuadro destacado, no me propusieron para un viaje que se dio, sigo sin carro, me quitaron la estimulación en divisas. Por si fuera poco, la Administración (es decir, Roberto), me está haciendo la vida difícil. Me demora los insumos, no me asigna el transporte, controla la merienda. Mezquinamente, me pone constantes obstáculos para mi trabajo y le deseo un cordial explote que tarde o temprano Emilio activará, enterado, como sin dudas debe estar, de su autoría intelectual y física de la propaganda enemiga distribuida en volantes en los baños y oficinas de la empresa.

Antes, me iré yo. Mi cerco se ha cerrado, gracias a esos tenaces hombrecillos que llevan semanas hablando con todo el mundo en la empresa, a los que llaman "el dúo". Peña y los otros cuadros han tratado de sostenerme, quizás para que no los agarre una colateral y mi caída tenga efecto dominó, pero es inútil. La implicación en el caso de los papeles y mi reciente pasaporte español pesan demasiado para que los análisis pequen de blandenguería y busquen otra cosa que no sea mi democión. No será a mí solo, pero ese consuelo no me interesa.

Es hora de acudir a mis amigos. Los de bien arriba, los intocables. Y de pronto resultará que no me pasa nada, o me mueven a un puesto más importante en una empresa más grande. Lo que yo sé es que no me voy a quedar así. Juego dentro de las reglas y puedo caerme, pero siempre me levantaré. Estar en baja no es permanente, ya verán.


 


 

lunes, julio 27, 2009

Regalo oneroso

Hay mucha sal en mi alacena.

Cuando, recientemente, redujeron la cuota de sal que se distribuye en forma racionada, a mí en particular no me causó grandes preocupaciones. La sal, símbolo de lo esencial y de la mala suerte, me sobra. Hace años, antes de saber de mi hipertensión, que cocinamos "bajito de sal" en mi casa. Los pesados paquetes de cloruro de sodio, algunos bastante pedregosos, se han acumulado por efecto de la honradez de mi "mensajero" que trae todo lo que "viene" a la bodega.

Lo mismo ocurre con el azúcar, veneno de mi diabetes. Los "granos": chícharos y frijoles (con frecuencia, de raza indeterminable a la que se le podría llamar "satos") entran a mi casa en cantidad no deseada, creando un problema de almacenamiento, que generalmente resuelve algún familiar o amigo que sí los aprecia. Los cigarros, jabones de baño, vino seco son otros productos que nunca compraría si no vinieran "por la libreta".

¿Cuántos, cómo yo, reciben productos "subsidiados" que no necesitan? ¿Quién paga por ese despilfarro?

La electricidad es subsidiada, aunque debe ser difícil saber el costo real del kilowatt. Esto puede inferirse de las medidas exageradas de ahorro que carecerían de sentido con una mercancía que dé ganancias. Siendo subsidiada, lo es no sólo para las familias de bajos ingresos, si no también para las que los tienen muy altos y los que se ganan la vida utilizando equipos eléctricos.

Este esquema de subsidios es irracional y costoso. Es una de las causas de nuestra miseria. ¿Por qué se mantiene? Puede suponerse que el proceso de determinar realmente qué debe ser subsidiado y qué no, resulte muy complejo y que acabaría con la tranquilidad de nuestros apacibles burócratas. Puede que no, que tenga un sentido político. También se puede pensar que se trata de una fórmula proteccionista para ciertas producciones incompetentes. Demasiada investigación de este tipo puede llevarnos a conclusiones como la de que es mejor que el estado nos deje ganarnos la vida y no se meta a mantenernos, que ya somos mayores de edad y sabemos en qué queremos gastar lo que ganamos.

La reducción de la cuota o la eliminación de la "libreta" pueden causar hambruna en un país donde la línea de la pobreza está muy alta para casi todos. Pero el modo en que se alivia actualmente contribuye a agravar la situación. El problema es complejo, sobre todo por la falta de alternativas. Si la empresa eléctrica tuviera ganancias, muchos viviríamos a oscuras.

Se han propuesto otras vías: "Subsidiar a las personas, no a los productos." Era una de las que se manifestaron en aquellas reuniones "a camisa quitada", que llevaron esperanzas de cambios a muchos hace tres años. Es decir, entregar bonos a las personas cuyos ingresos no alcancen determinados límites, para que compren lo que necesiten.

Claro que esos límites pueden ser muy bajos y dejar efectivamente en la miseria a casi todo el mundo, porque en la mente de los que "pican el bacalao", "somos felices aquí".

En algo tendrían razón, porque no es razonable que una persona con ocupación necesite ayuda estatal para vivir (no me refiero al sostén único de una familia numerosa, sino a cualquier trabajador). Y es que la política de "pleno empleo" tampoco es razonable. Provoca que haya demasiados salarios que pagar y demasiadas entidades excesivamente onerosas. Hunde la productividad del trabajo.

Disminuir el número de empleos, aumentar el paro, tampoco resuelve por sí sólo el problema. Igualmente habría que ayudar a los nuevos desempleados.

Entonces, ¿no hay solución? ¿Hay que seguir con la "sal encima"?

Quienes vivimos el cambio de la economía en la segunda mitad de los noventa, sabemos que no: las débiles reformas que se emprendieron en esa época nos ayudaron a salir de un pozo profundo. Aunque no era una solución de aliento largo, demostró que la caída es reversible. Sólo se necesita un cambio en el objetivo principal del gobierno. Éste debe entender que lo primario es la economía, que hay que eliminar restricciones aunque signifiquen pérdida de control o de poder. Lo principal, no es el ahorro. Lo es, la eficiencia, la capacidad para generar servicios y bienes demandados de forma productiva.

Cuba necesita un cambio. En particular, deben derogarse las leyes que impiden la formación de empresas con propietarios cubanos y renunciar al monopolio sobre el comercio exterior e interior. Un campesino cubano debe tener la posibilidad de invertir y acoger inversión para explotar sus tierras y vender su producto en el mercado nacional o internacional al mejor precio posible. Un empresario, nacional o extranjero, debe tener capacidad legal para traer, por ejemplo, vehículos nuevos o de uso y venderlos en el país al precio que pueda, sin que su propietario se vea imposibilitado de ponerle chapa. ¿Qué necesidad hay de impedírselo? ¿Cuántas ideas no surgen cuando hay derecho y garantías para producir?

