domingo, enero 24, 2010

Rojo y negro.

Julien Sorel es un personaje creado con maestría. Inteligente, hipócrita, pudoroso y lleno de ambición, a primera vista se pensaría que sus cualidades son contradictorias y exageradas. Pero su solidez va aumento a medida que se le conoce, cuando reacciona ante hechos y circunstancias en forma lógica, según las capacidades y condiciones que le vamos descubriendo.

La cárcel y el Asilo de Mendicidad son dos instituciones que, en la novela, constituyen el origen de las riquezas de algunos de los señores de la aldea con los que, a pesar de su desprecio, Sorel debe alternar. Aquí traigo un fragmento.

No hubo mueble ni objeto del que no le dijeran el precio. En medio de tanto lujo, encontraba Julián algo de innoble, algo que olía, valga la expresión, a adquisiciones hechas con dinero robado.

Llegaron a la casa, acompañados de sus señoras respectivas, el recaudador de contribuciones, el director de impuestos indirectos, el jefe de gendarmes y dos o tres funcionarios públicos. También asistieron algunos liberales ricos. Julián, predispuesto a pensar mal, creía ver, cerca de la sala del festín, un ejército de infelices asilados, cuya mísera ración cercenaban, para con la economía comprar aquel lujo de pésimo gusto con que pretendían deslumbrarle.

Llena su imaginación de la idea del hambre que en aquel momento sufrían tal vez los asilados, recluidos muy cerca de él, no podía pasar bocado. Sobre un cuarto de hora más tarde, oíanse a lo lejos palabras sueltas de una canción popular, bastante fea, dicho sea de paso, entonada a grito herido por uno de los asilados. El señor Valenod dirigió una mirada significativa a uno de sus servidores, el cual desapareció en el acto. Momentos después enmudecía el cantor. Un criado ofrecía en aquel punto a Julián vino del Rin en una copa de cristal verde, mientras la señora de Valenod le decía que cada botella de aquel vino costaba nueve francos, adquiriéndolo por cajas. Julián tomó la copa verde y dijo a Valenod:

-Parece que no cantan ya esa canción escandalosa.

-¡Pues no faltaba más!- exclamó el señor Valenod-. ¡Estaría bueno que no supiera imponer silencio a los tunantes!


 

Recordé esta escena al leer las noticias sobre los fallecimientos en el hospital siquiátrico de Santiago de las Vegas. Después, viendo uno de esos videítos que circulan a bordo de las memorias USB, grabado con celulares o pequeñas cámaras, donde estudiantes del Instituto Superior de Arte protestan y van a la huelga a causa de las raciones magras, mal hechas y faltas de variedad. Durante las discusiones, otras fallas salen a la luz, especialmente de administración.

Yo también fui alumno en escuelas al campo, trabajé en becas. He vivido meses de angustia con familiares hospitalizados. Sé lo que es depender de un comedor que pone poco y malo en la bandeja. También de la mala fama de los administradores, jefes de almacén, transportistas y custodios que venden la leche, el aceite, la harina o la carne que debían poner en aquellas mesas.

La cara fea de la corrupción se está asomando en estos casos. Ha provocado muertes. Es imposible conocer la extensión de los daños que sufrimos por su causa.

Pero los corruptos no son los únicos culpables de que exista la corrupción.

Hay un pasaje célebre en la novela que dice (citando en parte a Saint-Real):

No olviden nuestros lectores que las novelas son espejos que pasean por la vía pública, que tan pronto reflejan el purísimo azul del cielo, como el cieno de los lodazales de la calle. Y si así es, ¿os atreveréis a acusar de inmoral al hombre que lleva el espejo en su canasto? ¡Porque su luna refleja el cieno, os revolvéis contra el espejo! ¡No! A quien debéis acusar es a la calle o al lodazal, y mejor aún, al inspector de limpieza que consiente que se forme el lodazal.


 

Stendhal no mostró a todos los presuntos culpables, pero sí a algunos muy buenos: "la calle" es donde está el lodazal, la propia sociedad. Para ser más específico, el "inspector de limpieza", el sistema de control. "El espejo" si sólo refleja el "purísimo azul de cielo" tiene un punto de complicidad. Falta el rompedor de espejos, capaz de destrozar aquellos que se atreven a mostrar el lodazal.

Sería más difícil con una prensa más inquisitiva, menos preocupada en sobrevivir adulonamente, una prensa que pudiera meter las narices en todas partes, incluyendo cárceles y asilos de mendicidad; que se mantuvieran condiciones infrahumanas como las que parecen haber surgido en el Hospital Siquiátrico y pudiera haber en otros lugares.