jueves, mayo 28, 2009

Del Capitolio a la espuma de Fernando.

Hace mucho tiempo, diríase antes del Big Bang, existían juegos de mesa. Brisca, Dominó, Bingo, Parchís y Capitolio ocupaban el ocio de muchas familias cuando aún el Pin Pon electrónico, el Pacman o el Digger no habían comenzado este entretenimiento obsesivo en que se han convertido las computadoras y sus redes.

Los juegos de mesa solían ser familiares. En los sesenta comenzó la desaparición del espacio que reunía a las personas a compartir su ocio con tranquilidad y estos juegos mutaron y casi desaparecieron.

En Cuba, el Capitolio y su primo, el Monopolio, dieron lugar a "La Deuda Eterna", su variante empobrecida, donde usted no compra propiedades, ni construye, ni invierte. Se pasa el tiempo endeudado, esperando la asignación de recursos, temiendo un golpe de estado o cualquier desastre que lo saque del juego.

Me acordé de esta mutación leyendo el artículo del corresponsal de la BBC en Cuba, Fernando Ravsberg, "Con las Barbas en Remojo". Después de describir la efímera presencia de algunos productos en los estantes de las tiendas que venden sus productos en divisas, se declara intrigado. ¿Cómo es posible, con margen e impuesto superior al 240 % que escasee y desaparezca cualquier rubro?

No puedo pensar que él, Fernando, no lo sepa. Su extrañeza debe ser retórica. Él sabe de empresas que se retiran de nuestro "mercado" por no poder sobrevivir en un medio ambiente económico adverso, a la retención de los fondos en los bancos, la inestabilidad de los pagos a los proveedores, los cambios de reglas que afectan el cumplimiento de contratos. Los productos, de escasa variedad, se muestran intermitentes entre los retiros, la espera de otras fuentes y la poca redundancia que tienen como lógica consecuencia el actual panorama de las estanterías.

No importa cuanto dinero entre en las cajas contadoras. Es un capital que no sirve para pagar nuevas compras, es controlado fuera de las empresas comercializadoras. Si de pronto al Gobierno le hace falta recursos para cualquier otra cosa, habrá que esperar.

Es como si fuéramos un pueblo virtual de un juego de la Deuda Eterna. Un atribulado jugador debe ocuparse de llenar las tiendas o satisfacer nuestras necesidades, pero se pasa el tiempo cerrando propiedades, confiscando haciendas y eludiendo a sus acreedores, resolviendo los problemas del momento, siempre sin llegar a ponerse al día, mientras nosotros esperamos que se entretenga con otra cosa o que aprenda por fin a jugar, porque este juego así no tiene gracia.