Es natural que las empresas paguen impuestos, que lleven contabilidad confiable, que sus fuentes de financiamiento sean legítimas, que las aduanas cobren aranceles. No lo es, que los trabajadores tengan que aceptar una "agencia empleadora" que se quede con la mayor parte de su salario. Esta entidad limita las posibilidades de existencia para empresas pequeñas, sin hablar de legitimidad o violación de derechos. Tampoco, que tengan proveedores designados por ley. Éstos deben ser elegidos libremente.

Yo creo que éstas son reservas productivas que tiene el país. No deben conservarse cerradas como válvulas de seguridad que se abrirían sólo para calmar una crisis violenta, como ocurrió en el noventa y cuatro con los mercados campesinos.

Solo he mencionado ejemplos, no son propuestas. Mi idea es ilustrar el espíritu que falta o que es relegado.

Y el tiempo pasa y nuestros problemas se ponen viejos. Surgen nuevos, se agravan y envejecen también.

Nuestra vida se va y seguimos en silencio, mirando los muros de la patria mía.


 


 


 


 

 

martes, julio 21, 2009

Economía planificada.

Dicen que cierto economista predijo que los intentos de planificar la economía sólo producirían pobreza.

Es todo lo contrario lo que nos enseñaron en la escuela. La economía planificada permitía el mejor empleo de los recursos. Evita que todo el mundo se ponga a fabricar un producto sin saber qué necesidad hay. Mi profesora de Geografía Económica de onceno grado (le decían Níquel-más-cobalto, porque repetía una y otra vez el caso de la explotación de las minas de níquel como ejemplo del robo de nuestro patrimonio por parte de las empresas transnacionales) insistía con absoluto convencimiento: "En la economía planificada, se produce lo necesario, no hay un excedente que ocasione inútiles gastos de transporte y almacenamiento, como sucede en la economía de mercado, donde los precios bajan y surgen las crisis de superproducción." Por ahí venía el ejemplo de la compañía que botaba la leche al mar para que los precios no subieran, etc. Estaba tan claro que un sistema económico organizado como un reloj era superior a otro donde imperaba el caos y el egoísmo, que todos sacábamos buenas notas en su asignatura. Estoy hablando del curso 1971-1972.

Ese año, en la escuela al campo, mi brigada fue a cortar un campo cañero que debía tener quince mil arrobas y, después de tumbar toda la caña, sólo pudimos llenar dos carretas (unas ochocientas arrobas). Eran los remanentes de la zafra de 1970, cuando los campos se negaron a dejar crecer la cantidad que los planificadores le habían asignado para cumplir con los diez millones. No podíamos esperar que nuestra economía ya estuviera "planificada", pero la idea era que lo iba a estar pronto.

Han pasado casi cuarenta años más. Las economías caóticas han agarrado unas cuantas crisis, que son una especie de gripe a las que le inventan curas más o menos inútiles y de las que salen sin que se sepa muy bien por qué. También tienen buenas rachas que no son noticias y nadie habla de ellas.

¿Y la economía planificada? Muchos desistieron de planificar la economía. Otros ya no hablan de eso. Lo cierto es que no veo un plan general funcionando. Sólo emergencias, recuperación, campañas, saltos, rectificaciones. Todo de última hora, para los próximos meses.

¿Se puede planificar el clima? ¿Los vaivenes del mercado internacional? ¿Las crisis políticas? ¿Las catástrofes naturales? ¿Los nuevos procesos tecnológicos revolucionarios? ¿Los cambios en los gustos y necesidades de la gente? Quizás. Con suficientes burócratas…

martes, julio 14, 2009

¿Se recupera la educación?

El regreso de los preuniversitarios al ambiente urbano cumple los deseos de millones de cubanos que han esperado por casi dos décadas la desaparición del sistema de escuelas en el campo que lanzó a los estudios de técnico medio a infinidad de jóvenes interesados en esta enseñanza como camino hacia la Universidad. Todos los estamentos de la sociedad tenían objeciones a la escuela en el campo: separación de la familia, patria potestad, degeneración moral, gasto económico, destrucción de la agricultura, ineficiencia académica, problemas de transporte, eran algunas de las más referidas. ¿Cómo pudo sobrevivir una institución tan impopular durante tanto tiempo? Del mismo modo que muchas otras cosas.

Ha llegado la cordura en este tema y eso debería bastar. Ahora la tarea es dura, durísima. Una institución como el sistema educativo no tiene una fórmula instantánea que pueda destruirse y crearse nuevamente, a golpes de antojo, sin consecuencias. La base material, los antiquísimos laboratorios con sus cristalerías, equipos de medición, mesas de trabajo, reactivos, bibliotecas, pupitres, pizarras y una infinidad de etcéteras han desaparecido en estos años y deben ser restituidos.

Una pérdida más importante es la de los recursos humanos, los más importantes en cualquier ramo. Regresados los "maestros emergentes", el inventario de personal docente debe estar por los suelos. Los maestros profesionales han encontrado una mejor manera de ganarse la vida y costará traerlos al redil.

El reciente anuncio de un aumento salarial para el sector es otra insuficiente buena noticia. Los aumentos no son especialmente importantes, aunque llegan en una etapa en que serán más significativos, teniendo en cuenta la desaparición de muchas de las fuentes alternativas de ingresos que han golpeado la actividad por cuenta propia, la retirada de muchas empresas extranjeras, las restructuraciones gubernamentales y el impacto de la crisis, es decir: el desempleo real. Quiero decir que se trata de un ambiente de mercado laboral deprimido que atraerá a muchos cubanos al trabajo, aunque sea para ganar la depreciada moneda nacional. Los trabajadores de la enseñanza pueden percibir cierta revalorización de su actividad por parte de la sociedad.

Hay otras condiciones que por décadas han hecho estresante el trabajo del maestro. Recuerdo a una compañera de trabajo (cuando eso yo era profesor de "la Lenin") que se retiró el mismo día de cumplir la edad necesaria. Después de negarse a explicar sus razones una y otra vez, lo hizo su último día de asistencia al trabajo. "Hay dos cosas que no soporto de ser maestra. Una, los cambios de programa. Un día llega un metodólogo al Ministerio de un curso en la URSS o en la RDA y trae un libraco y dice: 'éste es el programa'. Y ahí vamos los maestros a estudiar y a preparar nuevas clases con los nuevos métodos. Antes eran las habilidades y ahora son los objetivos o si no la enseñanza problémica, o lo que haya leído el tipo por allá. Entonces, las cosas no salen como el metodólogo creía y lo quitan. Viene un nuevo metodólogo y dice 'no vamos a cambiar el programa, pero vamos a arrancarle la hoja tres, la cinco, la trece y de la quince a la veinticuatro'. Y al otro año le quitan otro pedazo y así hasta que llega otro con un nuevo libro y vuelta a empezar. Lo segundo que no aguanto es que se creen que una tiene la obligación de obedecer órdenes, como si fuera un soldado. 'Hay que llevar a los alumnos al huerto.' Se entiende. 'Los profesores deben quedarse esta noche, que salimos a las tres de la mañana a la concentración por el Primero de Mayo'. 'Preparación militar'. 'Ayudar con la pintura de las aulas'. No es que una se motive y quiera hacer esto o aquello, no. Es que una tiene que hacer lo que se le ocurra a cualquier jefecito, aunque no tenga nada que ver con dar clases."

