martes, diciembre 18, 2007

Prueba de Vida

Un viejo chiste criollo, magistralmente contado por Álvarez Guedes, habla de un guardia rural que, siguiendo con inquietud la evolución de un comediante, termina por gritar: "¡…nada más estoy esperando a que diga culo para darle una entrada de leña a éste!"

A veces tengo la impresión de que hay guardia inquieto que espera por mí. Paciencia. Si fuera así, puede estar seguro de que sucederá. Alguna vez, fatalmente, acabaré diciendo esa palabra. Entonces, todo podría cambiar.

Pero, mientras, escribo en el blog. Ésta es mi prueba de vida.

domingo, diciembre 16, 2007

Frente frío

Esta vez el "Norte" llegó a la hora anunciada. Lluvia en la noche, mañana de intermitentes chinchines, y el aire refresca las narices en las calles.

Perfecto. No llovió suficiente para que las alcantarillas se sintieran en la obligación de devolver el agua, no transmiten imágenes de zonas inundadas. Sólo el fanguillo invernal queda, propiciando patinazos a quienes chancletean o persisten en pedalear mientras las gomas les marcan la espalda de gotas de agua sucia.

Sin sol, sin viento ni minifaldas, la ciudad toma un aspecto de bajo contraste con doscientos cincuenta y seis tonos de gris.

Después llegará el frío. Los cuerpos de guardia de los policlínicos y hospitales se llenarán de asmáticos ansiosos de aerosoles de Salbutamol y Aminofilina. Los ancianos sufrirán dolores reumáticos, mirando con angustia cómo se les acaban los ungüentos que les mandaron del Norte. Los veteranos recordarán la ocasión exacta en que los hirieron, algunos tocarán sus muñones en busca del fantasma del pedazo que les falta.

Otros disfrutaremos del cambio de clima. Algunos, porque les gusta usar ropa de invierno. Los hay también que pueden ahorrarse unos pesos en electricidad al no verse precisados a encender el aparato de aire acondicionado o ventilador, además de que su nevera trabaja menos.

Mis razones son diferentes. El aire frío me produce placer. En el rostro, los brazos o los pulmones, me hace sentir nuevo. Me lleva a momentos de mi infancia, de mi juventud, en que la sensación térmica era la misma. Escuchar canciones olvidadas. Olores, caricias, rostros y sabores vienen de otros tiempos.

Llegué a la Habana una mañana invernal del 1960. Habiendo dejado atrás una ciudad tan limpia y bella como era mi Guantánamo, mi primera impresión de las calles habaneras fue decepcionante hasta que llegamos al Malecón. Éste se ganó mi amor de inmediato, a pesar del disgusto del chofer del taxi que tendría que fregarlo para quitarle el salitre que las olas dejaban adherido a su superficie.

El aire frío que entró en mis pulmones al bajarme del carro, el más frío de mi corta vida de guantanamero ya ausente, quedó asociado a la belleza del parque Maceo, y a la propia ciudad habanera, la creí fría, de otro país. Después, decayó en mi aprecio y en la realidad. Pero mucho más lo hizo Guantánamo, privada de sus fuentes y hasta de su clima.

También asocio el invierno con los mejores momentos de mi adolescencia. La primera vez que, con algunos amigos, conseguí completar la cola de Coppelia, en esa época de los veintisiete sabores, los "Sundae Primavera", "Banana Split" y tantos nombres exóticos que uno no sabía qué pedir después de tres horas de burlas y de esquivar los intentos de desistir de casi todos. Allí regresé, sin permiso, una semana después, con una de mis primeras novias que no conocía ni las paletas y agarró un dolor de frente tomando un "Suero" con helado de almendras como si fuera agua de la pila. El helado de almendras lo recuerdo bien, porque valía veinte quilos más y tuve que renunciar a la ensalada que quería pedir para quedarme con un modesto "Turquino", criollismo para decir que se completaba con pastel el helado de chocolate.

Otros fríos no fueron tan felices, algunos fueron incluso muy malos. Siempre que aspiro estos aires húmedos, que veo al mar salpicando los cristales y el piso resbaloso, algo me regresa de otros tiempos, con la sensación de me queda vida para cambiar, para vivir lo nuevo que viene.