miércoles, abril 08, 2009

Miedo protector.

La rutina diaria nos ayuda a vivir sin continuas repeticiones de nuestros actos que haríamos con el fin de evitar olvidos. Pequeñas costumbres, como tocarnos los bolsillos para verificar que el pañuelo, la billetera, el menudo y las llaves están en su sitio, nos permiten salir a la calle y apresurarnos, sin necesidad de detenernos al llegar a la esquina repitiendo el registro. Así, nos dotamos de hábitos para manejar, comer, afeitarnos, dormir, etc., sin una lista de comprobación.

Después de haber sido emboscado en un par de ocasiones, concluí que mi falta de precaución era un hándicap para sobrevivir en un mundo donde es posible ser víctima de rufianes metódicos contra los que nada vale el imperio de la ley, precisamente por representarla. Con el tiempo, me ha surgido cierto temor a sentirme seguro, el miedo a no temer.

Así que cada vez que salgo, llego, descubro, imagino, abro, asiento, borro, amo o sueño, inventario cuidadosamente mis sentimientos activos y despierto mis aprensiones, para seguir en la seguridad de no estar confiado. No importa cuán temeraria o prudente sea una acción, no se puede hacer sin protegerse. Sin la cobija del temor.

Una barrera débil y bastante supersticiosa, que asegura seguir de este lado de los muros. Funciona, hasta el momento.