La queja de esta profesora no es exclusiva del ramo. El trabajador cubano puede tener obligaciones fuera del contenido "normal" de su puesto. Pero la carga ideológica que tiene la educación hace que ese fardo resulte especialmente pesado para nosotros.

Percibir que sus profesores son personas que carecen de respaldo, que no han tenido éxito en la vida, conspira contra su autoridad y su valor como ejemplo ante los alumnos. Hace que sea más difícil controlar el aula. No sólo los salarios deben ser lo mejor que la sociedad pueda brindar. También debe cambiar su relación con la sociedad, respetarse su contrato de trabajo. Los profesores deben ser apoyados por su institución, no hostigados, ni 'persuadidos' a otorgar notas o informes que no reflejan el aprendizaje de sus estudiantes.

A veces me pregunto si es posible en este país que nuestra profesión recupere su dignidad.

martes, junio 30, 2009

Menos retórica.

Luego de leer algunos de mis correos, hice una excursión al mundo de los blogs y sus comentaristas. Observar cómo en muchos mensajes se eleva la retórica a nivel de insulto y se argumenta con suposiciones y mentiras, me provoca vergüenza ajena.

La política es apasionante. Aunque los discutidores rara vez influyen en los hechos importantes, la incidencia que la política puede tener en las vidas de las personas hace que muchos se expresen con vehemencia defendiendo los que creen que son sus intereses. La afiliación partidaria favorece el alineamiento a posturas que no siempre comprendemos o resultan difíciles de sustentar con apego a los principios que propugnamos.

Nos enzarzamos en discusiones y cuando nos falta el argumento, acudimos a las descalificaciones. Cuando faltan hechos que apoyen nuestra postura, utilizamos suposiciones y si fuera necesario, la mentira.

Evito caer en eso. Trato de escribir solo de lo que sé, de lo que me consta. Cuando supongo, digo que es una suposición. Cuando invento, le llamo novela, o relato, nunca testimonio. Eso no mueve un grado a la izquierda o la derecha mi ideología. Si estoy convencido de mis ideas, no necesito insultar. Creo que en general es mejor tener preguntas e investigar con honestidad, que respuestas (más o menos fundamentadas) para "ganar" una discusión.

Yo soy el primer receptor de mis argumentos. No me sentiría bien, si para convencerme de algo, tuviese que falsear la realidad, mirar solo a lo que conviene o desechar otras alegaciones.

Me gustaría que los demás sintieran algo parecido, que se examinaran, que intentaran sentirse bien consigo mismos. No es necesario entenderlo todo, cualquiera puede dejarle el beneficio de la duda a sus afectos.

Aún así, comoquiera que lo hagan, prefiero que sigan hablando sobre Cuba. Escuchándonos, nos conocerán. Aunque sea a través de nuestras mentiras e insultos.

domingo, junio 21, 2009

Un blogger profesional.

Le dediqué la entrada anterior a un artículo, "Con las barbas en remojo" relacionado con el desabastecimiento de la red comercial en divisas, de Fernando Ravsberg, el corresponsal de la BBC en Cuba.

Los artículos del periodista muestran lo difícil de su trabajo. Resalta aristas interesantes en fenómenos, generalmente ya reseñados, pero es capaz de presentarlos desde ángulos llamativos, manejando información de primera mano que ilustra significativamente las tesis de sus encabezados. Se aleja de críticos y apologistas, lo cual atrae sobre él, ataques de ambos.

Una de sus recientes entradas, El bloqueo interno, la dedica al daño que provoca el agarrotamiento de la economía nacional por parte del Estado. Describe con ejemplos impactantes "las veredas oscuras" del error. Es una idea que ya ha sido presentada; sin embargo, no es retórica política lo que queda de su lectura, sólo realidad. Las leyes y restricciones que rigen la actividad económica cubana son incalculablemente dañinas y Fernando lo demuestra. Culpa a "la burocracia". Ésta se ha convertido en un cómodo chivo expiatorio (anónimo, colectivo) y éste es, para mí, el punto débil de su alegato. "La burocracia" tiene intereses, pero no es la que toma las decisiones, ni la iniciativa. Sólo cumple su "importante tarea".

La siguiente entrada, Pobrecitos los cubanos, parece destinada a compensar las ofensas del anterior, como el mal árbitro de beisbol que, después de "cantar" una bola mala como strike, lo compensa cantando un strike como bola mala. Una de cal y otra de arena. Confieso que por un momento me molestó. Especialmente eso de que el cincuenta por ciento tiene acceso a divisas. Pero mirándolo mejor, puede ser. Incluye entre otros, a los que reciben mesadas irregulares, los parqueadores, los que cobran diez CUC de "estimulación" cuando cumplen los parámetros, los mendigos de las puertas de las tiendas, las que limpian las casas de los que alquilan, las vendedoras de "jabas" en los agros. Los voraces inspectores que salen a medrar cada vez que aparece una medida de "control" (los últimos, los de los contadores eléctricos). La pirámide de ingresos cubanas, la real, es desconocida. Tengamos en cuenta que la mayoría de las entradas importantes se obtienen ilegalmente.

La información vale. Una pirámide de ingresos cuya base es muy ancha (la gran mayoría gana muy poco) que tiene un pico superior muy largo, una pirámide de una gran pendiente media, es la representación gráfica de una importante desigualdad. Desconozco la intención del periodista, pero eso es lo que demuestra. El famoso "igualitarismo" no existe.

Creo que los lectores extranjeros y los periodistas cubanos deben agradecer a este escritor que llame la atención sobre tanto tópico interesante de la vida nacional, y al valor con que lo hace.

jueves, mayo 28, 2009

Del Capitolio a la espuma de Fernando.

Hace mucho tiempo, diríase antes del Big Bang, existían juegos de mesa. Brisca, Dominó, Bingo, Parchís y Capitolio ocupaban el ocio de muchas familias cuando aún el Pin Pon electrónico, el Pacman o el Digger no habían comenzado este entretenimiento obsesivo en que se han convertido las computadoras y sus redes.

