lunes, septiembre 29, 2008

Katia decide matar

Una niña de trece años acaba de salir de su cuarto de fantasías dispuesta a matar. Es el final clásico para situaciones como la suya. Una decisión propia, conocida por algunos, que sólo ella vive. Yoelqui, su "novio", aterrado, espera que lo haga. Sabe que de todas formas se verá implicado en el crimen, que los padres de Katia buscarán crucificarlo. Piensa que es preferible a la vida que tendría si la muchacha no cumpliera su designio.

Ya no quiere ser maestro. Nunca fue buen alumno, por eso no pudo aspirar a nada mejor y aceptó, entusiasmado, la idea de convertirse en profesor en pocos meses. El sistema de clases por televisión le permitiría ir aprendiendo al tiempo de sus alumnos y una vez a la semana tendría clases para obtener un título universitario. Horario cómodo, trabajo con uniforme, sensación de poder.

Su miedo a no poder controlar a dieciocho niños había desaparecido desde la primera clase. Era un grupo de séptimo grado al que inspiraba respeto tener un profesor de apariencia más juvenil que la de alguno de los de la pandilla de noveno, capaz de expresarse en su mismo argot y que no vacilaba en insultar y humillar a los más débiles de la clase. Pronto descubrió ese destello de admiración en los ojos de algunas niñas.

Katia estaba en octavo. Como sus notas en séptimo habían sido perfectas, tenía la ilusión de entrar a un buen tecnológico desde donde se pudiera acceder a la universidad. Escuchó a las niñas de séptimo decir "el Pelly* es un mango" y se fijó en él. Un cruce de miradas le bastó a Yoelqui para desearla: la muchacha tenía suficientes atributos de adulta para él.

Todo fue fácil. Una chica que aún no había tenido relaciones con otros chicos, rodeada de otras que contaban sus experiencias. Una familia trabajadora, que la dejaba frecuentemente sola en casa todo el día. La curiosidad, el deseo, el ardor juvenil y la imprevisión hicieron el resto.

Katia notó su retraso desde el día que le tocaba. Con la esperanza de un desarreglo, esperó una semana, vigilándose constantemente. Entonces habló con Yoelqui. "¿Es seguro?" "No sé." "Tienes que ir al médico." "¿Y si se lo dice a mi mamá?" "Mejor vamos a maternidad." La palabra les choca. Es como si ya tuvieran el diagnóstico. En las dudas, pasan unos días y se forma la convicción. "¿Qué vas a hacer? Tienes que sacártelo. Yo doy la sangre." Pero no es tan fácil. Una niña de trece años no puede llegar a un hospital para que le practiquen un aborto o una regulación sin conocimiento de sus padres. Y si lo consiguiera, ¿cómo ocultarles después su situación?

Es el momento en que los dos niños temen su futuro. Yoelqui puede perder el trabajo y hasta la libertad. Katia, su posibilidad de seguir estudiando. Están decididos a no decir nada a los padres, pero Katia, en su depresión, se quiebra ante las preguntas de su madre.

Ésta no puede pasar sin la confirmación médica y lleva a la niña al hospital, donde la obtiene. La angustia y la ira bloquean todo su pensamiento. Ni por un momento piensa en la posibilidad de "casarlos" para que "tengan" al niño. Sería un matrimonio insostenible. Ella tomó la decisión en el acto: ese niño no debe nacer. Ni ella, ni su esposo, ni la niña y ni su novio, están en disposición de mantenerlo. No tienen espacio, economía ni tiempo. En realidad, sólo le preocupa la salud de la niña. Cómo saldrá después de una acción tan agresiva. La pobre higiene del hospital. Habrá que arriesgarse, que el novio done sangre, pedir unos días en el trabajo, cuidarla.

Pero Katia tiene algo más en su cabecita. Por un momento, antes de que su madre hablara, pensó que ella querría ese nieto, una especie de hermanito de su hija. Que la disuadiría de dar el paso terrible, que la protegería de la visión sangrienta que la atormenta. Todo lo contrario. Ahora habla de lo sencillo del procedimiento, de que podrá terminar el curso sin ningún problema, que sólo serán unos días sin ir a la escuela. Menos mal que su hija habló a tiempo; porque, de no haber sido así, se iba a desgraciar la vida para siempre.

Dócilmente, acepta. Es una chica obediente, siempre lo ha sido. No temerá más al futuro, espera salir bien de la intervención. Ya Yoelqui fue al banco. Katia marcha, con su madre, al hospital. Desecha los sentimientos que no llegó a tener, cuando se coloca en la camilla.

* Pelly: Denominación popular para "Profesor General Integral", PGI.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Mestro, me saco el sombrero y enjuago mis lagrimas...

Rosa dijo...

Que historia tan terrible, y lo peor es que sabemos que es real y muy frecuente. Otra muestra de los "logros". Felicidades por esa manera magistral de contar.

BARBARITO dijo...

Lo dicho: ¡¡TERRIBLE y muy REAL!!

Gracias maestro por seguir escribiendo.

Anónimo dijo...

Me ha dejado una sensacion de angustia...mi hija estudia en estos momentos lejos de mi y me hace ver lo importante que es la comunicacion entre los padres. No se cual seria el camino correcto, porque la decision de esta madre es realmente difisil, realmente no quisiera pasar nunca por una situacion asi y por supuesto no se la deseo a nadie...Saludos

Unknown dijo...

Es una historia terrible, como han dicho otros. Estuve en una situacion parecida cuando mi hija quedo embarazada en su ultimo ano en la universidad. Ella confio en mi, su padre, porque sabia bien que su madre no habria aceptado la situacion y la solucion que queria tomar mi hija: el aborto. No estoy de acuerdo con el aborto, por lo tanto evite contribuir mi punto de vista. Ya paso pero aun no me olvido que fui silente contribuidor a esto.

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