No hubo contacto en aquel accidente de tránsito. Un motociclista, que acababa de girar, se percató tardíamente de que en su senda había un obstáculo. Maniobró con premura, aproximándose a un grupo de transeúntes que aguardaban junto a la acera. Éstos se asustaron y dieron uno o dos pasos atrás. Un señor de mediana edad movió los brazos en forma de molino tratando de evitar su caída, pero un tanto entorpecido por el impermeable, no pudo impedir que su espalda golpeara contra la acera y la cabeza originase un sonido metálico en un desagüe aluvial que bajaba, pegado a la pared del edificio. Allí quedó, inmóvil, sorprendiendo a los paseantes con lo fácil que se pierde la vida. Un paquete que portaba se abrió dejando escapar algunas piezas de computadora.
El hombre tenía toda su documentación en orden y fue fácil saber que ningún familiar reclamaría su herencia. Por otra parte, su cuenta bancaria no pasaba de unos pocos miles de euros, no era propietario de inmuebles y un procurador, sacando su buena tajada, lo liquidó todo para proporcionarle un entierro decente.
Pero Ignacio de Jesús Rodríguez, Nacho, para sus amigos y empleados, no fue un muerto sin importancia para unas decenas de cubanos. Unos años atrás, había invertido casi todos sus ahorros, incluyendo el valor de la venta de su casa solariega (no produjo tanto dinero, pues su estado era ruinoso) en la creación de una empresa de servicios informáticos en la Zona Franca de Wajay, donde un pequeño grupo de especialistas se ocupaban absolutamente de todo el trabajo de la firma, exceptuando la firma de contratos y de cheques.
También tenía una novia, una mujer joven, de muy buena apariencia, con un hijo de unos siete años. Todos sus bienes estaban en la casa de ella, aunque su auto de la empresa lo tenía el especialista que quedaba como jefe cuando él se ausentaba. La novia, Pamela, tenía un Lada en muy buen estado que él le compró en los primeros tiempos de establecerse.
— ¿Estamos todos?
— Coty fue a buscar café.
— Vamos a esperarla. Bien, cierren la puerta, aquí no hay nadie.
— ¿Qué pasa, Socio?
— Ahora hablamos… bueno, como ustedes saben, el día quince debió regresar Nacho. Fui al aeropuerto a esperarlo, como siempre, y no apareció. Melita no sabe nada de él, su número de celular no está activo, ni tampoco el de su piso.
— ¡El tipo levantó el pie!
— ¡No! Peor. Estiró la pata.
— ¡Tuff! ¿Qué coño es eso? Y, ¿cómo lo sabes?
— Hoy por la mañana lo busqué en Internet. Hay una pequeña nota en El Mundo que menciona la muerte accidental de D. Ignacio de Jesús Rodríguez Márquez.
— ¿Y ese es Nacho? ¿No será otro con el mismo nombre?
— ¿Ahora, qué hacemos?
— Estoy convencido de que es él mismo. Fruta verde con púa es guanábana. Pónganle el cuño.
— ¡Se jodió el negocio!
— Bueno, pero nos llevamos todos los equipos, los muebles, los carros, a ver cuánto le podemos sacar. ¿Hay dinero en caja?
— Sólo el salario de este mes y unos cientos, que ya están gastados.
— ¡Mamacita!
— Miren, aquí vamos a hacerlo todo con total claridad, sin esconder ninguna bola.
— ¿Y?
— ¿Por qué Eusebio no nos informa al detalle de la situación de la empresa?
— Bueno, por si acaso, yo le pedí que preparara un informe del estado de las cuentas para analizar las variantes.
— ¡Variantes! ¡Qué variantes! Nos repartimos el dinero y las cosas que podamos sacar sin ir presos y nos esfumamos.
— Eso no es tan fácil, todo estamos controlados por la Agencia Empleadora.
— Nos van a tumbar hasta el último medio.
— Bueno, Contador, adelante.
Los hombres escuchaban atentamente la lectura del informe, forzando a sus pensamientos a no escaparse a buscar nuevos caminos. La empresa estaba bien de situación, a pesar del exceso de cuentas por cobrar, algunas de ellas incobrables. Pero el carácter de los servicios que prestaban permitía presionar el mantenimiento de los pagos al día y eran pocos los que se podían dar el lujo de renunciar a los sistemas instalados por ellos. Los medios básicos eran cuantiosos y la cuenta de banco tenía dinero suficiente para los gastos de algo más de un mes. El contador tenía alrededor de doce cheques firmados a nombre de distintos proveedores y varios de ellos permitirían la extracción de efectivo.
— Yo soy de la opinión de mantenernos como si nada. No sabemos si va a venir otro español con la herencia, ni estamos tan seguros de que Nacho esté muerto. Y quizás podamos seguir así hasta que inventemos otra cosa.
— Van a faltar los cheques.
— El problema es que nos podemos repartir una pila de cosas y dinero si acabamos ahora mismo con la empresa, pero si lo dejamos, seguro que alguien, la Inmobiliaria o la Zona Franca, no sé quién, pero se quedan con todo.
— No, no creo que eso pase, si nos mantenemos pagando.
— Además, si vienen a intervenir, vendrán con una lista de lo que hemos comprado.
— No, no. Quizás, los carros, el dinero del banco. Nadie sabe cómo anda el inventario. Nosotros hemos cuidado de hacer bien las cosas.
— Bueno, vamos a dejarlo pendiente.
En los próximos días no sucedió nada. Todos llegaban a la oficina a trabajar como siempre, se mantenían en sus respectivas funciones. No se hacían compras de nuevos equipos, ni reparaciones importantes a los automóviles. Demoraron diez días en utilizar el primer cheque, que convirtieron en efectivo.
Sin embargo…
(Tomado de Ocupante Original)
4 comentarios:
no importa q no haya comentarios, se lee...tu sigue,
saludos
...por supuesto que SE LEE, y se seguirá leyendo.
Un talento literario así no se encuentra todos los días.
Saludos.
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