Los juegos de mesa solían ser familiares. En los sesenta comenzó la desaparición del espacio que reunía a las personas a compartir su ocio con tranquilidad y estos juegos mutaron y casi desaparecieron.

En Cuba, el Capitolio y su primo, el Monopolio, dieron lugar a "La Deuda Eterna", su variante empobrecida, donde usted no compra propiedades, ni construye, ni invierte. Se pasa el tiempo endeudado, esperando la asignación de recursos, temiendo un golpe de estado o cualquier desastre que lo saque del juego.

Me acordé de esta mutación leyendo el artículo del corresponsal de la BBC en Cuba, Fernando Ravsberg, "Con las Barbas en Remojo". Después de describir la efímera presencia de algunos productos en los estantes de las tiendas que venden sus productos en divisas, se declara intrigado. ¿Cómo es posible, con margen e impuesto superior al 240 % que escasee y desaparezca cualquier rubro?

No puedo pensar que él, Fernando, no lo sepa. Su extrañeza debe ser retórica. Él sabe de empresas que se retiran de nuestro "mercado" por no poder sobrevivir en un medio ambiente económico adverso, a la retención de los fondos en los bancos, la inestabilidad de los pagos a los proveedores, los cambios de reglas que afectan el cumplimiento de contratos. Los productos, de escasa variedad, se muestran intermitentes entre los retiros, la espera de otras fuentes y la poca redundancia que tienen como lógica consecuencia el actual panorama de las estanterías.

No importa cuanto dinero entre en las cajas contadoras. Es un capital que no sirve para pagar nuevas compras, es controlado fuera de las empresas comercializadoras. Si de pronto al Gobierno le hace falta recursos para cualquier otra cosa, habrá que esperar.

Es como si fuéramos un pueblo virtual de un juego de la Deuda Eterna. Un atribulado jugador debe ocuparse de llenar las tiendas o satisfacer nuestras necesidades, pero se pasa el tiempo cerrando propiedades, confiscando haciendas y eludiendo a sus acreedores, resolviendo los problemas del momento, siempre sin llegar a ponerse al día, mientras nosotros esperamos que se entretenga con otra cosa o que aprenda por fin a jugar, porque este juego así no tiene gracia.

miércoles, mayo 13, 2009

Cosas que no cambian

Aunque soy de los que piensan que todo tiene un fin y que también nuestro cambio está llegando, distingo los que pueden ocurrir por la voluntad y el interés de los gobernantes, de los que no tendremos fácilmente. Como van las cosas, por el momento solo llegarán algunos de los primeros.

Si queremos saber entonces qué cambios pueden venir de ese modo, tendremos que preguntarnos cuál es la situación ideal para ellos y qué harían para lograrla. Sólo veo aumento del control, restricciones, perfeccionamiento de la maquinaria estatal, conductismo y estratificación de la sociedad en su modelo. La aparente liberalización con que comenzaron las "reformas" (extender hacia los cubanos, servicios y ventas reservados a los extranjeros) fueron una muestra del tipo de relajamiento que están dispuestos a admitir: asuntos secundarios, desaparición de humillaciones inútiles y antieconómicas, más que impopulares, impresentables.

Quedan algunas de ese estilo entre las que se mencionan con más fuerza: la reapertura de las escuelas preuniversitarias en las ciudades, los permisos para vender y comprar automóviles de menos de cincuenta años en la isla, la eliminación de las restricciones de tipos de productos del agro que pueden ser vendidos en los mercados o la mejora del sistema financiero nacional, incluyendo una reforma monetaria.

Hay otras que han levantado muchas ilusiones y que no vendrán. No importará en estos casos que se trate de disposiciones impopulares o ilegítimas.

Un caso es el de las regulaciones que afectan a la libertad de tránsito en sus distintos aspectos. ¿Traslados internos? Puede ser…, quizás. Lo veo difícil, pero no totalmente imposible. ¿Salir y entrar libremente del país? Eso sí que no. Aunque la salida dependería adicionalmente de encontrar destinos dispuestos a recibirnos, un escenario limitado sólo por la disposición de abrirse de las fronteras externas crearía una presión extraordinaria sobre éstas y un cambio tremendo en la dinámica social del país. Es una posibilidad incompatible con el modelo. Puedo enumerar varios elementos, algunos ya expresados en distintos foros:

En primer lugar, significaría una gran pérdida de control. Sólo la posibilidad de coartar la presencia física permite ejercer cierto tipo de presiones, vigilancia y limitación. No sólo de los "enemigos internos", si no también de personas corrientes que no tendrían que quedarse donde se les prohíbe aquello a lo que tienen derecho y necesidad.

En segundo lugar, representaría una considerable afectación económica. Profesionales, deportistas, técnicos, artistas, etc., cuyos contratos serían fácilmente mejorados en cualquier parte, no podrían utilizarse del modo en que lo son, si ellos y sus allegados pudieran viajar o permanecer en los países a los que se les ha vendido su trabajo; o emigrar a cualquier otro sitio sin problemas para el regreso, en caso de desearlo. El llamado "robo de cerebros" se generalizaría en un ámbito laboral depreciado y en la vecindad del mayor mercado del mundo.

Hay un problema de imagen, y este es mi tercer punto, al que posiblemente seguiría cualquier reforma migratoria. La explosión del 80, cuatro años después del referendo constitucional, ocurrió en los momentos en que mejor iba la economía del país, cuando más sólidas parecían las instituciones, pero también después del corrosivo contacto con la "Comunidad". Se interrumpió la estampida, que no llevaba trazas de disminuir, cuando ya habían emigrado 125 000 personas y no se sabe cuántas más se disponían a hacerlo. La conmoción nacional que esto causaba es inimaginable para los que no la vivieron. ¿Qué ocurriría ahora, después de conocer el Período Especial y con las perspectivas sombrías que se ciernen sobre el futuro? No sé. Pero el unitarismo que se pretende presentar sería gravemente dañado. Si la crisis del Mariel fue centro de la atención de los medios en el mundo, un trance como aquel en el siglo de la información quitaría el modelo cubano de los discursos "izquierdistas" para siempre.

Por último, está el problema histórico. Estas "sociedades" funcionan con ese componente. Sin él, las experiencias han sido muy negativas. Recordemos las sacudidas migratorias en Europa del Este que precedieron a la caída del muro de Berlín, cuando algunos países abandonaron el "campo socialista" y conservaron sus fronteras abiertas para todos. Es natural, entonces, que los gobernantes no deseen permitir algo que les puede quitar el país.

