domingo, febrero 08, 2009

Regreso a Mezquino

Hace quince años acompañé a dos amigos a visitar a un vendedor al que llamaban Julián. Se demoraba un lote de jabones, detergente, puré de tomate y aceite que tenían encargado y fueron en persona a recibir explicaciones. Un aire de desastre había invadido la oficina de la pequeña empresa del vendedor. "Nos retiraron la licencia." Compungido, el hombre entró en detalles: "No nos dieron el permiso para operar en Zona Franca y ahora nos rechazan la renovación."

Mis amigos le hablaron en tono consolador, pero su pena no cedía. "Yo no puedo volver a trabajarle al Estado." "Te entendemos." Yo, que era el único allí que trabajaba para el Estado, no concebía la magnitud de su tragedia, pero mantenía silencio. La conversación era en mi presencia, pero sólo estaba acompañando a mis amigos. "No vamos a poder entregarles la mercancía, tenemos suspensión de operaciones. Estamos liquidando al por mayor."

"¡El pobre!" "¡De madre!" Comentaban mis amigos, a la salida. "No es fácil la vuelta a la economía nacional." "El sindicato, las guardias, los trabajos voluntarios…" Enumeraban. "Lo peor es la jabita." "Yo no recibo jabita, ¡ojalá!" Tercié. "Tienes razón. A lo mejor ni eso."

"Lo peor es la mezquindad. La gente echándose pa'lante unos a otros. La desidia. Pasarse las ocho horas sin querer hacer nada, porque es después cuando uno se gana la vida." "No. Lo peor es que te pueden mandar a hacer cualquier cosa aunque no esté en tu contenido de trabajo…" "¡Que no te pagan…! ¿Tú crees que tres o cuatro dólares es salario?" (El cambio de la época).

Así siguieron discutiendo. Pronto aparecieron los relatos ejemplares y olvidaron a Julián para siempre.

Pasó el tiempo y mis amigos se fueron: uno a Murcia y la otra a California, donde los dos están muy alegres trabajándole al Estado. Pensé que Julián había tomado un camino similar, pero hace unos días lo vi en una gasolinera en el proceso de llenar de combustible el tanque de un automóvil estatal. Su aspecto lustroso y el auto indicaban que no le iba mal. Por curiosidad lo interpelé: "¡Julián!" "¿Te conozco?" "Es difícil que me recuerdes, sólo me viste una vez hace mucho tiempo." "Y ¿por qué te acordaste de mi nombre?"

Le recordé las circunstancias en que nos encontramos. "Pero ahora se te ve bien. Contento." "Sí. Me las arreglo." "Se han cerrado muchas firmas y seguro que cierran otras, con el lío de la crisis... ¡qué inseguridad!"

"Así y todo, si se me da un trabajito como aquel, me lanzo con los ojos cerrados." "Pero ahora tienes carro, laptop…" "Salgo corriendo a entregarlos en cuanto se me de un chance…" "¡Suerte!" Le deseo mientras se aleja.

 

2 comentarios:

BARBARITO dijo...

Gracias Ángel por compartir tus escritos; este pedazo de realidad cubana.
Un literario abrazo.

*Nota: ¡¡Los lectores necesitamos tus libros!!

Anónimo dijo...

Casos de la vida real, por no decir "casos y cosas de casa". Gracias por tu obra. Abrazos.