No sucederá. Ni se permitirá la pequeña libre empresa, la inversión privada nacional o de la emigración, la diversificación de la enseñanza ni otras restricciones que conforman el sistema de mantenimiento del control.

Los cubanos, acostumbrados a los sucedáneos, seguimos dándoles soluciones ilegales a estas carencias. Hasta que llegue el día.


 


 

sábado, abril 25, 2009

Las dieciséis tetas del hurón.

Unos de los relatos de la colección publicada bajo el nombre de Ternera Macho y Otros Absurdos, es el titulado “Dieciséis Tetas”. Lo escribí poco después de escucharle un cuento parecido a una persona que quería convencer a su familia en los Estados Unidos para que se esforzaran un poco más y le enviaran lo necesario para comprarse una salida como falso ex-preso político. Salpicando su historia con retazos de la cotidianeidad, algo de Arenas y mucho mío, compuse el cuento que ya publiqué en este blog.

Lo traigo a colación porque me lo ha recordado un documento que circula por las memorias flash sobre el caso Hurón Azul. Me quedé corto con mi narración: es imposible competir utilizando solamente la fantasía contra una realidad como la nuestra.

En mi nutrida biblioteca juvenil, había un libro, “Formoso, 2.000 procesos industriales al alcance de todos”. Ya no puedo recordar el número de edición. En la época en que yo quería ser químico cuando fuera grande, me sirvió para no comprender por qué faltaban tantas cosas fáciles de producir. El libro no se limitaba a explicar cómo hacer esto o aquello: incluía una relación de proveedores de materiales, partes y equipos que se citaban en los distintos procedimientos. Todavía formaba parte de mi biblioteca a principios del oscuro “Período Especial” y me sumergí en su busca, tratando de hacer, por mi mismo, algunas de las cosas necesarias que habían desaparecido bruscamente de mis posibilidades de compra.

Más que las recetas, todavía plenamente válidas, me llamó la atención el espíritu práctico del libro. Era tan fácil que todo se empezara a fabricar, darían tanto rendimiento las inversiones. ¿Por qué no se hacía? ¿Por qué se hace tan poco?

La respuesta, la sabemos todos. Las trabas. El estanco.  Preferir el control a los frijoles.

domingo, abril 19, 2009

Soledad.

Sucedió dos semanas después del fin.

Ya Mariela y yo habíamos decidido separarnos. De común acuerdo. De todas formas, era un solo cuarto y una cama. Ni yo tenía donde quedarme, ni ella posibilidad de traer a alguien. Así que nos acostábamos juntos y peleados. Era rara la noche en que no se me caía la mano en su barriga o me le pegaba al fondillo. Ardíamos un rato y despertábamos, aún peleados.

Pero esa tarde, viernes, conciliador, saqué un paquete de perritos de pollo como si fuera un ramo de rosas. "No. Voy a comer fuera." Me dieron ganas de tirarle el paquete por la cabeza. La muy puta. No pregunté. No quería que me dijera.

Me metí en el bañito que yo había azulejado y utilicé el cubo de agua que ella tenía listo. Salí a la calle, sin palabras y sin un medio en el bolsillo. Bebo y Manolo en el banquito. Uno estiró el brazo y levantó una turbia botella para mi consuelo. Un solo trago. No quería que me vieran allí ni en ningún otro sitio. Salí caminando, no sé si en busca de cansancio o de aventuras. Al final, me senté en una parada, junto a una pareja que discutía porque no cogieron un carro de diez pesos. Y regresé a la casa.

Ella dormía y no intenté provocarla. Sólo me hice un huequito para dormir en la cama sin despertarla.

No escucharía sus historias: que no me contara. Era una pendiente difícil de resistir la que me llevaría al papel de idiota tarrú. Tranquilo, por la mañana, salí a vender unas piezas que me había llevado del almacén hace tiempo. Le saqué mucho menos de su precio, es lo que sucede cuando uno vende apurado.

Regresé al mediodía, con tremenda hambre. Ella había dejado un poco de picadillo de soya tan bien hecho, que me lo comí en la misma sartén, mezclándolo con un poco de arroz blanco de la cazuela. Me miró, esperando quizás una pregunta, pero me metí en el bañito a enjuagarme la boca antes de tomar un poco de café y coger calle.

Ahora resulta que tengo tiempo. Puedo jugar damas con los viejos del portal de la carnicería, dominó de a monja la partida con los pintos del solar o darme unos palos con la gente del banquito del parque. No quiero aprovechar mi libertad de esta manera porque es hora de buscar mujer.

Una guagua me pone en el Yara. Me detengo un poco en el portal mirando los carteles. Una película del pasado festival de cine. No me interesa. Estoy aquí buscando chicas como ésa de barriga plana. El pantalón se despega suficientemente como para mostrar el comienzo de un tatuaje jeroglífico y la liga de su hilo dental. No me ve. Mira a través mío como si yo fuera un cristal. Tampoco me ve la mulata de trasero esférico, ni la otra muchacha cuyo pecho hace pensar que la ley de gravedad funciona en sentido opuesto.

En cambio, recibo insinuantes miradas de una medieval veterana con ínfulas de vampiresa y aires de bruja. Decido pasarme a Coppelia cuando me descubro dispuesto a apreciar sus blandas redondeces.

Finalmente, diviso mi presa. La veo pasar, y me ve. Lleva junto a ella una niña con un lindo vestido hecho en casa. Ella misma debe haberse ajustado también el pantalón cuya cadera duplica su cintura. Las dos traspiran limpieza y satisfacción. Pero no llevan papito para la niña. Estiro mi oído para escucharlas antes de ser advertido. "No. Ahora, no." La niña pone cara de conformidad, sabe que no debe discutir, ya hizo su intento. Adivino. Me adelanto, compro un helado cubierto de chocolate y nuez (un CUC, qué abuso) y comienzo a abrirlo con parsimonia delante de ellas, vigilando la mirada de la niña, que no demora en manifestarse.

"¿Quieres uno?" Ella mira a la mamá y yo no espero. "Deme otro, para la niña." La mamá hace un gesto de rechazo, inútil, porque no le dejo opción. Ya la niña está saboreando su helado y aún no he tocado el mío. "Este es para ti." Le digo a la mamá, que se niega terminantemente. "No puedo comérmelo y dejarte mirando. Voy a tener que botarlo." "Es que no está bien." "No te preocupes, que a mí no me gusta el helado." Ya le dio la primera probada cuando decide cogerme la mentira. "¿Y para qué lo compraste?" Levanto las cejas alternativamente, le guiño medio ojo y sostengo una sonrisa viciosa, triple mensaje que responde en el acto bajando la mirada hacia la niña con una mueca de interés.

"¿Vienen o van?" No se me ocurre nada más inteligente con que obtener el permiso para acompañarlas. La niña debe andar por los ocho o nueve años y su mamá no querrá que participe de sus coqueteos. "Fuimos a Jalisco Park y ya vamos de regreso." El nivel de explicaciones es un contemporizador. Las acompaño a la parada de su guagua. Hay una hilera de boteros esperando, con sus anunciantes que vocean el recorrido. Nos miramos. Ella espera que la invite a ir en uno, pero no sé a dónde va y no sé si me alcance el dinero. Así que me hago el entretenido. "¿Cómo es tu nombre?" "Alina." No me gusta su nombre, me trae malos recuerdos, pero ¿qué importa? "¿Alina, te molesta si las acompaño?"

Mientras esperamos la guagua, inicio mi exploración. Está divorciada, es camagüeyana, el papá de Mayté se separó de ellas mientras vivían allá, ahora se están quedando en casa de una hermana en La Víbora, ya le hizo el traslado de escuela a su hija, consiguió un trabajo por la izquierda en una pizzería particular, recibe un giro de cien pesos todos los meses para la manutención de la niña, tienen un cuarto para ellas dos, no pagan alquiler, pero ayudan en los gastos, llevan un año y tres meses en la Habana, no piensa regresar.

Vamos en la guagua, una señora carga a la niña y aprovecho para pasar el brazo por la cintura de Alina y atraerla. Huele a "Primavera", el perfume de dos cuarenta que le regalé a Mariela el día de su último cumpleaños. Le hago notar mi dureza y ella se acomoda para sentirla en toda su extensión. Ya no hablamos, no observo el camino, me concentro en su cuello que se eriza hasta con mi aire.

Ante la puerta de su casa me pide que espere. Entra sola con su hija, que quiere continuar con el sueño de la guagua. La casa está oscura, buena señal, ya la hermana debe haberse acostado. Un momento después sale y me invita a pasar, pero después me pide que espere en el sofá hasta que Mayté se duerma más profundamente. Me siento en la oscuridad mientras ella, sin hacer ruido, da unas vueltas por la casa.

"Voy a traer la niña" Me levanto y la cargo yo, mientras ella le susurra tonterías para que no se despierte. Con infinito cuidado, la acuesto en sofá donde su madre ha colocado una sábana y prende un silencioso ventilador de techo.

Y ya estamos juntos en el cuarto. Por suerte, la hermana tiene el sueño profundo. No hubo algo parecido a una invitación, enamoramiento, sugerencia. La vi deseable fuera de su día habitual, mamá joven que cuida a su niña, carne dura insatisfecha. Mi animalidad despierta me hace olvidar la cautela: mi potencia y aguante le alcanzan para borrar su estrés y dormir plenamente. No pudo hacer lo mismo. La despierto, ya vestido. "Hay que traer a la niña." "¡Verdad!" Cambia las sábanas, la ayudo con Mayté, me acompaña a la puerta.

Me besa, me da dos números telefónicos, casi me pide que vuelva. Su complacencia se manifiesta sin rubor. Asusta, por claro, su deseo de prolongar la relación, de tener un hombre permanente a su lado.

Cuando llego a mi casa son cerca de las cinco de la mañana. Me acuesto junto a Mariela y me duermo en pocos minutos. Generalmente, doy muchas vueltas antes de dejarme vencer por el sopor, pero la excitación se me ha agotado en el largo viaje y no necesito esforzarme más.

Sólo el olor del almuerzo me despierta. Antes de sentarme a la mesa, me baño sin decir una palabra, y aún en silencio, salgo después de comer. Me dejo atrapar por el eterno dominó. Juego hasta la hora de la comida, pero no regreso después a casa.

Sólo camino. Las calles sucias, las paredes desconchadas, los ruidosos vehículos humeando al aire cálido, montones de personas a la deriva, tiendas cerradas, bares abiertos. La Habana es un despropósito. Regreso lentamente.

Mariela no soporta mi silencio, pero me sirve la comida, que ingiero sin analizar.

Vuelvo a salir dar una vuelta. Hay pocas luces en las calles, no ponen luminarias en los exteriores de las casas, los portales. Tampoco hay mucho tráfico nocturno. Desde el Parque llega el ruido de un concierto de Rock. Me acerco, pero mientras menor es la distancia, más lejanos están de mí, músicos y espectadores.

La casa está vacía. Me acuesto, escuchando los susurros del edificio.


 

martes, abril 14, 2009

¿Decisiones correctas?

Un día, en una de aquellas expediciones de Período Especial en busca de pienso para los pollitos, comenté con una amiga que me acompañaba."Parece que nos hemos quedado sin modelo a seguir. ¿Tú crees que esto se sostenga?" "Yo creo que es muy importante que no se forme una revuelta." La miré sorprendido. No la imaginaba con ese tipo de preocupaciones. Mi mirada la impulsó a explicarse. "Mi mamá tiene más de ochenta años y ya yo estoy cerca del retiro. ¿Qué futuro tendríamos en medio de convulsiones como las que ha habido en Europa del Este?" "¿Tú piensas que los cubanos nos volveremos salvajes?" "No sé lo que va a pasar, pero hay mucho odio acumulado y tengo miedo. Yo prefiero que todo siga tranquilo y que después las cosas cambien poco a poco." Comprendía los temores de mi amiga. Es una persona que supo adaptarse a su medio ambiente y el miedo al cambio se acentúa con los años. Otro amigo, propietario de una vivienda de la que alquila dos habitaciones, me confesó un tiempo después "estoy perdido para el capitalismo", manifestándose conforme con sus ingresos (unos quinientos CUC mensuales) y vivir con su esposa en una pequeña habitación dentro de su lujoso piso.

Me gusta preguntarle a la gente por su visión de lo que ocurre. Recuerdo, en los ochenta, haberle preguntado a un "amigo" (en este caso valen las comillas). "¿De dónde salió la idea de cerrar los mercados campesinos? ¿Tú tienes idea de cómo se toman las decisiones en este país?" Como militante y funcionario de nivel medio, él estaba supuesto de dar parte de esta conversación. Pero estábamos solos, no tenía por qué salir de nosotros.

Sin embargo, optó por ponerse teórico. "A mí no me importa cómo se toman las decisiones, mientras sean correctas." "¿Y cómo saber que son correctas? ¿Qué es lo que hace que una decisión sea correcta?" "Son correctas porque llevamos treinta años aquí. Nada más que hay que ver cómo vivimos y cómo viven en otros países del Tercer Mundo." "No veo la relación lógica. ¿Cómo pueden ser correctas una decisión y la opuesta, tomadas con unos meses de diferencia? ¿Estás dispuesto a aceptar que cualquier decisión es correcta?" "Pensar de otra forma conlleva al divisionismo. Se puede disentir antes de que se tome una decisión, pero después hay que apoyarla. A eso se le llama centralismo democrático."

Dejé muchas preguntas sin hacer. Me interesaba su opinión personal, pero no la conseguía. Él tomó la iniciativa: "¿Tú crees que yo, negro y pobre, hubiera podido estudiar y ocupar este cargo? ¿Que hubiera podido representar a Cuba en el extranjero?" No pude responderle. Lo primero era fácil. Hubo otros antes que él, quizás no tan inteligentes y capaces, como sin dudas él lo era, aún viviendo en una época en que la discriminación racial estaba más arraigada, que estudiaron y ocuparon altos puestos. La segunda era muy difícil, él era uno de los que tenía mayores oportunidades para viajar desde que yo, y otros que hicieron el mismo trabajo antes, no podíamos hacerlo a causa de algunas de esas oscuras restricciones a las que se les suele llamar "lista negra".

Con el tiempo me he ido convenciendo de lo contrario: las decisiones políticas no son correctas por sí mismas. El juicio de valor que se haga sobre las decisiones carece de importancia. Importan más los procedimientos para tomarlas, el conocimiento de los interesados en los pasos que se dan, la transparencia, la responsabilidad de sus promotores. La fórmula maquiavélica está mal: ningún éxito puede ser moralmente justificable si se logra por medios indignos.

miércoles, abril 08, 2009

Miedo protector.

La rutina diaria nos ayuda a vivir sin continuas repeticiones de nuestros actos que haríamos con el fin de evitar olvidos. Pequeñas costumbres, como tocarnos los bolsillos para verificar que el pañuelo, la billetera, el menudo y las llaves están en su sitio, nos permiten salir a la calle y apresurarnos, sin necesidad de detenernos al llegar a la esquina repitiendo el registro. Así, nos dotamos de hábitos para manejar, comer, afeitarnos, dormir, etc., sin una lista de comprobación.

Después de haber sido emboscado en un par de ocasiones, concluí que mi falta de precaución era un hándicap para sobrevivir en un mundo donde es posible ser víctima de rufianes metódicos contra los que nada vale el imperio de la ley, precisamente por representarla. Con el tiempo, me ha surgido cierto temor a sentirme seguro, el miedo a no temer.

Así que cada vez que salgo, llego, descubro, imagino, abro, asiento, borro, amo o sueño, inventario cuidadosamente mis sentimientos activos y despierto mis aprensiones, para seguir en la seguridad de no estar confiado. No importa cuán temeraria o prudente sea una acción, no se puede hacer sin protegerse. Sin la cobija del temor.

Una barrera débil y bastante supersticiosa, que asegura seguir de este lado de los muros. Funciona, hasta el momento.

lunes, marzo 09, 2009

Gratuidades Ingratas.

Cuando el gobierno anunció el fin de los planes de estímulo a los cuadros y otras gratuidades indebidas, algunos se sintieron afectados. "Se van a quedar sin directivos" profetizó uno de mis amigos. "Yo no tengo un familiar en el extranjero que me pueda pagar un hotel, ¿cómo podré pasar mis vacaciones?", se quejó otro. Yo los tranquilicé a ambos, con la suposición de que la cosa no iba tan en serio.

"Es un error. Nadie estaba protestando contra las casas en la playa y los hoteles, ¿para qué hacer una cosa así?" Entre mí estaba recordando aquello del callo pisado, pero decidí meter baza: "Es una muestra de cuán lejos quiere llegar con las reformas. Les está diciendo a los demás que hasta los de arriba van a apretarse los cinturones, así que los de abajo no pueden quejarse. No te preocupes si te quitan la semana en Varadero con todo incluido, ya verás que la compensación aparece. Y cuando los salarios tengan valor, podrás pagarte tus propias vacaciones." "Sí, pero desde ahora me están quitando lo que tengo, por algo que no sé si me darán en el futuro." Lo cierto es que las monedas de la vida real suelen tener más de dos caras y este fenómeno me muestra que tampoco los "cuadros" reciben lo merecido; que muchos de ellos son acreedores de algo mejor que estos "planes".

En realidad, el temor de perder sus ventajas por adelantado sin que después aparezca la presunta compensación salarial está bien fundados. Es probable que ésta, en caso de existir, resulte insuficiente. El camino hacia los pagos justos está lleno de escollos. ¿Cómo puede pagarse bien, cuando las empresas y otras entidades estatales tienen en sus plantillas un numeroso personal poco relacionado con la generación de ingresos? (En tal categoría están, por ejemplo, una cuantiosa cifra de "cuadros profesionales" de "organizaciones políticas y de masas"; trabajadores "temporalmente" destinados a "planes priorizados", misiones internacionalistas, etc., sin contar con una serie de regulaciones que han permitido engrosar las plantillas atendiendo a consideraciones no utilitarias). ¿Si es práctica corriente "vincular" o "compensar" los autos de algunos trabajadores, pagándoles las reparaciones y la gasolina para que los utilicen en su transportación? ¿Si los controles aplicados suelen descubrir infinidad de trampas por donde desaparecen incontables recursos en dirección desconocida?

Hay demasiado que arreglar. La falta de reglas darwinistas empresariales o, en su lugar, de un posible control real, ha ido corroyendo un sistema que es de por sí, poco efectivo, y hemos llegando a un punto en que no creo que este paso sea más que un paso de baile.

Los intereses creados en torno al sistema de estimulación son tantos, que no puedo imaginar que vayan hasta el fondo en el asunto. Ojalá me equivoque. Es una de las formas de distribución más injustas y "desestimulantes" que se puedan inventar. Atrae una corruptela magnífica. Arruina al país. Lo divide. Pero… favorece a los que se pueden hacer oír con más estruendo. Éstos empezarían a denunciar a otros sectores no desestimulados. Exigirán que el pensamiento austero se aplique por igual en todos los ámbitos. Pondrán a su propio sistema en jaque. Y la voluntad "igualitarista" se desinflará.

Las cosas no suelen ir tan en serio con tanto bromista suelto. "Nadie busca soga pa' su pescuezo", dicen.

Por si acaso, esconden la soga.


domingo, marzo 01, 2009

Al hombre le conviene.

"porque al hombre le conviene

caer preso alguna vez

para contar lo que ve

y lo que es la humanidad."

Conocí esa canción en enero de 1968, cantada por un coro de adolescentes a bordo de una guagua que nos trasladaba a un campamento en Güines donde debíamos pasar seis semanas y media trabajando en el campo. Pocos la habían escuchado antes, pero los guaguancós gustaban y la repetición, las ideas asociadas a su letra y el medio social de la mayoría de los estudiantes, consiguieron que a los pocos días todos lográramos seguir la rima con bastante éxito.

"La cárcel tiene azotea,

un jardín en medio del patio:

todo parece un palacio

con su piso que blanquea."

No sé exactamente a qué cárcel, de qué época habla. Interesa la depresión del reo más que las condiciones de su encarcelamiento.

"Te dan luz para que leas

(Si acaso quieres leer)

Te dan pan para comer

y café por la mañana.

Esa es la cárcel de la Habana.

¡No la quieras conocer!

Me llamaba la atención aquello de que "al hombre le conviene". Según los códigos de honor del barrio de Colón donde habitábamos, los que habían pasado por la cárcel y no se habían "rajado", eran hombres de "pro". Guapos comprobados que podían relatar sus experiencias con orgullo le daban sentido a la canción.

Conocí "la cárcel" pocos meses después, sin haber cumplido los trece años. Una patrulla de las tropas guardafronteras capturó a un grupo de seis personas intentando penetrar en la Base Naval de Guantánamo una cálida tarde de julio. Entre esas personas estábamos mis padres y yo.

Después de breves estancias en unidades militares, fuimos a parar a un centro de detención en la ciudad de Guantánamo. Recuerdo mucho de los días que estuve allí, quizás porque tenía los ojos muy abiertos tratando de "contar lo que veía" cuando saliera.

No era propiamente una cárcel, aunque algunos de los viejos pretendían llevar meses allí, esperando una definición. Parecía una casa de vivienda, "un palacio" y el piso era realmente blanco. Pero no se veía el exterior desde ninguna parte. No tenía jardín ni patio. Tampoco me dieron pan ni café. (Era costumbre de mi familia que los niños tomaran café "claro" con pan y a mí me gustaba). Los presos no se parecían a los que he visto tantas veces en visitas y películas, eran buena gente, (me brindaron comida casera que les habían traído sus familiares, al verme incapaz de consumir la polenta de harina de trigo salpicada de insectos que me dieron los guardias). Fui interrogado con toda seriedad por un individuo de nombre Urbano. Parece que el hombre pensaba que los niños (éramos dos) le daríamos la información clave para desarticular la "red" de fugas al extranjero.

Para su sorpresa, le hablé del vehículo que nos había trasladado. "¿Cómo era?" "Un yipi." "De qué color." "Verde" "Y el chofer, ¿cómo era?" "Un guardia" "¡Un combatiente! ¿Pudo verle los grados?" "No sé nada de grados." El policía estaba tan inquieto que empezó a tutearme. "¿Tú lo conocías de antes? ¿Sabes cómo se llama?" Después de unos minutos de preguntas y respuestas tontas, de gritarle al mecanógrafo, cayó en la cuenta. "Espérate. ¿De qué chofer tú hablas? ¿Del que los trajo a la Unidad?" Pegó un golpe en la mesa. Nunca había visto a un adulto tan dispuesto a pegarme. Me asusté tanto, que no me reí.

A los tres días soltaron a las mujeres y los niños. Mi padre estuvo dos años preso y no lo volví a ver hasta el año 1972, cuando ya estaba muy cerca de la muerte.

El fantasma del intento de salida ilegal regresó en el año 93 cuando, cansado de responder con evasivas a la pregunta "¿Por qué Pérez Cuza no va con el equipo?", el que entonces era Director de la Enseñanza General del Ministerio de Educación, Héctor Valdés, me citó a su despacho para explicarme, en presencia de los metodólogos, la razón por la que yo no podía acompañar al extranjero a los equipos a los que preparaba: "¿Por qué nunca dijiste que te habían cogido tratando de irte del país?"

Tenía tantas respuestas que no dije ninguna.

domingo, febrero 22, 2009

No opinarás.

La publicación de los resultados de las encuestas por parte de nuestros medios parece corresponderse directamente con lo que reflejen. Manipuladas o no, las respuestas a las preguntas de las distintas encuestadoras tienen un importante papel en la política y la economía en otros lugares. Así se supo anticipadamente de la elección de Obama, la continuidad de Chávez o el "No" a Pinochet. En otros casos hay "sorpresa", especialmente cuando se ha decidido ignorar a las encuestadoras. Éstas también informan de muchos otros detalles de la vida de las naciones, como puede ser la preferencia por un equipo deportivo o un nuevo producto que sale al mercado. Las agencias, establecidas en todas partes, utilizan sus mecanismos de muestreo y se ganan la vida averiguando qué quiere la gente.

Sorprende cuando se habla de Cuba, la ausencia de mecanismos profesionales de sondeos de opinión que informen a los medios que lo requieran. Existen mecanismos controlados, al estilo del Instituto de la Opinión o las vías de información del partido. Muchas cosas no se saben sobre la opinión de mis coterráneos. Hay grandes nubes sobre importantes zonas "calientes" de la preferencia popular. Son, por ejemplo, claramente rechazadas las limitaciones a la libertad de tránsito o la rigidez artrítica de las regulaciones económicas, pero hay otros aspectos en los que resulta imposible de enterarse del nivel de satisfacción, los temores o los deseos de la gente.

Desconozco la razón por la que es así, puedo imaginar que tales empresas no tienen permiso para operar en Cuba. Quizás, al presentarse, se les hayan alegado razones de "soberanía", o probablemente no recibieran respuesta, ni concedido la licencia. También es posible figurarse los vericuetos por los que pasarían los pensamientos de un funcionario que tuviese que decidir sobre la concesión del beneplácito al avispado procurador que quiso llenar el vacío en el mercado de la información. También que exista alguna regla que haga imposible el intento.

No hay forma de conocer hechos que no se investigan, por muchas declaraciones que se hagan sobre ellos. Investigaciones secretas, parciales, presionadas, nunca darán resultados fiables y cognoscibles para todos. Es el resultado más inmediato e irrefutable de la ausencia de los instrumentos de opinión independientes, cuyo trabajo reconocen y aceptan en todas partes.

Sin embargo, algunos actúan como si supieran.